ALAN STOGA

EL UNIVERSAL

 

 

 

Es fácil caricaturizar e incluso burlarse del presidente Donald Trump. Después de todo, su lenguaje frecuentemente es vulgar e inapropiado, muchas de sus acciones están lejos de ser presidenciables y él claramente se deleita siendo tan políticamente incorrecto como le es posible. Los cómicos lo aman porque parece ser todo lo que un presidente —especialmente uno de Estados Unidos— no debería ser. De hecho, Trump como bufón, como presidente accidental, parece ser la imagen por default para gran parte de los medios globales, así como para los líderes políticos, empresariales y sociales en el mundo que o se quejan o celebran el supuesto hecho de que Estados Unidos se está desplomando de su pedestal como superpotencia global.

Sin embargo, se puede argumentar que esa narrativa es más equivocada que correcta. Está enraizada en el impacto persistente que dejó la derrota de Hillary Clinton y en un profundo error de interpretación de las realidades de la economía y la política estadounidense a principios del siglo 21. Refleja un entendimiento anticuado de cómo la gente se comunica entre sí hoy en día: ¿por qué un presidente no debería usar el mismo lenguaje y herramientas que los ciudadanos usan y por qué la hipertransparencia de los medios sociales es necesariamente mala para la democracia? Y no reconoce que la mayoría de los ciudadanos en la mayoría de las democracias liberales se sienten ajenos a sus clases gobernantes y claramente no quieren “lo de siempre”.

 

Nada de lo anterior debe interpretarse como un apoyo al presidente Trump o a políticas específicas. Más bien, el punto es que entender a Trump, en vez de caricaturizarlo, es clave para cualquiera que intente maniobrar a través del crecientemente turbulento ambiente político y económico, o simplemente para entender cómo leer los periódicos.

Con ese espíritu, aquí hay seis observaciones para actualizar las percepciones sobre el Washington de Trump.

En primer lugar, Donald Trump fue electo, en parte, porque no tiene un historial en el gobierno: una mayoría significativa de votantes en EU simplemente no confía en los políticos o en el gobierno federal. ¿Por qué tendría que sorprender que un novato declarado haya llenado inicialmente su administración de novatos o que ellos cometieran errores de novato?

Pero muchos de esos novatos se están yendo y la administración se está volviendo más eficaz a la hora de gobernar. Sigue siendo un desastre, pero claramente está cambiando: el gobierno de Trump finalmente está empezando a operar como un gobierno.

 

En segundo lugar, Trump no es realmente un republicano; básicamente no está aliado a ningún partido. Lo que es más, los republicanos — que son, por mucho, el partido dominante a nivel federal, estatal y local— se han estado transformando, del partido de los grandes empresarios, al partido de la clase media agraviada. Trump y el liderazgo republicano han tenido un matrimonio de conveniencia infeliz que probablemente derivará en una intensa lucha por ver quién realmente entiende a y habla por los votantes del partido. Será caótico, pero también podría producir algunos compromisos políticos en el Congreso, como ocurrió recientemente en el tema del presupuesto gubernamental y el techo de deuda.

 

En tercer lugar, dado que Trump nunca ha operado nada más complejo que una compañía familiar jerárquica donde la única voz relevante era la suya, sería un error asumir que los funcionarios del gabinete, u otros, hablen necesariamente por él. En los últimos meses hemos tenido muchos casos en los que el presidente ha revirado subsecuentemente (o incluso simultáneamente) las declaraciones de los funcionarios de gabinete u otros. Por ejemplo, durante el verano, el secretario de Comercio supuestamente aceptó una propuesta china para resolver el asunto de su capacidad acerera excedente eliminando gradualmente fábricas ineficientes a lo largo de varios años, sólo para que luego el presidente Trump rechazara tal acuerdo. A diferencia de la vieja rutina de comedia, está claro quién está al mando: Donald Trump.

 

En cuarto lugar, las encuestas nacionales que muestran que una mayoría de estadounidenses desaprueba el desempeño de Trump en el cargo —alrededor de 55%— son irrelevantes para la toma de decisiones del presidente, así como las encuestas nacionales que mostraban que Hillary Clinton ganaría fueron irrelevantes para el resultado electoral. Claramente Trump está gobernando para la gente que lo eligió —a quienes parece considerar los “verdaderos estadounidenses”— y la evidencia sugiere que el apoyo que tiene entre ellos no se ha debilitado sustancialmente. Trump entiende a su electorado y seguirá haciendo lo que crea que ellos quieren o desean escuchar. Incluso podrían reelegirlo.

 

En quinto lugar, todas las especulaciones respecto a una renuncia o destitución de Trump casi seguramente se verán frustradas. La destitución es fundamentalmente un proceso político, así que los hechos políticos importan. Incluso con la relación de amor/odio entre Trump y muchos políticos republicanos, es poco probable que el partido cometa suicidio político para colocar a un vicepresidente Mike Pence más convencional, pero ampliamente desconocido, en la Casa Blanca. Incluso si los demócratas obtienen la mayoría en el Congreso en las elecciones de medio término del próximo año —lo que parece poco probable— es difícil imaginar un escenario diferente con base en lo que hoy se sabe públicamente.

 

En sexto lugar, aunque los pleitos republicanos acaparen titulares, las fisuras entre los demócratas parecen ser más profundas. La parte más vocal de la base demócrata parece ser mucho más liberal que la mayoría de los votantes y el que hasta este momento es el centro dominante del partido no parece estar dispuesto a perdonar a Bernie Sanders, Elizabeth Warren y otros por haberlo evidenciado en la campaña del año pasado. La realidad es que los republicanos controlan dos terceras partes de las gubernaturas estatales, así como dos terceras partes de las legislaturas estatales no sólo porque están mejor organizados que los demócratas, sino también porque el país se
está volviendo más conservador en su vejez. Un renacimiento del Partido Demócrata ni siquiera está en ciernes, por ahora.

Claro que es fácil desacreditar a Trump como evidencia de que los votantes perdieron la cordura o esperar que pueda ser “controlado” por algunos funcionarios inteligentes, o rezar para que simplemente desaparezca. La alternativa es reconocer que el político novato derrotó, de alguna manera, a un grupo grande de candidatos presidenciales republicanos y luego sorprendió a la candidata arquetípica del establishment demócrata que era la favorita en lo que ni siquiera se suponía sería una elección cerrada. El político novato aprendió y ganó. Quizá el presidente novato haga lo mismo. Lo crean, o no, una mayoría de estadounidenses así lo espera.

 

 

 

 

Kissinger Asociados, Nueva York

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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