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Vidal Llerenas

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Vidal Llerenas

EL ECONOMISTA

 

 

Un nuevo mantra en la discusión sobre los procesos de globalización tiene que ser distinto no solamente orientado a incrementar los flujos comerciales, sino a generar desarrollo y crecimiento sostenido en los países y mejorar, de manera equitativa, las condiciones de vida de las personas. Eso requiere de gobiernos transparentes, capaces de desarrollar políticas públicas que no se limiten a mantener equilibrios fiscales y a la apertura de mercados.

 

El combate a la corrupción, la capacidad de concretar proyectos de inversión pública, poner en marcha políticas distributivas y de desarrollo de tecnología exitosa, garantizar la seguridad ciudadana, tener instituciones democráticas sólidas son ahora requisitos claros para tener éxito en un proyecto nacional de globalización.

 

El problema con México es que destaca por hacer justo lo contrario. Lo que se conoce del país son los escándalos por el gasto discrecional en publicidad, la impunidad en temas como Odebrecht o el espionaje sistemático de opositores y organizaciones sociales.

 

El gobierno y el PRI señalan a las reformas recientes como las nuevas herramientas para que el país tenga éxito en los procesos globales, los cuales no han ayudado a que el país crezca. Eso tiene dos problemas.

 

El primero es que esos procesos de apertura implican enormes riesgos cuando los actores económicos regulados están en una posición de poder muy superior a los reguladores. En el caso de la liberalización para la distribución privada de gasolina, el regulador, por ejemplo, privilegia que los precios sean altos, para que las empresas distribuidoras tengan altos márgenes y puedan invertir en infraestructura.

 

Un caso peor es el de Odebrecht. La empresa fue contratada para reactivar la capacidad de las refinerías de Pemex. En realidad, sus directivos contactaron a Emilio Lozoya, miembro del equipo de campaña y de transición de Peña Nieto para, según dijeron en declaración jurada, sobornarlo con la idea de participar en la planta de refinación que se tenía programada en Tula.

 

El otro es que el gobierno no tiene ni compromiso, ni una agenda que fortalezca la legalidad democrática y la eficacia en la acción gubernamental. Se promulgó un sistema nacional anticorrupción y, al mismo tiempo, se desarrolla una estrategia gubernamental para que no funcione.

 

La pieza más importante del sistema, el fiscal anticorrupción simplemente nunca será nombrado. La legalidad se administra, se persigue a los caídos en desgracia, a Borge y a Duarte, pero se protege a los que son cercanos, César Duarte o Lozoya. El gobierno mantiene márgenes inaceptables de discreción en el gasto público. No solamente es posible gastar el equivalente a varios puntos más del Producto Interno Bruto de lo presupuestado, sino también en partidas prácticamente secretas, como las de seguridad.

 

El dinero extra puede ser utilizado lo mismo para multiplicar por tres el gasto en publicidad, para enviar recursos a gobiernos locales amigos o para pagar proyectos absurdos, como un parque lineal con figuras de superhéroes o los que ofrecen margen para pagar por las campañas del PRI.

 

En seguridad, México no ofrece garantías ni para la integridad de las personas, ni para los derechos humanos. La única opción, en la que se insiste, es la militarización. Eso no ofrece garantía de nada. El país no tiene ninguna meta objetiva de seguridad ciudadana. Eso sucede para el resto de las áreas del gobierno.

 

Cada vez invertimos menos en tecnología, en infraestructura, en salud e incluso en educación. El país no construye capacidades para ser competitivo y atractivo en el contexto global. Se insiste en que la sola apertura y la liberalización de ciertos mercados es lo único que se requiere, pero la experiencia y, cada vez más, la teoría nos dicen lo contrario.

 

Lo que le urge a México es un proyecto para insertarse en el mundo que parta de mejorar las condiciones de vida de las personas, reducir la desigualdad, fortalecer las instituciones y empresas locales y realmente hacer al gobierno efectivo. Eso es justo lo contrario de lo que los últimos gobiernos han hecho.

 

Vidal Llerenas

EL Economista

 

 

En la discusión del Paquete Económico, el gobierno defiende la idea de que no existe margen alguno de cambio presupuestal, ni siquiera para apoyar a los damnificados de los sismos, a los que solamente se les ofrecen créditos. En la lógica gubernamental, lo que se presenta es indispensable para la estabilidad y demuestra el buen estado de las finanzas del país.

 

Voy a tratar de refutar ambas ideas. Primero, es cuestionable que el manejo financiero del gobierno sea bueno, cuando en cinco años la deuda creció 25% real y el costo financiero en alrededor de 1 punto más del PIB con respecto al 2013. Dicho costo, de alrededor de 3 puntos del Producto, mayor a los requerimientos financieros del gobierno en el 2018, de 2.5% del PIB.

 

La deuda que se tomó en los últimos años nos quita margen presupuestal, pero, sobre todo, no impulsó el crecimiento, ya que la mayor parte de la misma no se destinó a la inversión. De hecho, en los últimos cuatro años el crecimiento de la deuda no está relacionada con el nivel de inversión pública. En el 2018 la deuda neta federal será de 501,000 mdp, pero la inversión física será de 344,000 mdp, es decir 156,000 mdp se destinan, presumiblemente, al gasto corriente.

 

La inversión pública es la gran perdedora de la política de gasto del gobierno mexicano. Mientras que en el 2013 el porcentaje de inversión como proporción del PIB era de 2.5%, en el 2018 será de 1.3 por ciento. El gobierno dice que la baja inversión será compensada por proyectos público-privados de infraestructura, pero eso no es verdad. Los nuevos proyectos de asociación público-privados para el 2018 contemplan únicamente 8,146 millones de inversión privada en un programa de mantenimiento de carreteras.

 

El poco espacio fiscal genera ya problemas muy serios para atender las necesidades más básicas. Por ejemplo, el nivel del gasto en salud, como proporción del PIB, propuesto para el 2018 es de 2.5% del Producto, cuando en el 2013 fue de 3.5 por ciento. El gasto en educación será 1.4% menor al del 2017. Sin embargo, en el decreto no se proponen mayores controles al gasto, ni siquiera en rubros como el gasto en publicidad, que en lo que va del sexenio ronda los 8,000 mdp.

 

Al mismo tiempo, el gobierno registra 680 mdp en fideicomisos que no tienen estructura. Eso tendría que darle al gobierno el margen suficiente para sostener los gastos derivados por motivo del sismo. En particular, si  30% del remanente de operación del Banco de México se ha depositado en un fondo de estabilización, por qué no utilizarlo para apoyar a la población  en la difícil situación actual. Se dice que el remanente es para pagar deuda, pero ya en el 2016 alrededor de 103,000 mdp se utilizaron para cumplir la meta de déficit, es decir simplemente como recursos adicionales para pagar gasto.

 

 

 

Por Vidal Llerenas, diputado federal por el Movimiento de Regeneración Nacional

Milenio 

 

 

No se trata de un tema de mezquindad, como se dice. No se trata de negarse a dar al Ejército, ahora, lo que supuestamente pide. De hecho, no existe una iniciativa presentada por el Ejecutivo federal, al que pertenecen las secretarías de Defensa y Marina en materia de seguridad interior. Es decir, no sabemos con precisión la posición del gobierno de la República en el tema.  Desde ahí comienzan las dificultades. Todo inició con dos iniciativas de prominentes legisladores de PAN y PRI.  Las propuestas de l diputado César Camacho y del senador Roberto Gil son sospechosamente coincidentes. Luego se sumó la iniciativa del senador Barbosa, que resoonde a algunas de las críticas a las propuestas anteriores, pero que coincide con ellas en el fondo.

 

Si lo que se pide es aprobar dichas iniciativas, entonces se pide dispensar a las fuerzas armadas de controles y dar pie a situaciones donde pudieran cometerse más violaciones a los derechos humanos. En las propuestas, por ejemplo, se reserva la información derivada de la aplicación de esta ley como materia de seguridad nacional o se considera la posibilidad de obtener información de particulares bajo cualquier medio.

 

Se dice que las propuestas garantizan a las fuerzas armadas un marco jurídico para que realicen una labor que no pidieron hacer, como si en el servicio público fuera válido desempeñar o no un trabajo porque se pide, cuando en realidad depende de las atribuciones y responsabilidades que uno tenga. En todo caso, legislar en materia de seguridad interior es una manera de mantener a las fuerzas armadas en una tarea para la que no están preparados a realizar. Asumámoslo, seguridad interior es un eufemismo para mantener a los militares en acciones de seguridad pública. No es delimitar sus acciones, sino ampliar sus facultades.

 

El concepto de seguridad interior es problemático debido a que establece una categoría confusa entre la seguridad pública y la nacional. Se dice que la seguridad interior se refiere a cuando las instituciones están en riesgo, lo que abarcaría a casi cualquier cosa. Los conceptos como el deber de proteger o que existe un peligro mayor, supranacional, provienen del tipo de políticas asumidas por Estados Unidos después del episodio de las Torres Gemelas.

 

Se parte de la idea de que la ciudadanía tiene que estar dispuesto a perder parte de sus libertardes a cambio de que agencias del Estado, con letalidad mayor a los de las policías, garanticen su seguridad. La idea de seguridad interior corresponde a parte de la narrativa de la guerra contra el narco. Es posible que la continuidad de esa estrategia es la que hayan discutido los secretarios de Estado y del Interior del vecino país con los titulares de Defensa y Marina de México. Se pretende legislar en seguridad interior incluso antes de hacerlo para construir un sistema nacional policial, que garantice la calidad de las policías a lo largo del país.

 

Cabe señalar que es la mejora de los cuerpos policiales y de los de procuración de justicia lo que permitió reducir la violencia en países como Colombia. La Auditoría Superior de la Federación, en su evaluación de la política de seguridad señala fallas serias en la coordinación y desarrollo de políticas policiales que realiza, la Secretaría de Gobernación. Se ha fallado de manera estrepitosa en cumplir con la promesa de tener policías eficaces y, ahora lo que sucede es que los civiles electos se quieren deshacer de las responsabilidad de encargarse de la seguridad pública, el principal problema del país.

 

Además, no existe una facultad expresa del Congreso para legislar en la materia,  por lo que es probable que se trate de una ley inconstitucional. En todo caso, las actividades que realizan las fuerzas armadas tendrían que regularse en la Ley de Seguridad Nacional. En su casco, la acción de las fuerzas armadas o de otro cuerpo de seguridad que tenga que hacer uso de algún tipo de facultad extraordinaria tendría que hacerlo por medio de un  esquema en el que se suspendieran garantías.

 

Dicha suspensión tendría que ser temporal, en un territorio específico, con objetivos concretos y con controles administrativos, judiciales y legislativos. Lo que hoy tenemos es una suspensión de facto de garantías que en nombre de las acciones de seguridad realizan las fuerzas armadas y otras agencias de seguridad.

 

No se trata de negar a las fuerzas armadas el reconocimiento por la labor que realizan por los mexicanos. Tampoco pretender que se retiren en los próximos días de los lugares que actualmente patrullan. Pero tenemos que reconocer que debido a su carácter de instituciones de guerra es muy complicado que combatan al crimen sin maximizar el uso de la fuerza o que pueden realizar acciones de prevención e investigación del delito sin violar derechos fundamentales.

 

Es además falso que las iniciativas que se proponen protejan a los militares. Esto lograría regresándolos a las labores que les son propias. Las actuales iniciativas de ley , no van a liberar a los militares de la obligación de cumplir el debido proceso y el respeto estricto a los derechos humanos. Lo que sí generarían es menos transparencia y menos control por parte de las autoridades civiles.

 

Se urge legislar, en nombre del honor del Ejército, en un concepto etéreo, peligroso y sin que los detalles estén claros sobre la mesa. La pregunta no es si necesitamos esta ley o no, primero hay que responder si queremos seguir con la misma estrategia de militarizar la seguridad.