JORGE SUÁREZ-VÉLEZ

REFORMA

 

Si López Obrador hubiese sido el capitán del Titanic, se mantendría fijo el timón y chocaría de frente contra el iceberg, sin frenar. Su ruta era esa y no entendería por qué hay que sacarle la vuelta a un hielito que está donde no debe.

A diferencia de la naturaleza imprevisible de un terremoto que nos obliga a improvisar, las primeras víctimas en China de la terrible pandemia se reportaron a inicios de enero. Tuvimos meses para prepararnos. La primera reacción del Presidente siempre es política y ésta no merecía respuesta pues sólo era el invento de “los conservadores” para desestabilizar su gobierno. Contaremos en vidas humanas el costo de su negligencia.

En lo económico, López Obrador sigue sin entender la gravedad de lo que viene, ni la de insistir en una ruta que ya probó ser equivocada. La normalización de la actividad económica en el mundo será mucho más lenta de lo que se cree. Todos resultaremos afectados. La magnitud del daño en cada país será inversamente proporcional a la capacidad para adaptarse a un entorno diametralmente diferente a la situación de la cual venimos. Con AMLO estamos fritos.

Estamos siendo expuestos a información irrefutable sobre porqué es pésima idea basar el futuro económico de México en un modelo petrolero setentero. Rescatar incondicionalmente a Pemex arruinará nuestras finanzas públicas. Pemex sufre de malas prácticas de procura de insumos básicos -tanto para refinerías como para producción- que fomentan corrupción; de serios problemas de mantenimiento donde se evita el mantenimiento preventivo para que al hacer mantenimiento correctivo se puedan invocar excepciones a los procesos de adquisiciones, y así hacer asignaciones directas; y tiene enormes ineficiencias en materia de distribución -terminales, ductos- como consecuencia de la corrupción en los carísimos contratos con transportistas. Meterle dinero ilimitado a una empresa así equivale a querer resolver el problema de drogadicción de un adolescente aumentándole el domingo.

Es también claro que difícilmente habría un peor momento para invertir en una refinería, cuando la demanda por gasolina ha caído 70% y por turbosina 90%; o para comprometer recursos públicos, que urgentemente necesitamos para otros fines, intentando expandir producción petrolera que será vendida con enormes pérdidas.

México ha cambiado para bien desde la última vez en que quisimos “administrar la abundancia” petrolera en la época de López Portillo. Logramos integrarnos a la economía mundial volviéndonos un gran productor de manufacturas, exportando más que el resto de América Latina sumada. Exportar manufacturas no es un fin en sí mismo, pero sí es camino que nos permitió superar la dependencia -fiscal y comercial- de exportar materias primas, precisamente para evitar estar expuestos a la volatilidad de sus precios y, en el caso del petróleo, al hecho de que en un par de décadas desaparecerá la demanda por hidrocarburos. En su condición actual, Pemex no es viable. Para serlo, necesitaría sufrir una profunda estructuración que AMLO no hará y que tomaría décadas en dar futuro.

Muchos (Carlos Puig, por ejemplo) defienden obras como Dos Bocas por ser un proyecto que generará empleos. Como dijera Milton Friedman cuando vio una carretera vietnamita que, para dar empleos, se hacía sin maquinarías: si de eso se trata, quítenle las palas y denles cucharas. Hacer una “inversión” de casi 200 mil millones de pesos que estará destinada a perder dinero desde el primer día es absurdo donde sea, más en un país pobre. Hay miles de usos alternativos para esos recursos que permitirían trabajos dignos y empleo productivo. ¿Cuál es la lógica de sacar dinero vía impuestos de los bolsillos de individuos y empresas para dilapidarlos en inversiones perdedoras?

Cuando vemos un iceberg a kilómetros de distancia, siempre es mejor esquivarlo; hay un millón de rutas alternativas y, en una de esas, alguna nos lleva a un sitio mejor que el punto de partida. Hoy es al fondo del océano a donde nos dirigimos.

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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