FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

MILENIO

 

La bagatela de los aranceles hizo que casi pasara desapercibida una verdadera tragedia: la Fundación Elena Poniatowska podría declararse en quiebra. Comenzó a funcionar hace un año, con un donativo de medio millón, en una casa cedida por el gobierno de la ciudad. Su propósito es “organizar, difundir y preservar el archivo histórico de la escritora y su familia”. Para eso pide ahora cinco millones de pesos anuales.

Según explica su hijo, su actividad es prodigiosa: ofrecen talleres (no dice de qué), conferencias a las que han asistido 7 mil 500 personas (no dice si siete conferencias de mil asistentes o 75 de 100, aunque también podrían haber sido unas 140 de 50 asistentes). Pero sobre todo, dice que tienen 750 visitantes diarios, es decir, unos 235 mil al año, más de 90 por hora, más o menos uno nuevo cada 20  segundos. A la vista de la casa, uno se puede imaginar cómo se acomodan los primeros 100 visitantes, aunque un poco apretados, pero lo interesante sería ver cómo caben los siguientes 100, que entran minutos después.

Esperaban un dinero que no llega. Dice su hijo: “sí, creíamos que por la relación de Elena íbamos a tener ciertos apoyos”. Y tiene razón, ¿para qué está el gobierno si no es para apoyar a los amigos? Advierte que si no llega el dinero, “el archivo y la biblioteca se van”. Y da a entender que se van a Estados Unidos, donde sí les interesa “investigar la historia y la vida de Elena Poniatowska”. Y pagan. No aclara (sería falta de espacio) por qué no piensan en donar el archivo al AGN, por ejemplo, si suponen que tiene interés, o donar los 20 mil libros (que tampoco es la Regenstein Library) a alguna de las Universidades Benito Juárez.

Su literatura es irrelevante. La princesa Elena Poniatowska Amor ha sido enormemente útil para la izquierda mexicana, la izquierda reaccionaria y sentimental quiero decir, porque es un ícono, sirve como sello de calidad: si está Elena, es de izquierda. La princesa ama al pueblo mexicano con ese amor despreocupado y paternal con que la aristocracia ama al pueblo. Y los personeros del pueblo lo reconocen con la rendida gratitud que corresponde, siendo ella extranjera, ¡y además princesa! Y la llaman por su nombre, en diminutivo, para sentirse más cerca: Elenita, que es como llamar Justin a Justin Bieber.

Ha servido también a la industria cultural, porque a partir de cierto número de premios, es un valor seguro: cualquier jurado puede premiarla sin necesidad de leer, y quedar bien. Es muy decorativa, y se puede confiar en que sus declaraciones sean previsibles, inofensivas y sentimentales, de concurso de belleza: su alteza siempre tiene listo un lugar común anodino y lacrimoso, para lo que haga falta.

Otro regalo de su alteza al pueblo de México: darnos un motivo de conversación esta semana en que era obligatorio hablar de política exterior, pero daba vergüenza. Aunque también sería una oportunidad para reconciliarnos con el presidente López (de Santa Anna), que después de la venta de La Mesilla dijo: “No queremos perjudicar a Estados Unidos, sino colaborar: no levanto un puño cerrado sino una mano abierta y franca”. Excélsior, el 24 de junio de 1853: “México gana”.

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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