ANA MARÍA OLABUENAGA

MILENIO

 

Las mujeres otra vez están enojadas. ¿No le parece terrible que esta frase escrita así, a secas, sin ningún justificante adicional, podría ser la voz de alarma de alguien que se preocupa, pero también la de otro que se burla? ¡Otra vez enojadas, qué fastidio! ¿El enojo de las mujeres se ha convertido en un lugar común? ¿Un espacio al que hay que evitar, esquivar, torear? “Sí, sí, lo estamos viendo”, dicen, “nos preocupa muchísimo”. Y antes de que el tono del “otra vez están enojadas” adquiera el sonsonete del hartazgo: alargando la “o” del “otra”, dando la vuelta a los ojos al recorrer las sílabas del “enojo”, corrijo. Las mujeres no solo están enojadas, están furiosas, indignadas, frustradas, desesperadas y, aunque a muchas no les guste que lo diga: están asustadas. Difícil contener una carga emotiva de este calibre, resulta desbordante.

¿Desde dónde se desborda? ¿Por qué se desborda? La conversación siempre empieza en las redes. El agravio bañado en sangre y espanto sube la temperatura y el tono de la conversación en redes. Las fotografías que muestran a una chica sonriente que pudo ser cualquiera, no solo le ponen cara al crimen, establecen una relación afectiva: una amiga, esa a la que ya conocemos y reconocemos por su nombre de pila: Ingrid. Ella es “yo misma”. Fotos a las que hay que sumar esas otras fotos rojas, amarillas, oscuras, negras: las que la muestran vejada, desollada, muerta y que también pudieron ser “yo misma muerta”.

Si en este instante sin aliento tanto de la fotografiada como de la que mira, alguien supiera acompañar, se establecería un diálogo. Subrayo el que ni siquiera dije responder o contener. Si tan solo supieran acompañar. Pero no lo saben hacer. Tienen miedo del miedo de ellas convertido en ira. Quieren sortear cuanto antes su furia. Tienen miedo que la ira de ellas se vuelque contra ellos, que les reste puntos. Tienen miedo y fingen que no lo tienen. Por eso dicen sin decir nada. Prometen sin comprometerse a nada. Lugares comunes del luto y los velorios: “lo lamento mucho”, “mi más sentido pésame”. Lo malo es que decir sin sentir no es suficiente y así, sin un cauce que seguir, las emociones, la indignación y la ira, se desbordan.

Se desbordan de las redes a las calles, a los aerosoles, a los monumentos, a las puertas de Palacio, a los gritos y al fuego. Y, otra vez, si en ese instante alguien supiera acompañar, ellas estarían dispuestas a establecer un diálogo. Pero no, no lo saben hacer.

El decálogo del Presidente elaborado de mala gana y a bote pronto, no solo no dice nada, no se compromete a nada y, lo peor, no siente y no hace sentir nada. Es una excusa, un capote que burla y esquiva. No solo no acompaña, abandona. Un decálogo que se pudo haber resumido en la respuesta que dio la jefa de Gobierno al ser cuestionada sobre el tema: “Ahorita no”. Eso dice el decálogo, “ahorita no”, diez veces seguidas.

Acompañar es inundar Twitter con paisajes, atardeceres y flores para que quien busque #IngridEscamilla no la encuentre descuartizada, sino protegida por todos. Acompañar es dar la mano, escuchar y cuidar. No dejarlas solas. Acompañar es ser valiente, abrazar y contener ahora mismo. Ahorita, sí. Siempre sí.

@olabuenaga

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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