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José Woldenberg

EL UNIVERSAL

Una vez más, pero ahora como Presidente, López Obrador habló de un fraude en su contra en las elecciones del 2006. Han pasado 13 años y jamás se ha preocupado por documentar sus dichos. Y el tema no es baladí porque desde la fundación del IFE ninguna denuncia ha erosionado más la confianza en las instituciones electorales y en las elecciones que esa. En buena lógica se dice que quien arma debe probar. Por ello aquí podría terminar esta nota.

Pero, paradójicamente, en el lado opuesto existen un buen número de evidencias que certifican que los votos fueron bien contados: los resultados casilla por casilla del PREP, el conteo rápido del IFE, los cómputos oficiales que se iniciaron el miércoles (todos ellos coincidentes y aunque los tres son responsabilidad del Instituto se realizan con fórmulas y personas distintas); el recuento de cerca de 12 mil casillas impugnadas por la Coalición por el Bien de Todos que el Tribunal realizó sin encontrar rastros de manipulación; las declaraciones de Ana Cristina Covarrubias, entonces encuestadora de AMLO, que armó que en su conteo rápido no se podía establecer ganador —dado que los rangos de votación se cruzaban— pero que Calderón iba arriba; el libro de José Antonio Crespo (Hablan las actas), que si bien subraya que las autoridades pudieron haber realizado más para inyectar confianza en los resultados, no encontró rastro alguno de fraude.

“Fraude” como lo ha denunciado AMLO supone que los electores dieron la victoria a X y la autoridad se la atribuyó a Y, es decir, que los resultados fueron alterados. Y eso no sucedió o nadie lo ha podido probar. Está documentado, eso sí, que durante las campañas se produjeron distintas irregularidades: la compra de espacio en radio y televisión por asociaciones empresariales que lo tenían prohibido, el despliegue publicitario desde la Presidencia que el IFE frenó (para algunos de manera tardía), o las duras campañas de descrédito. No obstante, los votos depositados en las urnas fueron bien sumados.

Desde 2006 llamaba la atención que la versión del supuesto fraude se modificara con rapidez (va de memoria): primero, que se habían perdido 3 millones de votos en el PREP, lo que el IFE aclaró: se trataban de votos que se encontraban en un archivo especial porque en las actas respectivas no se habían llenado todos los campos, pero que cualquiera, incluyendo a los representantes de los partidos, podía consultar. Luego, la existencia de un supuesto algoritmo que había modificado los resultados del PREP, sin tomar en cuenta que el candado fundamental de ese Programa son las actas de cómputo en manos de los representantes de los partidos que fácilmente pueden compararlas con las del Programa. Más adelante, la denuncia de un fraude hormiga a partir de un video donde se veía a un presidente de casilla ingresar votos a una urna, lo que luego los integrantes de la propia mesa de casilla aclararon (incluyendo a la representante del PRD) explicando que como habían localizado votos mal colocados los habían, de común acuerdo, ingresado a la urna correcta. Más adelante, la explotación propagandística que decía que resultaba muy sospechoso que las curvas de agregación de votos del PREP y los del conteo oficial fueran diferentes, omitiendo que ello es natural, porque mientras en el PREP la variable fundamental es la distancia entre la casilla y el centro de cómputo, la velocidad del cómputo que se inicia el miércoles en los consejos distritales depende de qué tantas impugnaciones se presenten durante el recuento.

A pesar de todo lo anterior, se sabe, muchas personas creen lo que quieren creer y las evidencias pesan poco en su ánimo. Pero no es cierta la supuesta o real frase del compinche de Hitler, Joseph Goebbels, de que una mentira repetida hasta el cansancio se convierte en verdad. La mentira continúa siendo mentira, aunque la repitan legiones. Eso sí, la reiteración sistemática y cansina de la misma puede lograr que muchos la crean. Pero esa es harina de otro costal.

 

Profesor de la UNAM