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A través de un video publicado en redes, sociales, Juan Ramón de la Fuente se despidió como embajador de México ante la ONU, cargo que deja luego de cuatro años y medio.

“Hoy que estoy terminando mi responsabilidad al frente de la Misión Permanente de México ante la ONU quisiera darle las gracias al presidente López Obrador por su confianza y a todas y todos aquellos que me han acompañado a lo largo de estos cuatro años y medio (…) sin ellos nada de lo que aquí sea logrado hubiera sido posible”, señaló el también ex rector de la UNAM.

El diplomático recordó que su encargo estuvo marcado por dos eventos fundamentalmente:  la pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania, a la cual se refirió como la mayor crisis en el contexto de la paz y la seguridad internacional desde la Segunda Guerra Mundial.

Señaló que si bien la emergencia sanitaria dejó lecciones al mundo, como que la ciencia estuvo a la altura de las necesidades de la humanidad, “no así la reacción que tuvimos los países en el concierto internacional”.

Hizo un repaso de algunas iniciativas que se presentaron ante la Asamblea General de la ONU, como la distribución equitativa de medicamentos, equipo médico y vacunas; la salud mental como un elemento fundamental el apoyo psicosocial en los operativos de paz, entre otros.

De la Fuente también recordó que México tuvo la posibilidad de volver a participar en el Consejo de Seguridad de la ONU. Destacó que fue la primera vez que un Presidente de México presidió el Consejo de Seguridad.

“México se movió durante estos años sobre la base de sus principios constitucionales de política exterior, que nos dan muchas posibilidades para interactuar como lo que somos: un país puente, un socio confiable para el resto de los países”, sostuvo.

También destacó la agenda de mujeres que México priorizó, en respuesta a la política exterior feminista de nuestro país.

Recordó que durante su gestión se promovieron 27 candidaturas de México como país, o de mexicanas o mexicanos para diversas comisiones, comités, consejos, órganos subsidiarios de la ONU, las cuales dijo “todas se ganaron”.

Aún no se anuncia quien ocupará el cargo de Juan Ramón de la Fuente, quien se prevé regrese a México y retome sus actividades académicas en la UNAM.

Arturo Sarukhán

EL UNIVERSAL

 

Una serie de diatribas y exabruptos la semana pasada de nueva cuenta subrayan lo que ha sido una de las inconsistencias y contradicciones persistentes a lo largo de este sexenio desde el atril presidencial en Palacio Nacional de la Ciudad de México cuando de política exterior se trata. La presión desde Washington a raíz de la política de seguridad pública mexicana, particularmente por el tráfico de fentanilo y sus precursores a través de nuestro territorio, se ha venido acrecentando desde hace meses. Con ello ha resurgido un debate que se ha dado en coyunturas anteriores -algunas veces motivado con ánimo de apoyar a México (Bush, Obama) y en otras como resultado de la fanfarronería (Trump) o de la politización o diagnóstico equivocado (ahora, con legisladores y ex funcionarios Republicanos)- en torno a si la designación de grupos criminales trasnacionales en México como organizaciones terroristas internacionales (mi columna de 2019 en estas páginas explica el proceso y los inconvenientes de esa medida) movería o no la aguja en su degradación operativa. Ahora, ambos temas han sido turbocargados por el secuestro de cuatro -y asesinato de dos- estadounidenses en Matamoros. En respuesta a esta confluencia de eventos, el Presidente López Obrador mandó al diablo los principios de política exterior en los que, como muletilla, se escuda pero observa a contentillo.

Y es que parece que por fin sí vamos a intervenir abierta y proactivamente en los asuntos internos de Estados Unidos. El que López Obrador exija que funcionarios, legisladores, ONG y medios de comunicación estadounidenses no lo hagan en lo que él considera son temas que solo atañen a México y a los mexicanos es lo de menos. El presidente rápidamente dijo el viernes que hará un llamado a los “40 millones” (sic) mexicanos en EE.UU para que castiguen con su voto a los Republicanos que ahora proponen -de manera descabellada e irresponsable, sin duda alguna- acciones militares unilaterales. El que Trump en 2019 hubiese amagado con hacer lo mismo que sus correligionarios del GOP hoy -designar a grupos criminales como organizaciones terroristas- y que luego ya como expresidente haya fanfarroneado con el uso de la fuerza militar en México y el inquilino de Palacio Nacional no dijese ni pío (bueno, si hasta subrayó en ese momento que el ex mandatario “me cae bien”), no deja de ser una incongruencia más. Pero este episodio de renovado brío intervencionista en la política exterior presidencial requiere de dos apuntes.

Primero, los datos duros y la terca realidad. Hay cerca de 39 millones de mexicanos y méxicoamericanos (ciudadanos estadounidenses que tienen raíces u origen mexicano) en EE.UU. De ese total, 11 millones son nacidos en México, de los cuales 5 millones son indocumentados; es decir, evidentemente no pueden votar ahí. Del restante, no todos ostentan la doble nacionalidad y un buen número de ellos son aún menores de edad. Por ende, estamos hablando de cerca de un universo de aproximadamente 15 millones a lo sumo que podrían votar. Si bien la mayoría lo hacen por el Partido Demócrata, y ello explica ganancias importantes en estados como Arizona, Colorado, Nevada y Georgia, en 2016 y 2020 el número de votantes de origen mexicano votando por el Partido Republicano ha aumentado significativamente (sobre todo entre hombres adultos jóvenes) sobre todo en Florida y el sur de Texas. En esta última zona en particular, cabe destacar que el aumento del voto a favor del GOP -y de Trump- en 2020 está relacionado con los abrazos de López Obrador a Trump en la Casa Blanca en plena campaña electoral ese año y el alcahueteo electoral vía spots que la campaña de reelección de Trump hizo de las declaraciones zalameras del mandatario mexicano.

Los hispanos en general, que se estima que 34.5 millones de ellos fueron elegibles (poco más de la mitad de todos los hispanos en el país, 53 por ciento) para votar en 2020, constituyen un 14.3 por ciento del total de votantes elegibles en Estado Unidos. A nivel nacional, emitieron 16.6 millones de votos en 2020, un aumento del 30.9 por ciento con respecto a las elecciones presidenciales de 2016, y apoyaron a Biden sobre Trump por un margen de casi 3 a 1 en Arizona, California, Colorado, Illinois, Nuevo México, Nevada, Nueva York, Pensilvania y Wisconsin. Los hispanos eligieron a Biden sobre Trump con un margen de 2 a 1 o más en los estados de Texas, Georgia, Washington y Florida. Una cómoda mayoría de votantes de origen hispano, aproximadamente el 61 por ciento, apoyó al presidente Biden, pero hubo un giro de aproximadamente 8 puntos porcentuales hacia Trump, según datos a boca de urna comparando candidatos Demócratas y Republicanos en 2016 y 2020.

Segundo apunte. Particularmente en los temas de seguridad binacional, los episodios de tensión tienden a favorecer posiciones de los extremos en ambos países. Asignar culpas nacionales a los que son sin duda problemas trasnacionales ha sido una posición default -y errónea- a ambos lados de la frontera en momentos distintos de la relación bilateral. Si el problema es común, la solución tiene que ser común, y solo avanzaremos si asumimos una responsabilidad compartida. Pero de por sí Trump evisceró ese principio no escrito de la relación bilateral a largo de su mandato; ahora, los legisladores Republicanos que han abogado por acciones unilaterales -y contrarias al derecho internacional- y López Obrador que declara que el fentanilo no es nuestro problema, lo están profundizando. Esta dinámica en la que nos estamos metiendo no conviene a ninguno de los dos países, pero me temo que estamos desafortunadamente en un contexto así en este momento.

Y con sus declaraciones de que México cabildeará en contra de candidatos Republicanos en las elecciones de 2024, el presidente amenaza con contaminar aún más la agenda bilateral con EE.UU camino a dos procesos electorales presidenciales simultáneos en una y otra nación y en el contexto de la peor relación -desde los ochenta- de un titular del Ejecutivo mexicano con el Congreso estadounidense, un actor central y clave de la agenda con nuestro país. De por sí los Demócratas, cabreados por la manera en la cual López Obrador se posicionó con respecto a Trump, la campaña electoral de 2020, la victoria de Biden y los actos sediciosos del 6 de enero de 2021, tienen una larga lista de tintorería. Ahora con este llamado para hacer campaña contra el GOP, junto con sus ataques ad hominem constantes en contra de legisladores Republicanos y Demócratas por igual que se han venido acumulando, el presidente está haciendo que críticas y cuestionamientos legislativos de ambos partidos sobre México y la relación bilateral crecientemente converjan, de paso colocándonos sobre una pista de patinaje de hielo quebradizo cara a 2024, sobre todo si llegase a imponerse un candidato Republicano.

Al final del día, este nuevo y complejo episodio en la relación con EE.UU pone de relieve una gran paradoja. Para un presidente que afirma como posición de arranque que la mejor política exterior es la política interna, son precisamente las debilidades estructurales internas del país y muchas de las políticas públicas del mandatario mexicano las que se erigen como vulnerabilidades y flancos de presión cara al extranjero, particularmente en una relación tan esencial, asimétrica e interméstica (sí, a pesar de lo que quisiera López Obrador, no hay manera de separar los temas de política interna de cada país del impacto e incidencia que tienen en la agenda bilateral) como la que hay con Estados Unidos.

“Es un principio fundamental de nuestra política exterior la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. A eso nos ceñimos en el caso de lo sucedido en Perú”, esto escribió en sus redes sociales el presidente Andrés Manuel López Obrador a propósito de la caída del presidente Pedro Castillo.

Esto mismo que dijo sobre Perú lo ha expresado y repetido en prácticamente cada ocasión en la que se ha buscado una postura del gobierno mexicano ante temas internacionales. Pero la no intervención es una herramienta discursiva más de López Obrador que utiliza a conveniencia.

Si gana la elección presidencial el demócrata Joe Biden, contrario a la preferencia inexplicable que tenía López Obrador que era la reelección de Donald Trump, entonces se negó a felicitarlo con la excusa de que había que esperar hasta que el Congreso estadounidense certificara la elección para no intervenir en un asunto interno de otro país.

Pero cuando en Brasil el izquierdista Lula da Silva había apenas ganado la primera vuelta electoral con menos del 50 por ciento de los votos, inmediatamente vino la felicitación desde la mañanera, aun cuando faltaba la segunda vuelta y por ello el triunfo de Lula no estaba asegurado. En el caso de Brasil, cuando el resultado preliminar se ajustaba a los deseos del presidente, entonces no hubo problema de opinar y con ello intervenir en la política de otro país.

En el caso de la guerra en Ucrania, el presidente ha dicho que no quiere opinar aduciendo a su excusa favorita, la no-intervención. Esta postura en los hechos resulta un apoyo a Vladimir Putin y su inexcusable e ilegal invasión de un país soberano e independiente.

La misma intervención hemos visto en Colombia, cuando López Obrador se dio el permiso de intervenir y declaró en plena campaña presidencial: “Nada más por un instante voy a decir que le mando un abrazo a Petro desde aquí. ¿Y saben por qué lo abrazo? Porque está enfrentando una guerra sucia de lo más indigno y cobarde, todo lo que ya vimos y padecimos en México”.

La intervención del presidente de México en las elecciones de Colombia llevó a la Cancillería de ese país a emitir un comunicado de inconformidad por la intervención en sus elecciones. Pero López Obrador, que dice que no interviene en asuntos de otros países, decidió darse licencia cuando de Gustavo Petro se trató.

Igualmente ha apoyado a Daniel Ortega en Nicaragua y a Nicolás Maduro en Venezuela cuando Biden decidió no invitarlos a la Cumbre de las Américas por considerar que no son demócratas y que violan los derechos humanos de sus ciudadanos. Como sabemos, AMLO orquestó lo más cercano a un boicot a la Cumbre en apoyo a ambos autócratas. Hoy la frontera México-Estados Unidos está al borde de un caos por la cantidad de venezolanos y nicaragüenses que han huido del terror en que Ortega y Maduro tienen a sus países.

Así, López Obrador demuestra no solo que sí interviene en asuntos de otros países, también que lo hace aun a costa de los intereses de México.

De vuelta al caso Perú, a pesar de que dijo que no intervendría en el caos político que generó el intento de Pedro Castillo de disolver el Congreso, inmediatamente después López Obrador publicó un segundo mensaje en el que condenó la caída de Castillo excusando que fueron las circunstancias lo que lo llevaron a intentar un golpe de estado.

La lista de intervenciones en asuntos de otros países es mucho más amplia. Le ha pedido a Estados Unidos que termine con el embargo a Cuba; ha condenado el proceso jurídico contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y un largo etcétera.

El uso del discurso de la no-intervención no solo es a contentillo, además es una manipulación que se hace sin pensar en beneficios para el país. Es simplemente el capricho de un individuo que, por cierto, es el presidente de México.

Columna completa en El Universal

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) utilizó sus redes sociales para pronunciarse sobre la crisis política que atraviesa Perú, luego de la destitución del presidente Pedro Castillo, quien hoy por la mañana disolvió el Congreso y ordenó instaurar un gobierno.

La decisión de Castillo, calificada por detractores y aliados como un golpe de Estado, se dio previo a que el Parlamento debatiera una moción de vacancia, destitución, en su contra para apartarlo de la jefatura del Estado.

Aunque López Obrador reiteró que la política exterior de México se apega al principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos.

Sin embargo, dijo que era lamentable que por intereses económicos y políticos, desde el inicio de la presidencia de Pedro Castillo, se haya mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en su contra.

En una especie de justificación, dijo que Castillo fue llevado a “tomar decisiones” que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución con el “sui géneris precepto de ‘incapacidad moral'”.

El mandatario mexicano confió en que se respeten los derechos humanos en Perú, además de que haya estabilidad democrática en beneficio del pueblo.

Al respecto, el canciller Marcelo Ebrard afirmó este miércoles que México está dispuesto a ofrecer “asilo” al ya expresidente Castillo, actualmente detenido en Lima después de ser destituido por el Congreso, aunque apuntó que por el momento “no lo ha solicitado”.

En entrevista con “Atando Cabos” en Radio Fórmula, Ebrard comentó la detención de Castillo, quien se encuentra en la sede de la prefectura de la Policía de Lima, al ser acusado de haber intentado perpetrar un golpe de Estado.

“Si Pedro Castillo pide asilo a México, se lo damos, pero no lo ha solicitado”, aseguró Ebrard, quien manifestó su preocupación por la situación en Perú y agregó que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), le ha pedido que lo mantenga informado “en todo momento”.

Y aunque el presidente siempre habla de los principios que guían la política exterior de México, siempre termina inmiscuyéndose en asuntos internos de otros países.

Esta mañana, denunció que existe una “venganza política” detrás de la sentencia contra la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, condenada ayer a seis años de prisión por corrupción.

“A todas luces es una venganza política en contra de la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, y también es un acto antidemocrático porque no quieren que participe en el proceso electoral, la están inhabilitando para que pueda ser candidata”, manifestó el mandatario en su conferencia diaria.

López Obrador envió un “abrazo fraterno” y su “solidaridad” a la vicepresidenta “y a todo el pueblo de Argentina”, y les pidió que “hay que seguir adelante, resistiendo”. También aprovechó para resaltar la decisión de Fernández de no contender de nuevo por la presidencia.

“Una actitud muy digna y esto demuestra que no es una mujer ambiciosa, vulgar, porque no va a ir de candidata. Para empezar, tiene fuero y va a estar hasta diciembre del año próximo, hasta las elecciones, y sin ser candidata ella va a seguir siendo dirigente”, añadió el presidente.

López Obrador se sumó a líderes de la izquierda latinoamericana que han expresado su apoyo por la vicepresidenta, como el expresidente boliviano Evo Morales, el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, y el mandatario de Cuba, Miguel Díaz-Canel.

Por años la política exterior de México fue motivo de orgullo. Lográbamos ser el vecino de la gran potencia, Estados Unidos, y a la vez ser el puente con Latinoamérica. Teníamos nuestro TLCAN pero también pertenecíamos al Mercosur. Se hablaba de México como el gran hermano latinoamericano.

La ‘gran transformación’ de la 4T ha dado con al traste con todo ello y lo ocurrido en la votación del Banco Interamericano de Desarrollo y en la Organización Panamericana de la Salud es simplemente la prueba de que la idea de López Obrador de que “la mejor política exterior es la interior” tiene sus costos.

Aunque al presidente de México no le guste, sus desplantes, groserías e ignorancia sobre el papel de México en el mundo tiene consecuencias.

Primero hemos visto a un López Obrador que ha desdeñado acudir a las cumbre y reuniones internacionales. En segundo lugar ha optado por hacer nombramientos en embajadas y consulados de gente no capacitada para esos encargos. Muestra emblemática ha sido el amigo de la esposa de López Obrador, Pedro Salmerón, que fue justificadamente rechazado por Panamá después del movimiento #UnAcosadorNoSeraEmbajador.

Además ha decidido atacar a gobiernos como el español, a quienes sugirió poner la relación ‘en pausa’ o al estadounidense al preferir defender a los dictadores de Nicaragua, Cuba y Venezuela que apoyar a Biden cuando la Cumbre de las Américas. Ha sugerido que la Estatua de la Libertad sea desmontada de EUA en defensa de Julian Assange y un largo, larguísimo etcétera.

Pues es la fecha en que estos desplantes le cobran factura al gobierno de México. La postulación de Gerardo Esquivel al frente del Banco Interamericano de Desarrollo, del BID, fue casi de último momento después de que la candidata original del presidente, Alicia Bárcena, se cayera a principios de noviembre cuando una legisladora estadounidense señaló que no sería bienvenida.

María Elvira Salazar, envió una carta a la secretaria del Tesoro Janet Yellen pidiendo que el país vote en contra de la candidatura de Bárcena. “Es simpatizante del comunismo”, acusó, ya que, como secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, la CEPAL, habló de manera positiva sobre Fidel Castro y Hugo Chávez. EUA tiene un voto que pesa el 30 por ciento en el nombramiento de quien dirija el BID. Bárcena se retiró. La posibilidad para Esquivel en ese momento se redujo considerablemente y eso explica que en la votación del fin de semana México, que no Esquivel, recibiera solamente dos votos.

Ha sido una soledad autoinfligida, resultado de una política exterior poco profesional. El enojo del presidente, reflejado en el comunicado de Hacienda lamentando que Estados Unidos no apoyara al candidato de México y se decantara por el brasileño Ilan Goldfajn no es más que un botón adicional que enseña que no se entiende que no se entiende.

Culpar a otros es sumarle al error. Pero eso será complicado de ver cuando lo que hay como estrategia central en estos momentos es marchar en contra de una parte de los mexicanos.

Columna completa en El Universal

ARTURO SARUKHÁN

EL UNIVERSAL

 

Bien se dice que hay pocas cosas más costosas que una oportunidad perdida. Y es que desde 2018 hemos sido testigos de por lo menos tres oportunidades relevantes para los intereses de política exterior de México derrochadas, cortesía del desinterés y desprecio presidenciales por las relaciones internacionales y lo que sucede en el resto del mundo.

La primera de ellas, quizá más como resultado de la naturaleza de las propias políticas públicas del actual gobierno -ahuyentando y desincentivando potenciales inversiones- que por la desidia del presidente López Obrador, ha sido la incapacidad para actuar de manera oportuna ante las lecciones que arrojó la pandemia al fracturar cadenas de suministro globales y norteamericanas y generar cuellos de botella logísticos, en el contexto además de la gran recalibración que se viene en Estados Unidos con respecto a la competencia estratégica, comercial y tecnológica con China. Esta es una de esas oportunidades que le llegan a México -y a Norteamérica- una sola vez cada generación, una circunstancia que no estamos capitalizando. La segunda ha sido la falta de apetito y sagacidad para aprovechar la llegada de un hombre como Joe Biden a la Oficina Oval, con el kilometraje acumulado en la relación bilateral y dispuesto a invertir capital político y diplomático en la relación con México. No solo se ha desaprovechado esa coyuntura, que hoy se diluye aún más con los acontecimientos en Europa del este que están copando toda la banda-ancha del gobierno estadounidense, sino que tampoco se ponderó de manera correcta cómo establecer un quid pro quo real y estratégico y con visión de futuro para la relación con nuestro principal socio diplomático y comercial a cambio del apoyo mexicano en el tema prioritario hasta ahora de Biden con México, que ha sido detener los flujos de transmigración a través de territorio mexicano hacia nuestra frontera común. En lugar de ello hemos perseguido nonadas, como el que Washington replique “Sembrando Vida” en Centroamérica. Y la tercera, al igual que la primera oportunidad desperdiciada, con ramificaciones para nuestros intereses estructurales y de largo plazo con Estados Unidos, ha sido en la relación con y -de manera más precisa- ante Brasil.

1994 fue un parteaguas en la relación entre México y Brasil. Desde la década de los noventa, cuando Brasil se vio sorprendido y rebasado por el esfuerzo mexicano de negociación de un ambicioso andamiaje de vinculación global a través de acuerdos comerciales, empezando con el tratado de libre comercio con nuestros dos vecinos norteamericanos, y el ingreso a la OCDE, OMC y APEC, Itamarity (la cancillería brasileña) se abocó a la tarea de construir un área de influencia geopolítica enfocada en Sudamérica, procurando convertirse en un hegemón regional de facto, buscando además expandir de manera significativa su huella y presencia diplomáticas en el resto del mundo. Para lograr lo primero, era esencial desvincular geográfica y estratégicamente a México -y de paso a EE.UU- de Sudamérica. La narrativa brasileña era relativamente simple: no hay tal cosa como “Latinoamérica”; lo que hay es Sudamérica, como esfera de influencia lógica y natural de Brasil, Centroamérica y el Caribe y Norteamérica, en la que a ojos de Brasilia, México decidió ubicarse a raíz del TLCAN. Y lo que inició con Mercosur, y la negativa brasileña a considerar la solicitud mexicana de formar parte de ese acuerdo comercial a principios de este siglo, se profundizaría luego -en el contexto hemisférico- con la creación de UNASUR en 2008 y -en el global- con el establecimiento del llamado grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), de la mano de la gran aspiración brasileña de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La idea de América del Sur como concepto y actor continental y global se fortaleció progresivamente en el comportamiento diplomático de Brasil, hasta llegar a las iniciativas del presidente Luiz Inácio “Lula” da Silva para estructurar la gobernanza sudamericana bajo el liderazgo y la égida brasileñas. A la par, Itamaraty buscó con éxito -cortesía sobre todo de su inversión notable en expandir su huella diplomática, particularmente en África (Brasil cuenta con 222 misiones en el extranjero contra las 157 de México)- frustrar con su cabildeo diplomático, cualquier intento mexicano por encabezar en este siglo una serie de organismos multilaterales, como la OPS, la OMS y el FMI. México no se quedó cruzado de brazos y la oposición mexicana a la candidatura de Brasil a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU fue un paso lógico, natural y correcto desde el punto de vista de nuestros intereses en materia de política exterior. Pero mientras se daba este pulso entre ambas cancillerías -a veces abierto y la mayoría de las ocasiones soterrado, por debajo de la mesa, aunque edulcorado con un discurso en el que ambas cancillerías siempre subrayaban la importancia de relanzar la relación y alcanzar un horizonte de cooperación estratégica- en Washington, con la administración Obama, llegaron a posiciones relevantes en el Departamento de Estado y en el Consejo de Seguridad Nacional funcionarios que postulaban que la verdadera relación estratégica de EE.UU en el continente era con Brasil, tanto por su vocación y apetito diplomáticos globales como por ubicación geográfica y su peso económico y poblacional. Si bien estas visiones se toparon rápidamente con la realidad de sucesivos gobiernos brasileños -animados por su eje de alineación con los BRICS- confrontando a EE.UU en una serie de frentes diplomáticos regionales y multilaterales, muchos de esos funcionarios están de regreso ahora en la administración Biden en puestos relevantes.

La llegada de Jair Bolsonaro al poder y su relación cercana y de amistad con Trump podría haber profundizado esa visión de un eje estratégico privilegiado en el continente; afortunadamente, las limitaciones de ambos líderes evitaron que ello ocurriese. Y la importancia de que eso no se dé en un futuro no es cosa menor para la agenda e intereses mexicanos en el exterior. Me explico. Es muy sencillo: el día que Brasil se consolide a ojos de los estadounidenses como su principal socio estratégico continental, México pasará a ser -por la característica interméstica (lo internacional entreverado con lo doméstico) de la agenda bilateral, una derivación inevitable de la creciente convergencia económica y social entre nuestro país y Estados Unidos- simplemente un tema de política interna estadounidense, o lo que la ex secretaria de Estado Condoleeza Rice alguna vez llamó de manera sarcástica una “relación de condóminos”.

Este último año, con la llegada al poder de Biden, con un Bolsonaro que apostó abiertamente a la reelección de Trump, con los vasos comunicantes que persisten entre los equipos del líder brasileño y el ex presidente estadounidense y que encarna a ojos de muchos en el Partido Demócrata un régimen crecientemente antidemocrático, podría haber provisto a México de la oportunidad idónea para, apalancando la decisión de presidente López Obrador de colaborar en medidas de control de flujos transmigratorios y del papel que México podría jugar en la capacidad de EE.UU de competir comercial, tecnológica y cibernéticamente con Beijing, abonar a la lectura de que es Ciudad de México, y no Brasilia, donde Washington debe construir su relación estratégica de gran calado y de siglo XXI en el continente americano. El presidente de México no parece haberse siquiera percatado de esa oportunidad única cara a una relación entre dos países latinoamericanos que han tenido y tendrán aspiraciones y metas geopolíticas rivales. Aunado a lo anterior, el posicionamiento a medias tintas de López Obrador -a pesar del denodado esfuerzo a contrapelo de su cancillería- con respecto a la invasión a Ucrania y al torpe posicionamiento de las bancadas de MORENA y aliados en la Cámara de Diputados con la instalación de un grupo de amistad México-Rusia en la coyuntura actual, ha acreditado la percepción en Washington de que, en temas globales de peso, no se puede en realidad contar hoy con México. Siempre he insistido que una diplomacia libre de riesgos es una diplomacia libre de resultados, y que ni las brújulas sirven si no se sabe a dónde se quiere ir. El saldo de estas dos carencias del presidente para los intereses del Estado mexicano ciertamente no es halagüeño yendo hacia delante.

A principios de este mes, en una reunión con diputados de Morena y sus aliados legislativos, el expresidente Lula, en el marco de un viaje a México de proselitismo político y electoral, declaró que “AMLO es un regalo para México; no todos los días nace alguien como él.” Claro, Lula encantado; se debe estar frotando las manos al pensar que, de ganar en los comicios presidenciales en octubre, hoy por hoy altamente probable, tendrá a López Obrador como homólogo un par de años para poder liderar y hacer y deshacer a su antojo en la región. No hay que olvidar que durante su gestión se dedicó -de la mano de su asesor diplomático, Marco Aurelio García- a minar de manera puntual y persistente los intereses y la posición de México en Latinoamérica y organismos multilaterales. G. K. Chesterton apuntó que “la única manera de tomar un tren a tiempo es perder el tren anterior.” El presidente mexicano no solo ha perdido varios trenes con destinos relevantes para la política exterior mexicana; no ha logrado tomar uno a tiempo.

El presidente ruso, Vladímir Putin, aseguró hoy que la política exterior de Rusia es pacífica, pero añadió que tiene que garantizar su seguridad, en alusión a un posible ingreso de Ucrania en la OTAN.

“Rusia tiene una política exterior pacífica, pero tiene derecho a garantizar su seguridad, como ya dije, a medio y largo plazo”, dijo Putin durante una rueda de prensa conjunta con el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis.

Putin consideró “provocadora” la pregunta sobre si Rusia se propone atacar a Ucrania, como denuncian Kiev y Estados Unidos, aunque insistió en que para Moscú es “inadmisible” la entrada del país vecino en la Alianza Atlántica.

“Este es un tema muy sensible para nosotros, precisamente la ampliación de la OTAN hacia el este, incluido Ucrania. ¿Cómo podemos no pensar en ello? Sería criminal por nuestra parte no reaccionar y observar lo que ocurre sin hacer nada”, precisó.

Sobre la necesidad de garantías de seguridad vinculantes, dijo haber hablado ayer con su homólogo estadounidense, Joe Biden, durante más de dos horas de cumbre virtual.

“Acordamos que continuaríamos la discusión y lo haríamos en profundidad. Nos intercambiaremos en breve nuestras respectivas posturas al respecto. Rusia preparará sus argumentos dentro de unos pocos días y en el plazo de una semana se los remitiremos a la parte estadounidense”, adelantó.

Desveló que Biden propuso crear un grupo de trabajo que se dedicará a abordar este asunto. “Tengo que decir que esa idea fue formulada por el presidente de Estados Unidos y yo la acepté”, señaló.

Con respecto a la OTAN, lamentó que dicho bloque haya optado por una política de “confrontación” en relación con Rusia, a la que considera su “enemigo”. “No hay nada bueno en ello. Nosotros no buscamos ninguna confrontación”. subrayó.

Putin calificó de “constructiva” la reunión con Biden, que comunicó al jefe del Kremlin que Estados Unidos está dispuesto a castigar a Moscú con fuertes medidas económicas, incluido la suspensión del gasoducto Nord Stream 2, y el reforzamiento del flanco este de la OTAN si ataca a Ucrania.

Sobre la reunión de ayer entre Biden y Putin, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, dijo que fue “positiva”.

“Creo que es positivo que el presidente de Estados Unidos hable con el presidente de Rusia”, dijo Zelenski. “Considero una victoria ucraniana que Estados Unidos siempre haya apoyado a Ucrania, nuestra soberanía e independencia”.

Todo indicaba que la llegada de Biden significaría un viraje de los desplantes de su antecesor que tanto dañaron la imagen de Estados Unidos en el mundo. A La Casa Blanca llegaba un expertazo en temas internacionales. Durante décadas presidió el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y después estuvo ocho años de Vicepresidente con Obama encargado de temas de política exterior que, entre otras cosas, lo trajeron de visita a México en más de una ocasión.

La llegada de gente profesional; pragmática y estratégica auguraba una recomposición de Estados Unidos ante sus aliados que, si bien no sería sencilla, sí sería posible. Pero tan solo en estos primeros ocho meses de gobierno lo que hemos visto es a un Biden actuando como Trump: agresivo; impulsivo y poco leal con aliados tradicionales de Estados Unidos.

Trump-ada 1: La retirada de Afganistán

Cuando el 8 de julio, Joe Biden ofreció una conferencia de prensa para anunciar la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán después de veinte años de guerra en aquel país, aseguró que la salida sería ordenada y que los Talibanes no serían una amenaza para los ciudadanos afganos ni un refugio para el terrorismo internacional. Menos de un mes después vimos la caída de Kabul a manos de los talibanes y una salida de los estadounidenses desordenada y poco preocupada por los afganos que los ayudaron. La salida fue una buena decisión, muy mal instrumentada. Recordé aquella frase de un guerrillero del Frente Nacional de Liberación de Vietnam sobre Estados Unidos cuando la salida de Saigón “Sólo existe algo peor que ser enemigo de Estados Unidos: ser su amigo”.

Así como los norteamericanos pudieron entrar y salir de Afganistán, de un momento a otro aun habiendo pasado veinte años en aquel país, así pueden ayudar y abandonar a cualquier otro aliado. Esa fue la primera Trump-ada de Biden.

Trump-ada 2: El trato a los migrantes haitianos

Si la salida de Afganistán fue tan caótica, quizás fue porque no había de otra, pensamos algunos. Pero al ver el manejo de la crisis migratoria de los haitianos que han llegado a la frontera de Coahuila con Texas en busca de asilo para ser o sacados de vuelta a México o volados de regreso a Puerto Príncipe como ganado, es evidente que hay un problema agudo en el gobierno de Biden. Las imágenes de agentes de la Patrulla Fronteriza a caballo atrapando a los migrantes con la rienda de montar o golpeándolos con fuetes coronaron la visión de que entre los gobierno de Trump y Biden, no hay una diferencia en el trato inhumano a los migrantes.

Trump-ada 3: La estocada a Francia

El anuncio del acuerdo entre Australia; Gran Bretaña y Estados Unidos, AUKUS, para compartir con los australianos tecnología que les permitiera tener submarinos de propulsión nuclear fue una estocada a Francia porque el país perdió un contrato de 40 mil millones de dólares de ventas pactadas con Australia para submarinos convencionales sin que los estadounidenses ni los australianos les dieran un aviso previo.

¿Cómo es que el gobierno de Biden no pensó que debía informar al de Macron de algo así para lograr de AUKUS un acuerdo aprobado y avalado hasta por Francia? El ministro de Relaciones Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, denunció la puñalada por la espalda que recibió por parte de Estados Unidos. Para el Palacio del Elíseo, el cambio de Trump a Biden no resultó tan positivo como esperaban.

La idea de que el gobierno de Biden sería uno de poco drama y mucha estrategia se está cayendo a pedazos. Una razón para ello es la fijación de Biden con China que al parecer le está nublando visión. En la siguiente entrega ese nueva Guerra Fría con China será mi análisis.

Columna completa en El Universal

RENÉ DELGADO

REFORMA

 

La fragilidad de la soberanía quedó expuesta esta semana y, con ella, el proyecto nacional del gobierno lopezobradorista.

La amenaza del emperador de los chantajes y la severidad de las agencias calificadoras advirtieron cómo, en cuestión de días, se podría descarrilar al país y liquidar, así, la esperanza de ensayar un nuevo entendimiento y equilibrio en las relaciones internas y externas de México.

Suspensa la amenaza y vigente la descalificación, esos avisos con tintes de extorsión urgen a reconsiderar la forma y el fondo de la acción de gobierno hacia adentro y hacia afuera, a recalibrar el querer y el poder, y a fijar auténticas prioridades.

Ahora, está claro que en el peligro de una ruptura nacional cuenta tanto el factor externo como el interno.

***

Aun sin conocer los términos del arreglo, es exagerado hablar de un acuerdo entre México y Estados Unidos.

Blandir una amenaza con fecha inmediata de expiración y fincada en la enorme asimetría de una relación revela el brutal desprecio de Donald Trump por la diplomacia y los acuerdos. Exhibe eso y ratifica que ese método de negociación será herramienta de la cual se echará mano cuantas veces sea necesario. Nomás falta que el próximo 18 de junio, al oficializar el anuncio de su intención reeleccionista en Orlando, Florida, Donald Trump señale que el irrealizable muro en El Bravo se corrió al Suchiate y México correrá con los gastos, tal cual lo prometió.

El mandatario estadounidense salió de caza, seguro de regresar con un trofeo para galvanizar a sus seguidores y acariciar la idea de prolongar su estancia en la Casa Blanca. Poco le importó poner en duda con la amenaza el nuevo tratado de comercio, la asociación con su vecino y el entendimiento establecido durante el último cuarto de siglo. Una absurda contradicción, propia de un hombre incongruente.

De lo sucedido, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador está obligado a desprender lecciones y no dar por sentado que, superado el susto, nada habrá de ocurrir más adelante. Trump no honra compromiso, no es un hombre fiable y, en el lance, ya dejó ver que, del elenco de países hostigados, amenazados o agredidos por su capricho, México es la víctima propiciatoria que, electoralmente, rinde frutos.

La expresión “ellos nos necesitan, nosotros no” no sólo queda en la nube.

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Lecciones semejantes es menester desprender del celo con que las calificadoras defienden el modelo (neoliberal) de desarrollo que, pese a sus crujimientos en muchas latitudes, ellas impulsan y arbitran. Apartarse del dogma económico aún en boga cuesta y, pudiendo, las calificadoras no darán, como no dieron, margen de tolerancia.

En esto no deja de ser curioso cómo un gobierno con tendencias proteccionistas y cómo unas calificadoras fincadas en al apertura económica cerraron coincidentemente las tenazas de la pinza que colocó al país en un brutal apuro.

Comoquiera, la descalificación de aquellas agencias no puede ignorarse y es preciso hacer ajustes para remontar la circunstancia y generar confianza a la inversión nacional y extranjera.

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Si bien es reconocible la pronta, aunque precipitada, reacción del gobierno mexicano ante la agresión, ello no impide recapitular sobre los errores cometidos y avizorar ajustes en su propósito y acción.

En su relación con el diferendo con Estados Unidos fueron tres. El primero y original, el vaivén en la política migratoria. El segundo y principal, no leer las reiteradas señales enviadas por el emperador de los chantajes en torno a su molestia por la creciente migración centroamericana con destino a Estados Unidos. El tercero y coyuntural ante la amenaza conjurada, enviar e integrar una importante misión a Washington sin incorporar a las autoridades responsables de la migración y la seguridad. El tema, obviamente, no era comercial.

En relación con la unidad nacional, es preciso fincarla en acuerdos fundamentales y no sólo convocarla al advertir peligros. Si el gobierno quiere concretar sin ruptura la transformación que pretende debe tener fuentes de entendimiento con todos y cada uno de los actores y factores de poder distinto al presidencial, en vez de profundizar la polarización y el desencuentro o desencadenar litigios innecesarios. Resolver, además, si impulsa la política de punto final o la de puntos suspensivos ante el pasado.

En relación con la confianza en la intervención urge equilibrar el querer y el poder, fijar cuáles son las prioridades y qué grandes obras son irrenunciables, cuáles prescindibles y cuáles pausar conforme al ritmo de la circunstancia. Rectificar y ajustar la acción del gobierno sobre todo cuando los recortes le restan capacidad operativa y, avances, tapan agujeros abriendo otros.

Lo ocurrido esta semana marca un punto de reflexión, pero sobre todo de inflexión, si en ánimo de transformar se quiere sostener el rumbo y la dirección. Tal ajuste no pondría en duda quién manda aquí y, en cambio, daría confianza en el mando.

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La idea del presidente López Obrador de que la mejor la política exterior es la interior hoy cobra mayor importancia.

Es momento de fortalecer sin tropiezos las posibilidades de la inversión y el mercado interno sobre la base de generar certeza y confianza, sólo así se podrá encarar el factor externo y explorar en serio nuevas oportunidades. Es momento de replantear las relaciones políticas y salir de la tentación de la revancha que sólo tensa fuerzas sin sumar esfuerzos. Momento de rescatar al país.

Tal reconsideración y ajuste demanda apertura y humildad en el principal abanderado de la transformación, sólo así se podrá mantener viva la esperanza de reponer el horizonte nacional.

Durante su mensaje por los 100 días de su administración, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se refirió a la política exterior por la cual su gobierno se ha conducido.

Indicó que su gobierno desea mantener una relación de amistad con todos los pueblos y gobiernos del mundo.

Fue en ese punto donde resaltó que la relación con el gobierno de los Estados Unidos de América ha sido cordial. “No se usa el lenguaje acusatorio o ríspido, sino la diplomacia y la comunicación permanente”, indicó AMLO.

En ese sentido dijo que su gobierno no está a favor del uso de la fuerza para contener la migración, sino que se ha propuesto atender las causas que la originan.

Recordó el compromiso que se estableció con el gobierno de Donald Trump de invertir al menos dos mil 500 millones de dólares en los países centroamericanos y cuatro mil 800 millones de dólares en proyectos productivos en nuestro país.

Explicó que los acuerdos que se han establecido se enmarcan en la propuesta de crear cortinas de desarrollo de sur a norte para convertir la migración en voluntaria y no un acto forzado por la carencia, la inseguridad o la falta de perspectivas.

 

El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, inauguró la XXX Reunión de Embajadores y Cónsules (REC 2019). Reconoció la labor del Servicio Exterior Mexicano y resaltó que en los siguientes días se diseñará la política exterior que se implementará los próximos seis años.

El canciller dijo a los embajadores y cónsules que México aspira tener la más estrecha y respetuosa relación posible con todos los países. “Aspiramos y nos proponemos participar en las causas globales que nos animan, la lucha por los Derechos Humanos, el fortalecimiento de los valores democráticos con los que nos identificamos profundamente, la preocupación sobre el cambio climático y las acciones que tenemos que llevar a cabo para salvaguardar el futuro de las próximas generaciones”.

El también ex jefe de gobierno capitalino señaló que una de las directrices de la política exterior de México será la de pensar una relación diferente con Asia, y diseñar y aplicar una política de coexistencia y correlación con América del Norte. Otra de las prioridades de política interior y de política exterior, dijo Ebrard, será el sur de México, especialmente Honduras y El Salvador.

El funcionario indicó que se defenderá el principio de no intervención; solución pacífica de los conflicto y cooperación para el desarrollo. “Es lo que manda nuestra Constitución, pero no intervención no significa pasividad, significa respeto a los países”.

El mensaje del canciller pareció ser un mensaje directo a la posición que México adoptó en recientes días sobre la crisis que afecta Venezuela y su decisión de no firmar la declaración que el Grupo de Lima adoptó respecto a instar al presidente Nicolás Maduro a no asumir su nuevo periodo.

Ebrard destacó que se va a rediseñar la política exterior en la que México promoverá y defenderá sus legítimos intereses y su idea del orden global.

Concluyó su intervención exhortando al Servicio Exterior Mexicano a que  “veamos el futuro sí, con incertidumbre respecto a los retos que nos impone pero sobre todo con la confianza de que somos un gran país y que nuestra democracia se ha fortalecido”.

 

Irán Moreno, Secretario de Asuntos Internacionales del PRD, reprochó la falta de una política exterior de Estado clara por parte del gobierno de Enrique Peña Nieto, y del próximo gobierno federal para atender a los migrantes.

“Pareciera que el actual gobierno quiere dejar este problema al presidente electo Andrés Manuel López Obrador pero se ve claro que él no tiene mecanismos para enfrentar esta problemática”, dijo el perredista.

Moreno Santos llamó al actual secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y a su sucesor Marcelo Ebrared, para que en lo inmediato convoquen a una reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y se aborde el tema de migración y en ella se genere gobernabilidad y estabilidad desde Brasil hasta Guatemala.

Indicó que es necesario y urgente que se implementen campamentos coordinados de Cruz Roja internacional, de Naciones Unidas, pues reconoció que los gobiernos municipales no pueden seguir sosteniendo con 500 mil pesos diarios a todos los migrantes que se encuentran en camino a Estados Unidos.

Hizo un llamado urgente, pues dijo “requerimos de la cooperación internacional”.

 

La Senadora del PRI, Claudia Ruiz Massieu, afirmó que es de vital importancia que se preserve lo logrado por la actual administración en materia de política exterior, y no se regrese a la época de la timidez internacional.

“En esta administración ejercimos una política exterior soberana, responsable, moderna y con liderazgo. Diversificamos nuestras relaciones y presencia en el mundo, para beneficio de nuestras familias; actuando también para defender y para empoderar a nuestros paisanos en el exterior”, dijo la legisladora.

Resaltó que los logros alcanzados serán de utilidad para los gobiernos venideros.

Ruiz Massieu sostuvo que nuestro país ha sido un actor protagónico en definir y hacer realidad grandes convenios, tales como el Acuerdo de París, la Agenda 2030, el Pacto Mundial para la Migración, el Tratado sobre Comercio de Armas y la Iniciativa Franco-Mexicana para la Restricción del Uso del Veto en caso de Atrocidades en Masa.

Recordó que frente a uno de los escenarios más adversos, sin precedentes, y frente a políticas proteccionistas, el gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto mantuvo una relación estable con su socio más importante: Estados Unidos.

La también Presidenta del CEN del PRI puntualizó que “no podemos regresar a la época de la timidez internacional ni del nacionalismo, entendido como silencio o ignorancia, de cara a lo que pasa en el mundo. En el PRI creemos en una política exterior soberana, responsable y proactiva”.