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SUBLIMINAL

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ANA MARÍA OLABUENAGA

MILENIO

 

Dicen que escondieron un fotograma en cada minuto de película: la imagen de una burbujeante Coca Cola con hielos y unas infladas palomitas. Que de manera imperceptible la imagen entraba al cerebro; de forma inexplicable manipulaba los deseos y de manera asombrosa la gente se levantaba de su butaca con hambre y con sed e iba a la dulcería del cine a saciar ese antojo que ellos mismos no sabían de dónde venía. Subliminal, decían, como las imágenes sexuales que se escondían en los hielos de un anuncio, las letras al revés en las canciones, las figuras en las cajetillas de los cigarros o las sugerencias de reelección entre risas de nuestro Presidente de la República.

El supuesto experimento del refresco y las palomitas data de 1957, cosa que poco tiempo después, James Vicary, autor de la investigación, desmintió. Es un mito, dijo, el experimento jamás se había llevado a cabo. Sin embargo, la época se prestaba para pensar que el ser humano sí podía ser manipulado hasta el extremo de realizar un acto con el que, en el fondo, no estaba de acuerdo. Los experimentos de Goebbles habían sido revelados no mucho tiempo atrás; la Guerra de Corea había exhibido lo que se dio en llamar el “lavado de cerebro” de la sociedad civil y militar por parte de sus gobernantes; con lo que, más allá de las autoridades, la propia gente lo dudaba: ¿seremos objeto de manipulación aún sin darnos cuenta?

Seducción Subliminal, Psicología Subliminal, Subliminal son algunos de los exitosos libros que se publicaron; comprados no solo por aquellos que asumían estar siendo manipulados, sino por los que querían aprender una forma más fácil de lograr que los otros hicieran lo que a uno le da la gana. 1984, como distópica efeméride y coincidencia, fue el año en que la Real Academia de la Lengua decidió incluir entre sus páginas la palabra “subliminal” y definirla como aquello que “por su debilidad o brevedad no es percibido conscientemente, pero influye en la conducta”.

La política subliminal resultó un escándalo cuando en el año 2000 la campaña de George W. Bush hizo un spot contra los demócratas en donde por un instante se leía la palabra RATS (ratas). Los republicanos negaron alguna intencionalidad señalando que había coincidido con la última parte de la palabra BUREAUCRATS (burócratas) y Bush remató diciendo que un cuadro entre 900 resultaba muy poco para representar una conspiración.

Con esa misma sospecha y desconfianza se habla hoy de una supuesta política subliminal ejercida desde Palacio Nacional. La obsesión del Presidente por lograr la extensión de mandato en la Suprema Corte; asegurar que la gente le pide que se reelija; bromear con que a su mandato no le quedan tres sino seis años; presentar una gráfica en donde él resulta el mejor Presidente del mundo y hasta hacer un anuncio publicitario que lo enuncia. Con lo cual quedará claro que aquí, de subliminal, no hay nada. Lo interesante de todo esto que ha dicho el Presidente es la ligereza, la sonrisa y hasta la carcajada. No existe la más remota sutileza. Esto no se trata de encontrar una chica desnuda en un cubo de hielo, el Presidente acaricia la idea de reelegirse y lo dice sin pudor.

Nuestra política no es subliminal, es clara y peligrosa.

@olabuenaga