SALOMÓN CHERTORIVSKY

REFORMA

Es una anécdota clásica de la época: una vez que el maremágnum financiero dislocó la economía europea, después de sumir a la norteamericana y luego planetaria, la Reina de Inglaterra preguntó: ¿dónde estaban los economistas, como es que nadie lo vio venir?

Las fuentes de información, las evidencias contables, las instituciones encargadas de evaluar la trayectoria del capital bancario miraron hacia otro lado y la catástrofe sobrevino: la peor crisis económica de la historia desde la Gran Depresión (1929), el ejemplo más dramático de ignorar las evidencias.

Así finalizó (o por lo menos debió reformarse) el modelo económico que muchos creían único y que por varias décadas desde Thatcher y Reagan prevaleció en las democracias desarrolladas y en muchos países en desarrollo, como el nuestro.

De esta crisis, el mundo no se ha recuperado; vivimos el momento de mayor desigualdad, los ingresos laborales previos a la crisis en gran parte del orbe, incluido México, no se han recuperado, y si a ello le sumamos las olas migratorias de la última década (África, Siria, Centroamérica y Venezuela) y la falta de respuesta eficaz de los gobiernos, lo que resultó no sólo fue una crisis económica sino que adquirió nuevas expresiones en lo social, en lo político y, muy especialmente, en la moral (la emoción) de millones. En otras palabras: modificó el espíritu de la época, y lo hizo más pesimista, lúgubre y lleno de ansiedades.

Como lo escribió Ricardo Becerra: “La crisis financiera incubó, a escala mundial, un huevo de resentimiento en el que todos los que se ven ajenos, excluidos o ninguneados de la presuntuosa etapa ‘cosmopolita’, cobran venganza del status quo indiferente, y votan en su contra”.

Esto generando elecciones de una nueva generación de gobernantes que, como dice la ex-secretaria de Estado norteamericana Albright, no son populistas sino que se acercan a una suerte de neofascismo y, entre otras cosas, desprecian deliberadamente el conocimiento para la toma de decisiones, desdeñan la buena política públicos, de los técnicos, y lo sustituyen por intuiciones o prejuicios.

Escribía José Woldenberg hace unas semanas: “Trump en Estados Unidos, Duterte en Filipinas, Bolsonaro en Brasil. Países marcadamente diferentes pero liderazgos que se emparentan… capaces de construir y expandir ‘verdades alternativas’, es decir, flagrantes mentiras, y además impregnados de un potente sentimiento anti-científico”.

En México, con preocupación, estamos viendo decisiones importantes que ha tomado el nuevo gobierno, incluso antes de tomar posesión, que no cuentan con un soporte basado en evidencia. Por el contrario, la cancelación del aeropuerto y la ampliación de Santa Lucía son opuestos a los estudios, al conocimiento aeronáutico local y mundial. La reducción al programa de estancias infantiles no se soportó en las rigurosas evaluaciones del Coneval. La anulación del Progresa-Oportunidades-Prospera contradice lo que los estudios demuestran; la construcción de una refinería en Dos Bocas está encontrada con toda racionalidad ambiental, y otras decisiones institucionales que parecerían simples actos de reducción burocrática, como desaparecer ProMéxico y el Consejo de Promoción Turística, la fusión de Diconsa con Liconsa o de Bancomext con Nafinsa, decisiones todas que nacen de prejuicios, malos diagnósticos o simplemente intuiciones.

Si se desprecia el conocimiento, me temo que no hay forma de mejorar las condiciones de existencia y de millones de manera sostenible y duradera.

Qué duda cabe que nuestro país no marcha bien, que la impunidad y la corrupción, la inseguridad y la lacerante desigualdad han maltratado nuestro presente, pero también qué duda cabe que siempre se puede estar peor. Acompañemos al nuevo gobierno en su intención de mejorar, pero exijamos que las propuestas, que los cambios, estén sustentados en datos, estudios y la ciencia. ¿Es demasiado pedir?

 

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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