Arranca un enero más complicado que de costumbre. El tema: el alza en el precio de las gasolinas. Llama la atención que ahora se viva esta alza con las movilizaciones y saqueos que estamos viendo cuando no es el primer enero en el que se da un alza así en los precios de las gasolinas y ni siquiera es la mayor alza de los últimos años.

 

Haciendo una revisión de años anteriores, desde enero de 2008 a enero de 2013 vimos incrementos de entre siete y 11 pesos por litro en promedio. En diciembre de 2014 el incremento en el precio de las gasolinas fue de 30% en promedio. Y ahora con la liberalización de las gasolinas pasamos de un precio promedio de 13.98 pesos por litro a 15.99 pesos por litro este enero.

 

Es un alza considerable, pero no es mayor a otras que hemos vivido y tampoco es única. ¿Cómo explicarnos entonces que estemos en esta situación de miedo, hartazgo y saqueos que han dejado un policía muerto y muchos establecimientos cerrados por el tema de seguridad?

 

Desde mi punto de vista, son tres los factores que explican la situación actual. El primer factor es que el gobierno no ha sabido explicar por qué era necesaria esta alza. No ha sabido decir con claridad que el subsidio a las gasolinas se eliminó porque ya era insostenible. Era un subsidio que costaba anualmente más de 200 mil millones de pesos y que, en el contexto de un país importador de gasolinas, ya no podía mantenerse sin pensar en seguir endeudando al país para financiar una necesidad que es más de clases altas que bajas.

 

Esta falta de comunicación que explique con peras y manzanas las consecuencias de no dejar libre el precio de las gasolinas ha generado una primera explicación del malestar actual.

 

Pero cuando el Presidente pide comprensión y dice entender la molestia de los mexicanos, los ciudadanos lo recibimos como atole con el dedo de quien prometió que no habría alzas impositivas; de quien regresa al gabinete a la persona que, se percibe, destruyó las finanzas del país y, además, de quien no se siente que viva muy preocupado porque, de entrada, tiene asegurada su Casa Blanca para cuando termine su gobierno. Ésa no es mi visión, pero entiendo que sea una percepción que, sin duda, genera mal ánimo.

 

Las otras dos razones tienen que ver también con política. La primera es las elecciones de este año 2017, con la joya de la corona que será el Estado de México. Pero, sobre todo, las elecciones de 2018, en una sucesión que ya está aquí, por más que falte año y medio para que ocurran.

 

Con estas elecciones en puerta, una parte importante de la clase política está lucrando para movilizar el enojo y descontento sin medir las consecuencias. Es evidente que de la noche a la mañana no se movilizaron, por generación espontánea, tantos ciudadanos sin que éstos estuvieran animados por intereses desestabilizadores del gobierno actual. ¡Como si el horno estuviera para bollos!

 

Por último, el tercer factor que explica el malestar actual tiene que ver con el enorme saqueo, pero no me refiero al de tiendas Soriana ni Walmart. Me refiero al enorme saqueo de una clase política que vemos que goza de casas, coches, vacaciones y todo tipo de lujos a costa del erario sin que existan consecuencias para sus actos. Ahí están los Duarte, libres. Borge, Moreira, Fidel Herrera de cónsul en Barcelona y un largo etcétera. Exgobernadores que, ellos sí, representan el gran saqueo a México, sin que sufran una sola consecuencia por sus acciones. La situación ya tiene hartos a muchos. Pero también tiene a otros frotándose las manos porque serán los ganadores en 2018. Esos que le apuestan a que a México le vaya mal para que a ellos les vaya bien serán los pescadores del río revuelto de una acción necesaria, mal postergada y peor explicada.

 

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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