Llevamos diez días desde que los estadunidenses acudieron a las urnas y eligieron aDonald Trump como su Presidente. No era el resultado esperado y esto, aunado al personaje que es Trump y a su retórica antimexicana a lo largo de la campaña y una vez que resultó ganador, ha generado reacciones de preocupación y miedo que algunos han descrito incluso como esquizofrenia colectiva en nuestro país.
La verdad es que las reacciones no se han hecho esperar alrededor del mundo. Desde el triunfalismo de los rusos hasta la enorme preocupación con que se topó esta semana el aún presidente Obama en su gira por Europa.
Pero en el caso mexicano, la cercanía geográfica hace que la incertidumbre sobre cómo será la Presidencia de Trump sea especialmente preocupante. Siempre se ha dicho que lo mejor que nos puede pasar a los mexicanos en nuestra relación con Estados Unidos es que nos ignoren. Porque cuando nos hacen caso, usualmente es por las razones equivocadas. Y el momento actual lo reafirma.
Estar en medio del debate político estadunidense ha sido lamentable para México. Y dudo que, como dice la cancillería, el triunfo de Trump represente una oportunidad. Claro que podemos apostarle al mercado interno y claro que el que nos insulte el próximo Presidente de Estados Unidos genera un nacionalismo que estaba ausente en un país acostumbrado a las malas noticias y a la cobertura negativa sobre lo que ocurre en México.
Pero, más allá de Donald Trump, de la respuesta del gobierno mexicano a su triunfo, de las amenazas a los connacionales —con o sin documentos— que radican en Estados Unidos, lo cierto es que en casa existe una amenaza interna tremenda que, dado el cambio en tantas gubernaturas el año pasado y éste, ha salido de las cloacas casi como lo ha hecho el racismo y el odio en EU.
Me refiero al abuso extraordinario de los gobernadores que saquearon las arcas de sus estados y que ahora tienen a la sociedad sorprendida por el tamaño del desfalco. Una vez más nos damos cuenta, por las razones equivocadas, de lo generoso y rico que es México. Tanto así que da para que gobernadores y sus secuaces dejen en ridículo a Alí Baba y los cuarenta ladrones.
La danza de los millones de los dos Duartes, Javier y César; de Guillermo Padrés, de Borge son más la regla que la excepción. Con que el Estado mexicano se preocupe por lidiar con éstos tendríamos un buen arranque para fortalecer la economía nacional y enfrentar mejor el reto de una Presidencia de Trump que se ve tan incierta.
Da susto, sin duda, lo que viene para EU y para el mundo a partir del 20 de enero que asuma el cargo Trump. Pero también da susto ver el tamaño de la cuchara con la que se sirven los gobernadores en México. Y lo hacen apostando a la impunidad que ha prevalecido.
Hoy está en el reclusorio Padrés. Está ahí por un mal cálculo de sus abogados que creyeron que si se entregaba le daba para enfrentar el juicio en libertad pagando una fianza. La historia apenas empieza. Si en unos días Padrés está de nuevo en la calle, como la mayoría de los ciudadanos cree que va a suceder, estaremos siendo testigos, una vez más, de que si bien el próximo Presidente de Estados Unidos puede generar miedo, incertidumbre e inestabilidad, los efectos de los pillos en casa son peores.
Twitter: @AnaPOrdorica