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Claudia Sheinbaum

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Tenemos presidenta. Claudia Sheinbaum rindió protesta. Recibió la banda presidencial de Ifigenia Martínez, una mujer que nació en 1930, veintitrés años antes de que las mujeres pudieran votar en México, y que hoy le colocó esa emblemática banda a la primera mujer presidenta.

Sheinbaum, vestida de blanco, arrancó hablando del proceso de desafuero en contra de AMLO. “Hace exactamente 19 años, en este mismo recinto, en un atropello a la libertad, el Jefe de Gobierno de entonces […] pronunció un discurso que cimbró para siempre, la lucha por la democracia.”

Todo ayer fueron símbolos. El vestido blanco, algo positivo por no apuntar hacia Morena, el partido que la postuló a la presidencia. Su arranque alabando a Andrés Manuel López Obrador, tanto en el Congreso como después en el Zócalo, no es de sorprender. Ahora es momento de que Sheinbaum capitalice y se adueñe de la popularidad de AMLO, no de desmarcarse y pelearse.

Llamó la atención mucho de lo que dijo la presidenta… y también mucho de lo que no dijo.

Casi desde el principio de su discurso se quiso ir por asegurar que en materia económica será un gobierno responsable, que respetará la autonomía del Banco de México y en el que promoverá las inversiones. “Tengan la certeza que las inversiones de accionistas nacionales y extranjeros estarán seguras en nuestro país”, dijo muy pronto en su discurso.

Habló del TMEC, la herramienta más neoliberal de la economía mexicana, como algo positivo que fortalece a los tres países firmantes: México, EUA y Canadá. Qué bueno porque es cierto. Se refirió a la polémica reforma al Poder Judicial como algo democrático simplemente porque se elegirán a jueces y magistrados. Como si la democracia se redujera al acto de votar y como si perder los pesos y contrapesos no fuera un balde de agua fría para ésta.

Me gustó su enfoque hacia la producción de energía con fuentes renovables y menos en ponerle un número irreal a la producción diaria de barriles de petróleo. No me gustó como habló de la inseguridad. No hubo un solo reconocimiento a los miles de mexicanos que han sido asesinados o han desaparecido en el sexenio. Simplemente se abocó Sheinbaum a decir que la militarización de AMLO no es militarización. Y aprovechó para golpear a Calderón, en sintonía con el discurso lopezobradorista.

Me gustó su anunció de que hoy estará en Acapulco. Los líderes se miden por sus reacciones frente a las tragedias humanas. Ya no perderé espacio en la columna para mencionar la reacción de AMLO ante Otis… mejor a ver para adelante y darle el beneficio de la duda a CSP y su visita hoy a los damnificados de John.

No me gustó que, al cierre, el grito antes de ¡Viva México! Fuera ¡Viva la Cuarta Transformación! porque no todos los mexicanos están en favor de esa transformación – 23 millones no votaron por ella – y con esto falla a su promesa de que gobernará para todos.

El discurso fue de continuidad y de alabanza a AMLO. Por ahora, él sigue siendo la figura principal. El dueño del movimiento. Tiempo al tiempo.

Apostilla: La cita de lo que dijo AMLO en el proceso del desafuero que Sheinbaum eligió ayer en su discurso fue “ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta, que a ustedes y a mí, nos juzgue la historia”. Y sí, hoy aún sigue faltando que la historia juzgue a AMLO, que ya cerró su sexenio, y a Sheinbaum, que está por arrancarlo.

Columna publicada en El Universal

El triunfo de Morena el domingo 2 de junio fue mucho más amplio del que esperaban muchos ciudadanos. La emoción de tantos que veían el posible triunfo de la oposición – difícil, más no imposible en la presidencia – pero sí en las distintas gubernaturas, Jefatura de Gobierno y desde luego en el legislativo, se tornó en shock al conocer la contundente victoria de Morena y sus aliados del PVEM y PT.

Ese shock ha llevado al enojo; a señalamientos de fraude; a gente queriendo comparar las sábanas de sus casillas con los resultados del PREP; a decir que la compañía del hijo de Bartlett metió mano en el software del INE y a un sinfín de teorías de la conspiración para ver si de alguna forma se sostiene que ese resultado estuvo mal.

Estamos hablando de una diferencia de más de 30 puntos porcentuales. Claudia Sheinbaum recibió 17 millones de votos más que Xóchitl Gálvez. Si multiplicamos los votos de Gálvez por dos, se sigue quedando corta frente a los votos de Claudia. Y si vemos el mapa de México, Morena solo perdió en Aguascalientes. El país se pintó de guinda. Fue una paliza.

¿Cómo pudo arrasar así Morena en la CDMX si llevamos días y días de contingencias por la mala calidad del aire? ¿Cómo pudo ganar Clara Brugada si ya no es solo Iztapalapa la alcaldía que no tiene agua? ¿Cómo se reeligió Abelina López Rodríguez en Acapulco después de su lamentable desempeño tras el paso de Otis? ¿Cómo ganó por una ventaja de dos dígitos Rocío Nahle en Veracruz si ni siquiera es veracruzana y sus escándalos de corrupción marcaron la campaña? ¿Quiénes son los que le dieron 78.5% de la votación a Eduardo Ramírez en Chiapas si en ese estado reina la inseguridad; la falta de oportunidades y la pobreza?

Podríamos seguir con este tipo de preguntas y con las teorías de la conspiración. Podemos hablar de los programas sociales y de la intervención presidencial, que sin duda influyó.  Pero es mejor aprender lecciones y voltear a ver hacia adelante.

¿Qué pasó el 2 de junio? La elección ha dejado en claro que México es un país muy complejo y que ni la oposición ni nosotros como analistas y observadores de la política hemos sabido transitar con un importante segmento de los mexicanos.

Por más escritos y publicaciones sobre los elefantes blancos disfrazados de obras de infraestructura; por más que le dimos voz a los que se han quedado sin medicinas; con todo y los reportajes tan documentados sobre la corrupción de los cercanos al presidente, la votación arrojó un claro SÍ para AMLO y un SIGAMOS ADELANTE para Claudia.

La oposición, mientras tanto, decidió no apoyar a su candidata a la presidencia y colocó a amigos y familiares para ocupar posiciones de poder sin importar cual fuera el resultado. Ante la derrota determinante, hoy Marko Cortes y Alejandro Moreno están tranquilos porque tendrán su escaño plurinominal en el Senado. No han tenido la decencia de renunciar a sus dirigencias ni de hablar de un mea culpa.

Además de intentar entender qué pasó, la pregunta pertinente es ¿qué sigue? ¿qué le espera a México bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum? Estamos en sus manos. En su decisión de qué tomar y qué dejar de la agenda de López Obrador. En su visión de a qué ala de Morena escuchar y a cuál apaciguar. Hereda un país dividido con una larga lista de pendientes. ¿Qué camino tomará para enfrentarlos? ¿El de la confrontación o el de la reconciliación?

¿Qué va a hacer la primera presidenta con México y para los mexicanos? En eso toca concentrarnos ahora.

Columna completa en El Universal

Claudia Sheinbaum ¿es o se hace la versión 2.0 de Andrés Manuel López Obrador? Esa es la gran pregunta que genera quien encabeza en este momento las preferencias electorales para convertirse en la próxima presidenta de México cuando ya solo falta un mes para que se lleven a cabo.

En la pregunta queda patente el enigma que representa quien ha estado en campaña extraoficialmente desde hace más de dos años, cuando el presidente comenzó a hablar de sus corcholatas y todos sabíamos que Claudia era la favorita de AMLO.

Y no hay claridad sobre quién es Claudia y qué es lo que quiere hacer realmente de llegar a la presidencia porque hasta ahora hemos visto tres diferentes versiones de ella misma.

La primera versión de Claudia Sheinbaum ha sido la leal escudera de Andrés Manuel López Obrador. La que ha puesto su cercanía y lealtad al hoy presidente por encima de cualquier cosa, incluso de su familia. La que ha enterrado su lado científico para darle prioridad a la ideóloga. Muestra de ello es su respaldo al Tren Maya que ha significado una devastación de la naturaleza y no rendirá beneficios económicos. La que recibió un bastón de mando que es simplemente un bastón, porque no es ella la que está realmente al mando. Basta ver las reformas que envió el presidente para que apruebe un Congreso que solamente coincidirá con López Obrador un mes para darnos cuenta de que él tiene una agenda que va más allá de su sexenio.

La segunda versión de Claudia ha sido la que de pronto levanta la mano para hacer las cosas como ella quiere, aun si esto no se alinea con los deseos o la visión del presidente. Han sido pocas las ocasiones, pero lo vimos primero con su gestión de la pandemia. Cuando López Obrador decía que no necesitaba usar cubrebocas y andaba en las calles besando niños, Claudia Sheinbaum hizo saber a los habitantes de la CDMX que el virus era cosa seria y utilizó cubrebocas. Fue la Claudia que incluso se confrontó con el encargado de gestionar (es un decir) la pandemia, Hugo López Gatell.

La vimos de nueva cuenta siendo la candidata que busca sus propios intereses y no necesariamente alabar a un gran elector, a Andrés Manuel López Obrador, cuando en el primer debate habló más de lo que ella considera sus logros que de lo hecho por el presidente. Esto, al parecer, enfureció a AMLO, pero a Sheinbaum le permitió no meterse en aguas movedizas para defender los indefendibles del actual sexenio ante las preguntas de los moderadores y de la propia Xóchitl. En el segundo debate esta Claudia desapareció y desde los primeros minutos fue rápida en decir que hablaría sobre los logros de López Obrador.

La tercera versión de Claudia ha sido la de la candidata que no pretende salir a ganar votos, más bien quiere administrar su ventaja. La candidata que no da muchas entrevistas y que acude a foros que su equipo se ha asegurado previamente que estén bien controlados. Nada de sorpresas. No quiere que se repita esa escena de morenistas abucheándola cuando estaba buscando ser la elegida en lo que se llamó el ‘corchola-tour’, pero ahora en la campaña general.

Y es precisamente por esta tercera versión de Claudia que no sabemos bien a bien quién es la persona que quiere gobernarnos. Siendo México el país tan presidencialista que es, llama la atención que no sepamos qué versión de Claudia será la que gobernará, si gana la presidencia. Con lo costosas que son las campañas políticas para los contribuyentes, con el tiempo y dinero que se invierte en armar debates, resulta casi insultante que a estas alturas tengamos que preguntarnos ¿Quién es Claudia?

Columna completa en El Universal

Una de las preguntas que escucho seguido ante las próximas elecciones es que, con tanta destrucción, ineptitud y agravios a distintas comunidades ¿cómo puede Andrés Manuel López Obrador gozar de la popularidad que demuestran las encuestas y que de alguna forma parece heredar Claudia Sheinbaum?

Esto me ha llevado a revisar el libro de Leon Festinger, Cuando la profecía falló. Festinger era un sociólogo que se infiltró entre los seguidores de una mujer, ama de casa, que vivía en Chicago en los años 50. Se llamaba Marian Keech.

Keech convenció a un grupo de personas que el 21 de diciembre de 1954 caería un gran diluvio que llevaría al fin del mundo. Solamente ella y sus seguidores se salvarían. Así, este grupo decidió renunciar a sus trabajos; vender sus pertenencias y alistarse para esa fecha fatal. Festinger quería ver cuál sería la reacción de los seguidores de Keech una vez que se dieran cuenta que esa profecía no se cumplía. ¿Se enojarían con Keech? ¿La querrían reportar a las autoridades por ser un fraude? ¿Se deprimirían por haber creído una mentira de ese tamaño?

El 21 de diciembre, Keech y sus seguidores escalaron una montaña cerca de Chicago a la cual llegarían, según la profeta, unos platillos voladores a salvar a los creyentes. Solo a ellos. El día se convirtió en noche y llegó el 22 de diciembre. No hubo diluvio. No llegaron los platillos voladores.

Y ¿qué hicieron los seguidores de Marian Keech? No se enojaron. No se deprimieron. Justificaron la falla de la profecía diciendo que ellos habían sido creyentes tan fervientes que sus plegarias salvaron al planeta del diluvio y por lo tanto ya no fue necesario el rescate de los platillos voladores.

Festinger llamó a esto disonancia cognitiva que es cuando ajustamos nuestras creencias para que éstas o las ideas que nos formamos en nuestra mente se adapten a la realidad. No es un desdén por la realidad. Es un acomodo. Al ver esta disonancia cognitiva en acción entre los seguidores de Keech, Festinger concluyó que pretender cambiar la visión de los fieles es una tarea prácticamente imposible.

De alguna forma, esta conclusión sociológica me lleva a pensar en una explicación alterna al perdón y al teflón que goza el presidente. López Obrador pudo haber hecho de México un mucho mejor país con el bono de seguidores con el que llegó a gobernar y con la cantidad de problemas que había por resolver. Termina el sexenio como un presidente que destruyó mucho y que lo que construyó (Tren Maya; Dos Bocas; AIFA; Mexicana de Aviación) serán elefantes blancos que desde ya están siendo costosísimos para el erario.

En un país con tantas necesidades, la destrucción del actual sexenio es aún más indignante. Esa es la realidad que vivimos millones de mexicanos cuando no gozamos de seguridad; infraestructura ni servicios de educación y salud de calidad.

Pero existe esto de la disonancia cognitiva y entonces, el presidente puede seguir diciendo que su gobierno ha sido la Cuarta Transformación. El 2 de junio sabremos qué tan potente es su base de fieles seguidores.

Columna completa en El Universal

El combate a la corrupción fue el problema número uno que prometió abatir Andrés Manuel López Obrador. Y el fracaso ha sido tan grande, que esta semana, en la presentación de su plan anticorrupción, hasta su fiel escudera, Claudia Sheinbaum, se vio obligada a reconocerlo.

“La corrupción no es un asunto cultural, como se decía antes. Es un asunto que se generó durante años en gobiernos corruptos donde hubo impunidad. Hoy tenemos un presidente honesto, pero tenemos que avanzar todavía más en que se erradique la corrupción en cualquier lugar donde se encuentre”, dijo la candidata de Morena.

Así que seguimos con corrupción y seguimos con impunidad.

Enrique Peña Nieto fue el que dijo que la corrupción en México podía considerarse hasta un tema cultural. Ya estará en los sociólogos definir si esto es cierto o no. Lo que es evidente es que la fórmula mágica que vendió López Obrador para que México fuera otro país, uno mejor, simplemente no funcionó.

AMLO prometió que con acabar con la corrupción se tendría dinero suficiente para cubrir las necesidades del país para hacerlo uno mucho mejor. Y que para acabar con la corrupción simplemente había que barrer las escaleras de arriba para abajo. Es decir, que con que el presidente no fuera corrupto, se acabaría con la corrupción.

Cinco años después, la lista de corruptelas en este gobierno es larga, como también la cifra de lo defraudado a los mexicanos. La impunidad ha permanecido aunque se le ha agregado el componente de disfrazar de justicia lo que es meramente venganza.

Por ejemplo, lejos de haber señalado y procedido contra la corrupción que se dijo que había en el proyecto del NAIM (el aeropuerto en Texcoco) como razón para su cancelación, se prefirió encarcelar a una enemiga política del presidente, a Rosario Robles, y se hizo utilizando una licencia falsa. Nada se ha hecho en el mayor desfalco del sexenio, el ocurrido en Segalmex, bajo la batuta del amigo del presidente, Ignacio Ovalle.

Cuando habla Sheinbaum de gobiernos corruptos del pasado ¿con qué autoridad moral lo dice? Si, es vergonzoso pensar en los negocios de los hijos de Martha Sahagún, pero más lamentable es ver que seguimos igual, veinte años después, solo que ahora viendo los negocios y las frivolidades de los hijos del actual presidente.

En su plan habla de reforzar la política de contrataciones gubernamentales mediante licitación pública. Esto es un viraje 180o de lo que hemos visto en el gobierno de López Obrador. Primero, porque han sido reacios (por usar una palabra amable) a la transparencia que exige el INAI. Tan es así que buscan desaparecerlo. Y segundo, en lo que va del sexenio, la opacidad en la entrega de contratos gubernamentales ha llegado al extremo de declarar obras de seguridad nacional El Tren Maya, El corredor del Itsmo y el aeropuerto de Tulum, entre otros. Así, AMLO ha evitado transparencia en los contratos y gastos de estas obras. Lo mismo que hizo cuando fue Jefe de Gobierno y clasificó los documentos sobre los costos de la construcción de los segundos pisos en la CDMX.

Cuando se le ha cuestionado sobre esta opacidad, López Obrador se justifica con el clásico de que “nosotros somos distintos; somos honestos”. Esa honestidad de la que presume el presidente ha sido insuficiente para combatir la corrupción. Su receta de que barriendo las escaleras de arriba abajo se acaba con la corrupción no ha funcionado. Tan es así que la aspirante a sucederlo ha tenido que admitir que en materia de corrupción hay una tarea pendiente, si es que ella llega a ganar en junio.

Columna completa en El Universal

¿Qué debe hacer Claudia Sheinbaum? Gobernar la Ciudad de México nunca ha sido una tarea sencilla. Si alguien lo sabe es Andrés Manuel López Obrador quien ya ocupó la Jefatura de Gobierno que hoy ostenta Claudia. Pero a diferencia de él, que era Jefe de Gobierno cuando Vicente Fox llegó a la presidencia con el enorme bono democrático de ser el primer jefe del ejecutivo en ganarle al PRI, Sheinbaum llega a gobernar la Ciudad de México para compartir el espacio con el mismo partido, Morena. Esto no ocurría desde 1997 que Cuauhtémoc Cárdenas se convirtió en el primer Jefe de Gobierno con Ernesto Zedillo en Los Pinos.

Claudia Sheinbaum tiene actualmente un buen nivel de aceptación. De acuerdo con la más reciente encuesta de Consulta Mitofsky que hace un comparativo entre la aprobación de AMLO con la de los gobernadores y la Jefa de Gobierno, ella tenía un 50.3 por ciento de aprobación en noviembre del 2019 frente a AMLO que tenía 55.5 por ciento. Ahora la situación se ha volteado. AMLO tiene 57.6 por ciento de aprobación y Sheinbaum tiene más: 60.7 por ciento.

Estos números muestran que la Jefa de Gobierno está logrando un buen malabarismo en el dilema que enfrenta: acercarse demasiado al presidente López Obrador la aleja de buena parte de su electorado y tiene repercusiones negativas en los ciudadanos de la CDMX; alejarse de López Obrador le complica sus aspiraciones presidenciales hacia el 2021.

Para darle gusto al presidente en su manejo de la pandemia, Sheinbaum tendría que no utilizar cubrebocas; no hacer pruebas ni implementar el Código QR para intentar rastreo de contagios. Ese dilema explica parte de la razón para que estas medidas se apliquen tarde y tibiamente. Pero finalmente ha logrado que avancen. Aquí digamos que el dilema de Claudia se resuelve favorablemente.

Para darle gusto al presidente en su desprecio a los empresarios, Sheinbaum primero se peleó con varios en el ramo inmobiliario principalmente. El Cártel Inmobiliario, lo llamaron en la Jefatura de Gobierno. Bajo el argumento de combate a la corrupción, se paralizó prácticamente la construcción en la ciudad. Ahora, para intentar reactivar la economía de la CDMX se ha dado un acercamiento que a final de cuentas ni generó rendición de cuentas de ese cártel, pero sí provocó un boquete en la finanzas y en el desarrollo ordenado de la capital. Por ello, el dilema de Claudia de alejarse de los empresarios para darle gusto al presidente ha significado un costo para los ciudadanos de la CDMX.

En la agenda de género es quizás en donde más ha sorprendido la forma que ha decidido la Jefa de Gobierno para lidiar con las demandas feministas. Ante un presidente que, duele decirlo pero no hay de otra: es un misógino, Claudia Sheinbaum asumió las protestas para frenar la violencia de género como una afronta directa en su contra y no demandas legítimas. Con la llegada de Omar García Harfush a la Secretaría de Seguridad local, la situación ha mejorado en cuanto a la libertad de manifestación de las mujeres. Aquí el dilema está a flor de piel. Aun tiene que trabajarlo la Jefa de Gobierno.

Mucho se habla de cómo AMLO puede tener aprobación tan alta a pesar de los problemas que tiene el país, heredados unos y generados por él otros. En el caso de Claudia Sheinbaum vemos que la Jefa de Gobierno goza de mayor popularidad que el presidente. La gran duda será si Sheinbaum logra resolver cada vez mejor su dilema: tiene que malabarear con darle gusto al presidente o dejarle una mejor ciudad a los capitalinos.

 

Columna completa en El Universal