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¿Qué horas son? las que usted diga, señor presidente. Es la respuesta que México ha querido evitar que se le de al titular del ejecutivo desde hace décadas porque significa una anécdota del país de un solo hombre. Del presidente todopoderoso al cual nadie puede refutar; corregir y ni siquiera informar. Pero ese es el México en el que nos encontramos bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.

Ya sabemos que si la crítica viene de los periodistas, el presidente la va a desechar y a descalificar como obra de los adversarios que quieren conservar los privilegios del pasado. Por ello, la esperanza de México (para usar una frase del presidente) radica en quienes están cerca de él y que saben que no vamos por el camino correcto, aun cuando las intenciones pueden ser las mejores y más bondadosas.

La esperanza recae en personas como Alfonso Romo; Marcelo Ebrard; Arturo Herrera; Claudia Sheinbaum y Olga Sánchez Cordero. Funcionarios públicos que, si bien se acercaron a Andrés Manuel López Obrador por estar de acuerdo con varias de sus propuestas y dudando e incluso desechando las críticas de que sería un presidente que destruiría la riqueza y minaría la democracia, hoy deben voltear a ver la situación del país y las respuestas que ha dado el presidente para darse cuenta que esas buenas intenciones no nos están llevando a los resultados esperados.

Momentos como el que vive México los han atravesado otros regímenes y otros gobiernos. La destrucción de un país no ocurre simplemente por la voluntad de una sola persona. Va acompañada de sus colaboradores incondicionales. Incluyendo aquellos que saben que el camino no es el adecuado, pero que persisten silenciosos a su lado.

Hoy vemos esto en los republicanos en Estados Unidos. La colaboración del partido con Trump tiene al país viviendo tres crisis simultaneas de enorme proporción cada una de ellas: la de salud, que es la peor desde la pandemia de 1918; la económica, que es la peor desde 1933; y la protesta social, que es la más crítica desde las manifestaciones de 1968. Trump, lejos de apaciguar, decide encender. Su respuesta a cada una de estas crisis las ha empeorado. Pero aún así, el partido lo respalda.

En su gabinete han estado personajes como Gary Cohn, quien fuera asesor económico de La Casa Blanca, cuya renuncia fue tardía, según lo relata el periodista Bob Woodward en el libro Fear, porque creía que su presencia en el entorno de Trump impedía que el presidente cometiera mayores locuras como cancelar el TLCAN o la imposición de aranceles al acero y al aluminio. Cohn se mantuvo aun cuando estaba escandalizado de la defensa del presidente a los supremacistas blancos de Charlottesville. Al final renunció cuando la imposición de aranceles ocurrió.

Todo esto para decir que en México suceden cosas que son no solo incongruentes, sino inaceptables, y al parecer nadie en el entorno del presidente le puede refutar por el bien del gobierno mismo y del país.

Tan solo en estos días se nos presentó un mapa todo en rojo y una curva que sube, sube y sube con casos de contagio y muerte y al mismo tiempo se nos dice que se acabó la jornada de sana distancia y que poco a poco puede comenzar la nueva normalidad. Además, el presidente decide irse de gira por el sureste. Si esto que es completamente ajeno a la lógica, se señala con incredulidad, el presidente dice que es porque sus adversarios queremos que la pandemia se desborde.

Lleva semanas diciendo que hemos domado a la pandemia; que ésta nos vino como anillo al dedo; que las remesas nos van a salvar; que el peso no está tan devaluado; que la autosuficiencia energética hará de México un país diferente y ayer dijo que pasando junio vendrá la recuperación económica.

A su lado se encuentran secretarios; funcionarios y gobernadores. No todos de Morena. Los hay de oposición. Y nadie señala las incongruencias de manera rotunda, lo que los convierte en cómplices silenciosos de la ruta por la que se encamina México.

Columna completa en EL UNIVERSAL