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México está ubicado junto a Texas y sus enormes reservas de gas natural. ¿Por qué, entonces, los mexicanos no cuentan con mejor infraestructura de ductos para aprovechar este privilegio que otorga la geografía?

Esto fue, palabras más palabras menos, lo que planteó hace unos días el exembajador de Estados Unidos en México y hoy subsecretario de Estado, Christopher Landau, durante el Concordia Summit en Nueva York. A su lado estaba François Poirier, CEO de TC Energy, compañía canadiense de infraestructura energética que desde hace casi un siglo opera ductos, instalaciones de almacenamiento y plantas de generación en Norteamérica. Landau recordó que desde su paso por la embajada, en tiempos de AMLO, ha hecho esta pregunta al gobierno mexicano. Y nada ha cambiado.

Poirier habló entonces del ducto submarino que TC Energy construye junto con la CFE en el sureste: el proyecto Puerta al Sureste. Este transportará gas natural desde Tuxpan, Veracruz, hasta Coatzacoalcos y Paraíso, Tabasco. Landau celebró que al fin se hiciera algo en esa región: “Nunca entendí por qué López Obrador se quejaba tanto de la falta de desarrollo en el sureste y, al mismo tiempo, dejaba pasar estas oportunidades para México. Los mexicanos hablan de desarrollar el sureste, justo Tabasco. La energía es catalizador del desarrollo y del crecimiento, pero no hacen nada por mejorar su infraestructura. Necesitan proyectos de infraestructura”, insistió Landau.

Poirier remató: gracias a ese proyecto conjunto, el abasto de gas natural en la zona podría duplicarse. Y, con la inversión adecuada, México podría volver a duplicarlo después.

Puerta al Sureste es un ejemplo claro de los beneficios de la integración energética en Norteamérica. Esta infraestructura clave fue posible gracias a una alianza entre una empresa canadiense, TC Energy, y el gobierno de México, a través de la CFE, para llevar gas natural estadounidense al sureste del país.

Este tipo de proyectos deberían de ser música para los oídos para la presidenta Sheinbaum en un momento tan complicado en las relaciones con Estados Unidos, donde Trump amenaza con cerrar fronteras e imponer aranceles.

En especial cuando la presidenta Sheinbaum ha reiterado que dentro del Plan México está la necesidad de aumentar la autosuficiencia energética como paso estratégico hacia la seguridad y la sostenibilidad. Coincido. Pero sin infraestructura esa meta es imposible.

En el Foro Energético que se llevó a cabo hace unos días en el Senado, Víctor Rodríguez Padilla, director general de Pemex, dijo que el gas natural “es más importante que el petróleo y que el aceite, porque es el combustible de la transición: nos permite tener generación eléctrica con muy alta eficiencia. El gas convertido en electricidad es lo que sostiene a la economía mexicana”.

Las reservas nacionales de gas natural son significativas, pero no de acceso inmediato. De hecho, la producción cayó 35 por ciento entre 2010 y 2024. Nuestra capacidad está limitada. Por eso es urgente pensar en un plan energético de Norteamérica. No como dádiva de Estados Unidos, sino como integración que beneficie a los tres países: México, Estados Unidos y Canadá.

El modelo debería de ser claro: TC Energy pone la infraestructura; EUA, el gas natural; y México, la ventana para usarlo y exportarlo. Así ocurrió ya con el proyecto Altamira LNG, en Tamaulipas, desde donde New Fortress Energy comenzó a enviar gas a Europa. Dado que EUA carece de terminales de gas natural licuado en la costa oeste, México ha sido su vía hacia Asia.

La pregunta, entonces, es inevitable: ¿Vamos a aprovechar de verdad estas oportunidades que nos presenta le geografía?

Columna publicada en El Universal

Esta mañana el INEGI dará a conocer las cifras del crecimiento del Producto Interno Bruto. Se anticipa que este número va a ser negativo. Con esto serán ya dos trimestres al hilo con PIB negativo, lo que algunos definen como una recesión.

No voy a entrar en el debate de si esto es o no la definición precisa de recesión porque ni los economistas más destacados del mundo han logrado ese consenso, pero psicológicamente dos periodos con PIB negativo no pueden considerarse buenos para la economía de un país. Y si algo le pega a la psique de los inversionistas, le pega al bolsillo de los consumidores. Pero aun con este dato del INEGI, el presidente Andrés Manuel López Obrador seguirá firme con su apuesta de que en el 2019 vamos a crecer al 2 por ciento.

Y AMLO va a ganar la apuesta.

La apuesta no la va a ganar por un impulso natural que recibirá México vía el crecimiento de la economía estadounidense. Tampoco por las ganancias del sector exportador que se beneficia del tipo de cambio estable. Ni siquiera ganará la apuesta por el anuncio positivo de que Hacienda va a inyectar 500 mil millones de pesos a la economía vía la banca de desarrollo; créditos para viviendas y créditos al campo. Pero la va a ganar.

La va a ganar a pesar de que esta inyección de capital no va a devolver de la noche a la mañana la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros para que vengan a meter su dinero en proyectos concretos y de largo plazo, no solamente en instrumentos financieros que pueden irse igual de fácil que como llegan.

Va a ganar la apuesta a pesar de que Citibanamex hizo un nuevo pronóstico del crecimiento para el año que lo modificó de .09 a .02 por ciento y de que ni el más optimista de los pronósticos anticipa un crecimiento cercano al 2 por ciento.

Si volteamos a ver otras cifras, todo indica que el presidente tiene una apuesta perdedora. Por ejemplo, la inversión se contrajo 2.1 por ciento entre enero y abril del 2019. La producción industrial cayó 2.1 por ciento en mayo, la caída más pronunciada desde enero del 2009. El subejercicio en el gasto gubernamental, motor fundamental para el crecimiento de la economía, es preocupante porque aun si se decidiera no continuar con este subejercicio, volver a echar a andar la economía que se frenó de tajo no es tan sencillo como pulsar un botón de encendido.

El freno de mano autoimpuesto por el gobierno a la economía significa que las empresas tienen que hacer recortes, que por ello los ciudadanos tienen menos dinero para gastar y que por lo anterior el gobierno tiene menos dinero que recaudar. Lo que hoy es un subejercicio que deja dinero en las arcas, mañana serán unas arcas sin dinero que invertir. Y así el círculo vicioso.

Pero, con todo y todo, el presidente va a ganar la apuesta.

Al final del año la apuesta de AMLO de que crecimos al 2 por ciento la va a sostener el presidente porque si bien los bancos y el INEGI van a reportar una cifra distinta, menor, López Obrador va a presentar sus propios argumentos sustentados en el libro que publicará en diciembre: la economía moral. AMLO dirá que México se está transformando; que ahora medimos el desarrollo y el bienestar y no solamente el crecimiento. Que, si bien antes se crecía poco más del 2 por ciento, el dinero solo se quedaba arriba y ahora, con su 4T, no va a ser necesario esperar a que el chubasco de dinero de arriba les llegue a los de abajo porque él sabe que eso nunca sucede.

 

Columna completo en EL UNIVERSAL