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En la mañanera del lunes, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró que el pueblo se cansa de tanta pinche transa. Y nadie como él ha sabido leer este cansancio, hartazgo incluso, con tanta pinche transa.

Por eso, en gran medida ganó Andrés Manuel López Obrador. Ayudado por un gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto, marcado no solo por escándalos de corrupción, también por desdén hacia quienes señalaban sus dimensiones y por una enorme frivolidad e impunidad.

Pero en verdad y, usando palabras del propio presidente, con todo respeto, no entiendo en qué consiste la lucha contra la corrupción que dice encabezar Andrés Manuel López Obrador. Empezando porque es el más opaco de los presidentes desde que se dio la alternancia en el ejecutivo en el 2000.

No sabemos de qué ha vivido todos estos años, aun si fuese cierto que solo tiene 200 pesos en la cartera. Su declaración 3 de 3, lo hemos mencionado antes, es de pobreza inexplicable. Y ésta es igual de indignante que la riqueza inexplicable. AMLO se niega a ser claro respecto a los recursos que le han permitido ser un político que ha recorrido el país de arriba abajo y el proveedor de una familia de cuatro hijos y una esposa.

Mañana tras mañana se lanza en contra de un nuevo sector, sin dar nombres ni apellidos, al que señala por la corrupción del pasado. Ya hemos escuchado sobre los huachicoleros de cuello blanco; sobre los funcionarios corruptos de Pemex; los de la SCT y contratistas del Nuevo Aeropuerto que querían enriquecerse a costa del pueblo; sobre las calificadoras como Fitch Ratings que solaparon la corrupción en Pemex; y ahora se ha ido en contra de los cabilderos de las grandes empresas que logran excensiones millonarias en el pago de impuestos para sus clientes.

“Seré respetuoso de los poderes de la Unión, pero juez, magistrado o ministro que solape la corrupción será exhibido, pues el pueblo se cansa de tanta pinche transa”, fue la oración completa del presidente. Y sin embargo, él es el primero que ha hablado de amnistía y de un borrón y cuenta nueva. A veces lo matiza diciendo que el devenir jurídico de los ex presidentes se resolverá mediante una consulta popular.

¿No se dan cuenta quienes esto aplauden lo grave de la propuesta? Implica amnistía por una parte y hoguera por otra. Una hoguera que brinca por encima a todas las instituciones que conforman el aparato de justicia del Estado Mexicano, con todo y sus enormes deficiencias.

 

Columna completa en El Universal

El regreso del PRI a Los Pinos hace seis años se dio con un político joven que llegó con popularidad pero en medio de una fuerte decepción con la alternancia porque el PAN tenía también sus escándalos de corrupción. Que regresen los que saben, fue el tono de la elección del 2012 ante una ciudadanía que pareció resignarse a la corrupción.

En febrero del 2012 pude platicar con el entonces candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, cuando tenía 14 puntos de ventaja sobre el segundo lugar. La elección ya se veía definida. Enrique Peña Nieto sería el próximo presidente. Le hice una entrevista para un libro que se llamó 2012: Los Punteros en la que le pregunté sus prioridades para cuando llegara a Los Pinos.

Crecimiento; seguridad y educación, fueron sus tres prioridades. En ésta última, en educación, se concentró gran parte de la entrevista. Consideró en ese momento ser un político diferente al cual se le podía tener confianza porque como gobernador del Estado de México había sabido escuchar a la gente y por ello se había sensibilizado con sus problemas.

Sobre seguridad, su énfasis fue componer el aparato de procuración y administración de justicia. Dijo no estar de acuerdo con la demanda en cortes internacionales que se abrió en contra de Felipe Calderón por violación a los Derechos Humanos. Demanda de la cual, por cierto, nada hemos vuelto a saber a lo largo del sexenio.

Sobre corrupción, Peña habló de la creación de un zar anticorrupción. Zar que, sobra decir, brilla por su ausencia a tres días de concluir el sexenio. Más aún, concluye Peña con un encargado de despacho en la PGR. Alberto Elías Beltrán lleva ahí no un mes, ni dos, ni seis. Lleva trece meses de encargado de despacho de una de las carteras fundamentales para poder empezar a vislumbrar que en México existe Estado de Derecho.

A la pregunta concreta sobre impunidad de los políticos que cometen actos de corrupción, con los ejemplos de René Bejarano, cuando AMLO era Jefe de Gobierno; Cesar Nava, en la presidencia de Felipe Calderón, o los PRIístas Humberto Moreira, Mario Marín (eran los corruptos de hace un sexenio), Peña respondió: “El compromiso que quiero hacer con los mexicanos en esta materia es emprender un combate eficaz a la corrupción. […] ni el partido ni yo estamos para solapar los actos fuera de la ley de nadie, sea del PRI o de cualquier otro partido. La ley debe aplicarse por igual a todos los mexicanos y lo que debe dejarse acreditado es no solo el postulado sino la acción eficaz en ese combate, que es la parte que no se ha visto. Yo estoy haciendo un compromiso para que, donde haya denuncia y se acredite una práctica de corrupción, se pueda sancionar y aplicar la ley a quien incurra en ese delito.”

Seis años después, ya sabemos que esto simplemente ha quedado sin cumplirse.

 

Columna completa en El Universal

Andrés Manuel López Obrador ha sido un genio de la comunicación. Ante el gran y justificado enojo de los mexicanos con el gobierno de Enrique Peña Nieto vendió una idea a la sociedad: o están conmigo o están con Peña y la mafia del poder que lo acompaña.

Y esa ecuación binaria se ha llevado a diferentes ámbitos. El más reciente ha sido el proyecto futuro de México y su aeropuerto, el NAIM. En el recién concluido proceso de consulta la opción que nos dieron pareció ser: o se estaba con Texcoco – ósea, Peña Nieto y su corrupción – o se estaba con AMLO y la democracia.

Blanco o negro; sí o no; AMLO o Peña Nieto; Morena o el PRIAN. En esa tesitura hemos sido colocados como país.

Y en este proceso binario o se está a favor de la austeridad o se quiere el despilfarro de recursos. No existe la posibilidad intermedia de querer un México desarrollado, echado para adelante, con ciudadanos que tengamos un nivel de vida más parejo, sin disparidades tan abrumadoras en el ingreso, posible a través de políticas transparentes y del buen uso de los escasos recursos públicos con los que cuenta el Estado.

¿Por qué no podemos pensar en un México que tenga no uno sino varios aeropuertos de primera para recibir a turistas con una buena imagen y lograr ser el puente de comunicación entre norte y centro y Sudamérica con toda la derrama económica que ello implicaría? ¿Somos incapaces de lograr proyectos de desarrollo ambiciosos y sin corrupción de por medio?

¿Por qué no podemos pensar en un México que tenga una educación de mejor calidad para que los jóvenes mexicanos puedan competir en México y en cualquier parte del mundo que elijan para lograr un mejor nivel de vida para ellos y sus familias?

 

Columna completa en El Universal

El presidente Enrique Peña Nieto declaró en el foro organizado por Grupo Interacciones y El Financiero Bloomberg (16 de octubre) que nunca, ningún gobierno había luchado tanto en contra de la corrupción como el suyo.

 

En un primer momento pensé que había escuchado mal. Pero no. Lo dijo Peña Nieto y agregó que el problema no es su combate a la corrupción, sino que en México vemos corrupción en todos los problemas. Si hay un socavón, culpamos a la corrupción, aun cuando éstos ocurran en varios países. Si hay un choque, queremos culpar a quien compró el semáforo que, al fallar, ocasionó el accidente.

 

Olvida el presidente que, si bien socavones ocurren en otras partes del mundo, éstos no suceden a tres meses de inaugurada la obra que costó casi el doble de lo presupuestado y sobre la cual el propio Secretario de Comunicaciones y Transportes presumió que se había invertido en la infraestructura necesaria, en este caso el drenaje, que luego se supo no se invirtió y fue justo la falta causante del socavón.

 

Pero socavón y semáforos a un lado, si lo que quiere el presidente Peña es que comparemos la corrupción del actual sexenio con la que ocurría cuando López Portillo era presidente y se tiraban bardas de conventos antiguos para meter pianos para su esposa, sí, indudablemente hay menos corrupción a nivel ejecutivo.

 

El problema es que México ha cambiado y hoy ese tipo de escándalos no son comparativos, pero tampoco son razón para eximir la corrupción actual.

 

 

 

Columna completa en EL UNIVERSAL

Que en un país que batalla para crecer al 2 por ciento y con más del 50 por ciento de la población viviendo en niveles de pobreza el principal problema que preocupe a la ciudadanía sea la corrupción, dice mucho sobre la economía, pero más sobre la enorme corrupción que nos corroe.

 

El presidente Enrique Peña Nieto llegó al poder con la consigna de batallar contra la corrupción. Aun así, a un año de concluir su sexenio sigue acéfalo el Sistema Nacional Anticorrupción y pendiente de ser nombrado el Fiscal General de la Nación. Si pretendían que este papel lo llenara Raúl Cervantes, la cercanía con el presidente primero, y el escándalo de su Ferrari con placas de Morelos para evitar pagar la tenencia de la CDMX después, fueron suficientes para enterrar las aspiraciones de Cervantes a la Fiscalía. Su renuncia a la PGR fue sorpresiva porque vivimos en un país en donde hacer trampas y romper la ley no conlleva castigo alguno.

 

 

 

Columna completa en EL UNIVERSAL