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La renuncia de Liz Truss como Primera Ministra de Gran Bretaña a tan solo 44 días de haber llegado al número 10 de Downing Street muestra una de las grandes ventajas que tienen los sistemas parlamentarios sobre los presidencialistas. Si un Jefe de Estado le falla a la sociedad, tiene que dejar el poder. No importa cuánto tiempo falten para las siguientes elecciones ni si al llegar al poder heredaron un país en crisis.

En un sistema presidencialista como el mexicano estamos amarrados a un Jefe de Estado por seis años. Algunos argumentarán que esto evita la volatilidad en la que se encuentra Gran Bretaña en donde el Partido Conservador ganó las elecciones de diciembre del 2019 con Boris Johnson como su candidato y desde entonces ya van en su 3er Primer Ministro.

De acuerdo. Los Conservadores han estado en una crisis grave desde que coquetearon e impulsaron la idea del Brexit. Pero cada vez que el jefe del partido en el poder y por lo tanto Primer Ministro no logra cumplir con sus promesas de campaña, no ha tenido espacio para aventar culpas.

El reto para el nuevo Primer Ministro, Rishi Sunak, será arreglar la crisis en que está inmersa la economía británica sin que el golpe inevitable que llegará a los bolsillos de los ciudadanos genere un descontento que lo obligue también a dimitir. Sunak lo tendrá que hacer con un partido Conservador sumamente dividido y, para acabarla de amolar, deberá de lograrlo sin que lleguen los reclamos de que como él es multimillonario (tiene más dinero que la Corona inglesa), los sacrificios requeridos para bajar la inflación no le afectan como al resto de los mortales.

Enormes retos para el gobierno británico, sin duda. Pero me parece que son preferibles a la cárcel del sexenio en el que vivimos en el sistema presidencialista mexicano.

Es inexplicable que a cuatro años de haber asumido el poder, el presidente López Obrador siga culpando de sus fallas e incompetencias al pasado. ¿Para eso lucho tanto por ganar?

Liz Truss tuvo que renunciar por presentar un proyecto de presupuesto que simplemente no cuadraba. Proponía reducir los impuestos, en especial a los que más ganan, sin recortes al gasto gubernamental. ¿De dónde saldrían los recursos para cuadrar ese presupuesto? Al no haber una respuesta clara a esta interrogante, Truss trató de salvar su gobierno corriendo a su ministro de finanzas. Nada de responder con una evasiva como un “yo confío en que es una persona íntegra”. Pero ni corriendo al ministro Kwasi Kwarteng logró Truss estabilizar el barco. La historia ya la conocemos. 44 días después de haber llegado al poder tuvo que renunciar por su incompetencia.

Antes de Truss dimitió Boris Johnson. La gota que derramó el vaso de agua fue el escándalo conocido como ‘Partygate’. Johnson y parte de los integrantes de su gobierno se dieron licencia durante la pandemia para reunirse y beber mientras al resto de los ingleses los obligaron a estrictos confinamientos. Mentir y creerse por encima de los ciudadanos comunes y corrientes le costó el puesto.

En México han salido vídeos, muchos vídeos, desde René Bejarano hasta el hermano del presidente Pío López Obrador, recibiendo dinero en efectivo cuya procedencia no han podido explicar. Al cuestionársele, el presidente ha admitido que ese dinero ha sido para ‘el movimiento’, como si eso fuese una excusa para manejar maletas de efectivo. AMLO sigue siendo presidente y lo seguirá hasta el 30 de septiembre del 2024. No importa cuánta corrupción lo rodee, no importa qué tan mal haga su trabajo, tenemos AMLO por seis años. Es la cárcel del sexenio en el sistema presidencialista mexicano.

Con todos sus defectos, el sistema parlamentario como el de los ingleses, me parece uno mucho mejor por la rendición de cuentas a la que obliga a sus gobernantes. Si son incompetentes al gobernar, salen.

Columna completa en El Universal