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“Es un principio fundamental de nuestra política exterior la no intervención y la autodeterminación de los pueblos. A eso nos ceñimos en el caso de lo sucedido en Perú”, esto escribió en sus redes sociales el presidente Andrés Manuel López Obrador a propósito de la caída del presidente Pedro Castillo.

Esto mismo que dijo sobre Perú lo ha expresado y repetido en prácticamente cada ocasión en la que se ha buscado una postura del gobierno mexicano ante temas internacionales. Pero la no intervención es una herramienta discursiva más de López Obrador que utiliza a conveniencia.

Si gana la elección presidencial el demócrata Joe Biden, contrario a la preferencia inexplicable que tenía López Obrador que era la reelección de Donald Trump, entonces se negó a felicitarlo con la excusa de que había que esperar hasta que el Congreso estadounidense certificara la elección para no intervenir en un asunto interno de otro país.

Pero cuando en Brasil el izquierdista Lula da Silva había apenas ganado la primera vuelta electoral con menos del 50 por ciento de los votos, inmediatamente vino la felicitación desde la mañanera, aun cuando faltaba la segunda vuelta y por ello el triunfo de Lula no estaba asegurado. En el caso de Brasil, cuando el resultado preliminar se ajustaba a los deseos del presidente, entonces no hubo problema de opinar y con ello intervenir en la política de otro país.

En el caso de la guerra en Ucrania, el presidente ha dicho que no quiere opinar aduciendo a su excusa favorita, la no-intervención. Esta postura en los hechos resulta un apoyo a Vladimir Putin y su inexcusable e ilegal invasión de un país soberano e independiente.

La misma intervención hemos visto en Colombia, cuando López Obrador se dio el permiso de intervenir y declaró en plena campaña presidencial: “Nada más por un instante voy a decir que le mando un abrazo a Petro desde aquí. ¿Y saben por qué lo abrazo? Porque está enfrentando una guerra sucia de lo más indigno y cobarde, todo lo que ya vimos y padecimos en México”.

La intervención del presidente de México en las elecciones de Colombia llevó a la Cancillería de ese país a emitir un comunicado de inconformidad por la intervención en sus elecciones. Pero López Obrador, que dice que no interviene en asuntos de otros países, decidió darse licencia cuando de Gustavo Petro se trató.

Igualmente ha apoyado a Daniel Ortega en Nicaragua y a Nicolás Maduro en Venezuela cuando Biden decidió no invitarlos a la Cumbre de las Américas por considerar que no son demócratas y que violan los derechos humanos de sus ciudadanos. Como sabemos, AMLO orquestó lo más cercano a un boicot a la Cumbre en apoyo a ambos autócratas. Hoy la frontera México-Estados Unidos está al borde de un caos por la cantidad de venezolanos y nicaragüenses que han huido del terror en que Ortega y Maduro tienen a sus países.

Así, López Obrador demuestra no solo que sí interviene en asuntos de otros países, también que lo hace aun a costa de los intereses de México.

De vuelta al caso Perú, a pesar de que dijo que no intervendría en el caos político que generó el intento de Pedro Castillo de disolver el Congreso, inmediatamente después López Obrador publicó un segundo mensaje en el que condenó la caída de Castillo excusando que fueron las circunstancias lo que lo llevaron a intentar un golpe de estado.

La lista de intervenciones en asuntos de otros países es mucho más amplia. Le ha pedido a Estados Unidos que termine con el embargo a Cuba; ha condenado el proceso jurídico contra Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y un largo etcétera.

El uso del discurso de la no-intervención no solo es a contentillo, además es una manipulación que se hace sin pensar en beneficios para el país. Es simplemente el capricho de un individuo que, por cierto, es el presidente de México.

Columna completa en El Universal