La colonia se llama Ladrón de Guevara. Un nombre ni mandado a hacer para lo que fue utilizada. Ahí se repartió dinero a quienes acudieron a un mitin que no es mitin; para una campaña que no es campaña; para un candidato que no es candidato.
Me refiero al evento del martes pasado de Adán Augusto López, quien dejó la Segob para buscar ser el próximo presidente de México. Según la crónica de Antonio Baranda para Reforma, durante 45 minutos se entregaron dos billetes de 100 pesos a cada asistente que hizo fila atrás de un auto Nissan Tilda color guinda (ni modo que fuera de otro color) después del mitin.
El político que rechazó la de por sí irrisoria cantidad de 5 millones de pesos del partido para 70 días de proselitismo (que no es proselitismo) porque dijo que haría una campaña (que no es campaña) austera, regala billetes. El político que dice que la raíz de todos los males es el amor al dinero, regala billetes para ganar simpatías.
Esta es una de tantas ironías – quizás cinismo sería una mejor palabra – del movimiento que López Obrador ha bautizado como la 4T.
Pero hay más.
¿Qué tan metido en el gobierno de su papá tiene que estar Andrés Manuel López Beltrán para que Marcelo Ebrard haya pensado que ofrecerle una secretaría de estado en su futuro gabinete le compraría las llaves del corazón de AMLO?
Hay investigaciones periodísticas de Mexicanos Contra la Corrupción que han documentado la red de poder que ha tejido el segundo hijo del presidente durante el gobierno de su padre. Lo que AMLO prometió no ocurriría en su gobierno, porque no es como los del pasado, se rompe brutalmente con ‘Andy’ que ha logrado para sus amigos contratos en lo que iba a ser el NAIM, el aeropuerto en Texcoco, de acuerdo con los reportajes de Montserrat Peralta, Julio Astorga, Isabella González y Mario Gutiérrez Vega para Latinus. Si hay en este gobierno nepotismo y si hay mafia del poder, pero con nuevos integrantes. Ebrard lo sabe y por ello pensó que ofrecerle una Secretaría inventada, la de la 4T, sería la forma de ganarse al gran elector de estas campañas.
Porque esa es otra de las ironías de este gobierno. Su austeridad sale carísima. Resulta que ahora hay que financiar con recursos públicos y adicionales, no transparentes, estos 70 días de campañas que simplemente están hechos para ver quién es el más leal a un solo individuo, a Andrés Manuel López Obrador.
Ni Ebrard, ni Sheinbaum, ni Monreal, ni Adán Augusto están pensando en ganar la popularidad de los ciudadanos. Nosotros valemos gorro. Lo que importa es que AMLO vea en estos 70 días cuál es la mejor corcholata para sucederlo. Que este juego de ganarse al presidente cueste una millonada, es lo de menos. Ha transcurrido un lustro de destrucción en el sistema de salud; cultura; educación y un largo etcétera, sin consecuencias políticas. Así que, ¿qué tanto es tantito más? Que desde ahora se le dé carpetazo al sexenio y lo único que importe sea quién será el próximo inquilino de Palacio no parece importar a una clase gobernante que ha decidido estar en modo campaña desde tanto tiempo antes.
La más grande ironía de la autollamada Cuarta Transformación es que lo único que realmente parece haber transformado es la aceptación de lo que antes fue tan rechazado, que los llevó al poder. Ahora, los ciudadanos que los eligieron asumen como una acción natural y casi inevitable lo que antes parecía insoportable. Me refiero a ver con ojos de aceptación las violaciones flagrantes a las leyes de quienes juraron cumplirlas y hacer que se cumplan.
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