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Sabemos que Donald Trump cree que el calentamiento global no existe. En este tema ha sido bastante consistente. En noviembre del 2012 publicó en Twitter que: “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos con el fin de hacer que la manufactura estadounidense no sea competitiva.”

Desde su primera presidencia insistió en que el cambio climático era una enorme farsa, una fantasía que salía carísima. “No solo es una noticia falsa; es ciencia falsa” escribió en marzo del 2019.

Ahora Donald Trump ha dejado claro—otra vez—que no cree en el cambio climático y que su apuesta energética es fósil. En su reunión de gabinete de esta semana dijo que no permitirá que “se levanten más aerogeneradores” porque le parece que “son feos, no funcionan, matan aves y tiran el valor de las casas”. No fue solo retórica: su gobierno ordenó frenar las obras del parque marino Revolution Wind —frente a Rhode Island que llevaba cerca de un 80% de avance— y además anunció que buscará revocar permisos a otro proyecto frente a Maryland.

En la primera mitad del año, la inversión en renovables en Estados Unidos cayó 36 por ciento frente al periodo previo, según BloombergNEF, y por primera vez desde 2016 el país salió del top-5 eólico.  Para los inversionistas, la señal es clara: en Estados Unidos la política energética está enfocada en las energías fósiles.

Al mismo tiempo, China pisa el acelerador en sentido contrario. Ha trabajado en dejar atrás el carbón y el petróleo a un ritmo aceleradísimo y ha migrado hacia energías limpias y renovables. De ser en 2010 el país del mundo que más dependía de las energías fósiles, con el tremendo efecto en la contaminación de sus ciudades, para el 2025, China es ya el país que más energías renovables genera en el mundo.

Los datos sobre estas inversiones, que publicó esta semana Gerald Butts, de Eurasia Group, son impresionantes. En el primer semestre de 2025, China instaló casi 270 gigavatios (GW) de nueva energía renovable. Para ponerlo en perspectiva, esa cifra equivale a seis veces más lo que EUA produjo en el 2024 y es mayor que toda la capacidad renovable instalada de la India. Su proyecto hidroeléctrico recién anunciado en el Himalaya, en el río Yarlung Tsangpo, producirá 60 GW, ósea 12 veces la energía que generan las cataratas del Niágara. La escala es inédita.

Así hoy tenemos, por un lado, a EUA como un petro-estado y por el otro a China como un electro-estado.

En medio de esta divergencia, México debería aprovechar. Nuestra capacidad instalada ronda 90 GW y el gobierno anunció 29 GW de nueva capacidad y un plan de 275 líneas de transmisión con más de 500 subestaciones. Son pasos que palidecen con lo que vemos en China pero van en la dirección correcta. Sin embargo es necesario que entendamos que el Estado no puede hacer todo solo y por tanto depende de inversiones privadas. Y estas inversiones exigen no sólo energía limpia, barata y confiable, también reglas del juego claras y sin dados cargados.

Frustra mucho ver que México tiene vientos a favor, que tenemos la oportunidad de atraer las inversiones en renovables que EUA está pateando ante un Trump que ha definido que la apuesta para su país son las energías fósiles, pero que nos negamos en ver el daño que nos hacemos solos.

La certidumbre jurídica es el núcleo. Pero a partir del 1 de septiembre que entrará en funciones el nuevo Poder Judicial, México ha optado por darse un balazo en ese corazón. Sin respeto a contratos, reglas estables y resolución rápida de controversias el riesgo país encarece el kilowatt antes de que se ponga el primer tornillo.

Tenemos la oportunidad de posicionarnos como la opción electro-industrial de Norteamérica. El costo de no hacerlo es alto: inversiones que migran a Europa o Asia ante un mundo en el que la energía competitiva definirá ganadores y perdedores.

La elección está en manos del gobierno de Claudia Sheinbaum.

Columna publicada en El Universal

Mientras el mundo financiero y comercial se tambaleaba por los aranceles anunciados por Trump, el presidente decidió irse a jugar golf a uno de sus campos. Esto, que en cualquier otra presidencia en Estados Unidos habría sido inimaginable, para Trump es no solo aceptable sino hasta digno de aplaudir.

Recuerdo cuando a George W. Bush se lo acabaron los medios por su mal manejo – lento y deficiente – de la tragedia del huracán Katrina que devastó Nueva Orleans. Bush no visitó inmediatamente la zona afectada por el huracán Katrina en tierra. Inicialmente la sobrevoló en helicóptero desde Mobile, Alabama, cuatro días después del desastre. Desde ese sobrevuelo, hizo declaraciones sobre la gravedad de la situación, pero la visita presencial a Nueva Orleans y otras áreas devastadas ocurrió días después y ante fuertes críticas sobre su insensibilidad y hasta racismo, ya que la población más afectada era de raza negra.

Algo similar le ocurrió a Barack Obama con el derrame de petróleo de British Petroleum en el Golfo de México (Sí, de México, no de América) en el 2010. Su reacción al derrame de BP le mereció fuertes críticas, principalmente por la percepción de que su gobierno no hizo lo suficiente ni con la rapidez necesaria para contener el desastre ambiental y mitigar sus efectos.

Y es que en ese momento Obama rechazó los llamados para detener la expansión de su programa de perforación petrolífera en aguas profundas, argumentando que el Golfo de México podía seguir desempeñando un papel importante en el futuro energético de Estados Unidos, siempre y cuando se garantizara que no ocurriría otro desastre similar.

Muchos consideraban que, tras un desastre ambiental de tal magnitud, la administración debería haber impuesto una moratoria más estricta o incluso una suspensión definitiva de las perforaciones en aguas profundas para evitar riesgos futuros. El manejo del derrame generó un desgaste político para Obama, con una caída en su popularidad por debajo del 50 por ciento por primera vez en su presidencia y una percepción pública de insuficiente liderazgo.

En el caso de Trump, su manejo caótico de la implementación de tarifas el 2 de abril provocó una pérdida de valor económico multimillonaria en los mercados globales que se alivió parcialmente tras la pausa de 90 días anunciada el 9 de abril. Esta volatilidad, incertidumbre y pérdida de dinero es responsabilidad única y exclusiva de Donald Trump. No fue un fenómeno meteorológico, como en el caso de Katrina, ni un derrame de una empresa privada, como en el caso de BP. Fue algo enteramente provocado por Trump.

Mientras los mercados financieros se desplomaban y aumentaban las críticas por el impacto económico de sus políticas, Trump se refugió en su club privado Mar-a-Lago en Florida y pasó gran parte del tiempo en su campo de golf. Además, fue a un torneo de golf patrocinado nada más y nada menos que por Arabia Saudita.

La desconexión del presidente con la situación económica que enfrentan millones de estadounidenses mientras él disfrutaba de su campo de golf en medio de la crisis bursátil y la incertidumbre económica que él provocó es demencial. Pero aun así, sus simpatizantes han dicho que lo que Trump ha hecho es jugar ajedrez en tercera dimensión y que es un genio en acción.

Son tiempos de cínicos.

Columna publicada en El Universal

Si pensamos que la economía mexicana es una silla que se sostiene por cuatro patas, una representa los ingresos por turismo; otra las remesas; otra los ingresos petroleros y una última es el libre comercio, la pandemia del COVID19 ha venido a dejar dicha silla sin patas. Y el carpintero que tendría que estar viendo la forma de que éstas patas se refuercen para que la silla no se desplome está pensando en usar sus herramientas y recursos para fabricar una vajilla que pensaba que sería la manera de crecer el negocio. Pero luego vino el desplome de las patas. No es culpa del carpintero, pero aun así, vino el desplome.

Ese carpintero es el presidente Andrés Manuel López Obrador que, como el carpintero que se va a quedar sin silla, cree que, porque antes de que a ésta se le rompieran las patas, el plan de fabricar vajillas que se tenía para que creciera el negocio hace unas semanas no puede modificarse.

Si se quisieran reforzar las patas de la silla, la tarea no sería sencilla. El turismo estará muerto hasta que no se tenga o una vacuna o una medicina para lidiar con el COVID. Las remesas no volverán a llegar a los niveles de febrero del 2020 hasta que la economía de Estados Unidos se recupere. Los mejores estimados hablan de que el actual desempleo en nuestro vecino del norte tardará en recuperarse cuando menos una década porque apenas van tres semanas de cierre y ya hay más de 17 millones de desempleados.

Los ingresos petroleros también están en una situación complicada dada la contracción en la movilidad en general que lleva a una menor demanda. Y el libre comercio… pues ese TMEC que se firmó el último día del gobierno de Peña Nieto, con bombo y platillo, y que estaba por entrar en vigor el 1º de junio una vez que el parlamento canadiense lo aprobó, ahora ha vuelto a sufrir un revés.

Aun cuando ya sabemos que somos socios de Estados Unidos, el gobierno mexicano ha hecho todo por destruir la herramienta que ha representado el libre comercio con norteamérica. El mejor ejemplo ha sido la decisión de cancelar la construcción de la planta cervecera de Constelation Brands, una de las cerveceras más importantes del mundo que, bajo las reglas del TLCAN no debiera de haber recibido el revés que le ha dado el gobierno de López Obrador. Su justificación para cancelarla ha sido una consulta ciudadana de baja participación y cero cumplimiento con las reglas electorales. Pero, como el presidente insiste en hacerlo, le vuelve a dar un golpe al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Aun cuando sienta que la baja participación ciudadana justifiquen su decisión arbitraria.

Pero dejando a un lado este desdén por el Estado de Derecho, en Estados Unidos hay un grupo de empresas y senadores que le están pidiendo a Trump que aplace la entrada en vigor del nuevo acuerdo comercial por los problemas económicos internos que enfrenta y enfrentará la economía estadounidense dada la pandemia de salud. Y allá, en EUA, el gobierno escucha. Y además, sabe que en México tienen a un socio seguro.

Si nos quieren apretar aplazando la entrada en vigor del TMEC, saben que lo pueden hacer. De entrada, en lugar del 1º de junio, la entrada en vigor se ha aplazado hasta julio. Pero además, entre que el presidente López Obrador se ha vuelto a poner en las manos de Trump para que absorba nuestra baja en la producción energética a cambio de no sabemos qué, y entre que los estadounidenses ya han tomado la medida al gobierno mexicano porque saben que en aras de que entre en vigor el tratado comercial estamos dispuestos a dar lo que sea, México sigue a la merced de que la silla de nuestra economía siga de pie gracias a las cuatro patas que sigue sosteniendo la economía estadounidense, que hoy se tambalea. Flaco sustento.

Columna completa en El Universal