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Mientras el mundo financiero y comercial se tambaleaba por los aranceles anunciados por Trump, el presidente decidió irse a jugar golf a uno de sus campos. Esto, que en cualquier otra presidencia en Estados Unidos habría sido inimaginable, para Trump es no solo aceptable sino hasta digno de aplaudir.

Recuerdo cuando a George W. Bush se lo acabaron los medios por su mal manejo – lento y deficiente – de la tragedia del huracán Katrina que devastó Nueva Orleans. Bush no visitó inmediatamente la zona afectada por el huracán Katrina en tierra. Inicialmente la sobrevoló en helicóptero desde Mobile, Alabama, cuatro días después del desastre. Desde ese sobrevuelo, hizo declaraciones sobre la gravedad de la situación, pero la visita presencial a Nueva Orleans y otras áreas devastadas ocurrió días después y ante fuertes críticas sobre su insensibilidad y hasta racismo, ya que la población más afectada era de raza negra.

Algo similar le ocurrió a Barack Obama con el derrame de petróleo de British Petroleum en el Golfo de México (Sí, de México, no de América) en el 2010. Su reacción al derrame de BP le mereció fuertes críticas, principalmente por la percepción de que su gobierno no hizo lo suficiente ni con la rapidez necesaria para contener el desastre ambiental y mitigar sus efectos.

Y es que en ese momento Obama rechazó los llamados para detener la expansión de su programa de perforación petrolífera en aguas profundas, argumentando que el Golfo de México podía seguir desempeñando un papel importante en el futuro energético de Estados Unidos, siempre y cuando se garantizara que no ocurriría otro desastre similar.

Muchos consideraban que, tras un desastre ambiental de tal magnitud, la administración debería haber impuesto una moratoria más estricta o incluso una suspensión definitiva de las perforaciones en aguas profundas para evitar riesgos futuros. El manejo del derrame generó un desgaste político para Obama, con una caída en su popularidad por debajo del 50 por ciento por primera vez en su presidencia y una percepción pública de insuficiente liderazgo.

En el caso de Trump, su manejo caótico de la implementación de tarifas el 2 de abril provocó una pérdida de valor económico multimillonaria en los mercados globales que se alivió parcialmente tras la pausa de 90 días anunciada el 9 de abril. Esta volatilidad, incertidumbre y pérdida de dinero es responsabilidad única y exclusiva de Donald Trump. No fue un fenómeno meteorológico, como en el caso de Katrina, ni un derrame de una empresa privada, como en el caso de BP. Fue algo enteramente provocado por Trump.

Mientras los mercados financieros se desplomaban y aumentaban las críticas por el impacto económico de sus políticas, Trump se refugió en su club privado Mar-a-Lago en Florida y pasó gran parte del tiempo en su campo de golf. Además, fue a un torneo de golf patrocinado nada más y nada menos que por Arabia Saudita.

La desconexión del presidente con la situación económica que enfrentan millones de estadounidenses mientras él disfrutaba de su campo de golf en medio de la crisis bursátil y la incertidumbre económica que él provocó es demencial. Pero aun así, sus simpatizantes han dicho que lo que Trump ha hecho es jugar ajedrez en tercera dimensión y que es un genio en acción.

Son tiempos de cínicos.

Columna publicada en El Universal

Si pensamos que la economía mexicana es una silla que se sostiene por cuatro patas, una representa los ingresos por turismo; otra las remesas; otra los ingresos petroleros y una última es el libre comercio, la pandemia del COVID19 ha venido a dejar dicha silla sin patas. Y el carpintero que tendría que estar viendo la forma de que éstas patas se refuercen para que la silla no se desplome está pensando en usar sus herramientas y recursos para fabricar una vajilla que pensaba que sería la manera de crecer el negocio. Pero luego vino el desplome de las patas. No es culpa del carpintero, pero aun así, vino el desplome.

Ese carpintero es el presidente Andrés Manuel López Obrador que, como el carpintero que se va a quedar sin silla, cree que, porque antes de que a ésta se le rompieran las patas, el plan de fabricar vajillas que se tenía para que creciera el negocio hace unas semanas no puede modificarse.

Si se quisieran reforzar las patas de la silla, la tarea no sería sencilla. El turismo estará muerto hasta que no se tenga o una vacuna o una medicina para lidiar con el COVID. Las remesas no volverán a llegar a los niveles de febrero del 2020 hasta que la economía de Estados Unidos se recupere. Los mejores estimados hablan de que el actual desempleo en nuestro vecino del norte tardará en recuperarse cuando menos una década porque apenas van tres semanas de cierre y ya hay más de 17 millones de desempleados.

Los ingresos petroleros también están en una situación complicada dada la contracción en la movilidad en general que lleva a una menor demanda. Y el libre comercio… pues ese TMEC que se firmó el último día del gobierno de Peña Nieto, con bombo y platillo, y que estaba por entrar en vigor el 1º de junio una vez que el parlamento canadiense lo aprobó, ahora ha vuelto a sufrir un revés.

Aun cuando ya sabemos que somos socios de Estados Unidos, el gobierno mexicano ha hecho todo por destruir la herramienta que ha representado el libre comercio con norteamérica. El mejor ejemplo ha sido la decisión de cancelar la construcción de la planta cervecera de Constelation Brands, una de las cerveceras más importantes del mundo que, bajo las reglas del TLCAN no debiera de haber recibido el revés que le ha dado el gobierno de López Obrador. Su justificación para cancelarla ha sido una consulta ciudadana de baja participación y cero cumplimiento con las reglas electorales. Pero, como el presidente insiste en hacerlo, le vuelve a dar un golpe al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Aun cuando sienta que la baja participación ciudadana justifiquen su decisión arbitraria.

Pero dejando a un lado este desdén por el Estado de Derecho, en Estados Unidos hay un grupo de empresas y senadores que le están pidiendo a Trump que aplace la entrada en vigor del nuevo acuerdo comercial por los problemas económicos internos que enfrenta y enfrentará la economía estadounidense dada la pandemia de salud. Y allá, en EUA, el gobierno escucha. Y además, sabe que en México tienen a un socio seguro.

Si nos quieren apretar aplazando la entrada en vigor del TMEC, saben que lo pueden hacer. De entrada, en lugar del 1º de junio, la entrada en vigor se ha aplazado hasta julio. Pero además, entre que el presidente López Obrador se ha vuelto a poner en las manos de Trump para que absorba nuestra baja en la producción energética a cambio de no sabemos qué, y entre que los estadounidenses ya han tomado la medida al gobierno mexicano porque saben que en aras de que entre en vigor el tratado comercial estamos dispuestos a dar lo que sea, México sigue a la merced de que la silla de nuestra economía siga de pie gracias a las cuatro patas que sigue sosteniendo la economía estadounidense, que hoy se tambalea. Flaco sustento.

Columna completa en El Universal