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La noche del martes 19 de diciembre fue de insomnio para el Canciller Luis Videgaray y para el Embajador de México ante la ONU, Juan José Gómez Camacho. Y es que México tenía que decidir cómo votar al día siguiente en una resolución de emergencia presentada por Turquía y Yemen que si se votaba en favor implicaría hacer enojar a Trump al grado de que muy seguramente cancelaría de un twittazo el TLCAN. Pero si se votaba en contra, quedaríamos como el México agachado ante Estados Unidos que tanto rechaza la opinión pública nacional.

 

La disyuntiva era entonces que se enojara Trump o que se enojaran los mexicanos.

 

¿Qué hacer?

 

Esa fue la pregunta del insomnio. Pregunta cuya respuesta se complicaba por la amenaza y las llamadas continuas de la Embajadora Nikki Haley a la sede mexicana pidiendo conocer si México votaría en contra o a favor de que el estatus final de Jerusalén se acordara a través de negociaciones multilaterales y que cualquier decisión adoptada fuera de ese marco (de forma unilateral) se considere nula y por tanto tendría que ser rescindida.

 

Esta petición de Turquía y Yemén en nombre de los países árabes vino por su indignación con la decisión unilateral de Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel.

 

Ante ello, Estados Unidos se sintió arrinconado por la ONU. No se lo imaginaba ni Trump, ni el Secretario de Estado, Rex Tillerson, ni la Embajadora Nikki Haley. Por ello, en cuanto se enteraron que la Asamblea General de Naciones Unidas llevaría a cabo este voto de emergencia, vinieron las amenazas de recortar ayuda a la ONU y a los países que apoyaran esta resolución.

 

Videgaray sabía que esto implicaba una decisión compleja que sería impopular y que traería costos domésticos e internacionales. Tras la noche de insomnio, vino la decisión. México fue uno de los 35 países que se abstuvo de votar.

 

La justificación oficial fue que México se abstenía en concordancia con nuestros principios para evitar que creciera la polarización en la ONU y entre las partes involucradas en el conflicto árabe-israelí. Así, México justificaba que abonaba en el intento de mantener los esfuerzos por llegar a un acuerdo entre ambos pueblos. Un acuerdo que todos sabemos, no se va a lograr, aun cuando Trump crea que su yerno, Jared Kushner, será el héroe que lo resuelva.

 

La deliberación tras bambalinas en la cancillería fue que Estados Unidos se sentía como un elefante arrinconado por la ONU y que si México votaba en favor, como lo hicieron otros 128 países, recibiríamos el coletazo del elefante con la cancelación del TLCAN, cuando menos.

 

Columna completa en El Universal