Pasó el segundo debate y Donald Trump logró un mucho mejor desempeño que en el primer encuentro de la Universidad de Hofstra.
SAN LUIS, MISURI.– La gran pregunta en la Universidad de Washington, sede del segundo debate presidencial, es si Donald Trump puede ganar aún la elección presidencial después del escándalo del micrófono caliente.
Pregunta que estuvo presente antes del debate y que parecía que se iba a resolver durante el mismo. Si Trump se ponía demasiado agresivo, perdería. Si no pedía una sincera disculpa de nuevo sobre lo dicho en ese video de 2005 en el que demuestra con todas sus letras —con toda su lengua— lo que muchos ya habían señalado antes, su misoginia, perdería. Si atacaba brutalmente a Hillary por acciones de Bill Clinton, perdería.
En fin, que se perfilaba que el segundo debate sería el último clavo del ataúd deDonald Trump, quien en las horas previas al debate logró que varias de las figuras más importantes del Partido Republicano declararan públicamente que no lo respaldaban. Un evento nunca antes visto en estas dimensiones en la política de EU.
Además, el formato del segundo debate, un town hall en el que la mitad de las preguntas las harían ciudadanos independientes y no los moderadores, parecía un formato menos amigable para un Trump que ha estado acostumbrado a ser el reflector en el escenario y a culpar a los periodistas de estar sesgados en su contra, salvo a Sean Hannity de Fox News.
Culpar a ciudadanos independientes de estar en su contra no era tan sencillo.
Pero pasó el segundo debate y Donald Trump logró un mucho mejor desempeño que en el primer encuentro de la Universidad de Hofstra. No lo suficiente como para que las primeras encuestas lo dieran por ganador. De hecho, CNN arrojó que 57% de sus encuestados le dieron el triunfo a Hillary y 34% a Trump; YouGov fue más generoso: Hillary triunfó según su sondeo para 47% de los encuestados y Trumpganó para 42 por ciento.
El hecho es que, un día después del segundo debate, Trump logró cambiar la conversación. Los que decidieron abandonar al candidato siguieron en ello, pero no se sumó el republicano electo de mayor rango, Paul Ryan, ni el compañero de fórmula de Trump, Mike Pence, ni el líder de los republicanos, Reince Priebus.
Esto puede verse como algo positivo y algo negativo. Positivo porque no ocurrió. Negativo por el simple hecho de que esto esté sobre la mesa.
¿Qué sigue? Es lo que muchos se preguntan. Trump en la contienda, es una garantía. Pero la sangría para el Partido Republicano también continúa —con la posibilidad de que pierdan no sólo la Presidencia y la mayoría en el Senado, también en la Cámara de Representantes.
Durante el debate, Trump logró sobrevivir, pero no parece haber ampliado su base de apoyo en el electorado. Su 40% de apoyo se perfila más como el techo que como el piso que podrá lograr en noviembre 8. Y con 40% de respaldo no se gana la elección en Estados Unidos.
Las páginas de apuestas, el promedio de Real Clear Politics, el análisis de Nate Silver y el de The New York Times, todos dejan las posibilidades de triunfo de Trumppor debajo de 20% o con una diferencia ya fuera del margen de error en favor deClinton.
Todo indica que, salvo una nueva sorpresa de octubre, los estadunidenses verán en enero de 2017 cómo el primer presidente afroamericano le pasará la estafeta a la primera mujer para comandar a Estados Unidos.
También todo indica que el país está en problemas políticos y sociales importantes. Porque Hillary llegará a la Casa Blanca después de una contienda que ha demostrado un bajísimo nivel de debate en ambos partidos políticos. Una clase política que refleja la división sumamente aguda de la sociedad. Y, sobre todo, demuestra el descontento de los estadunidenses con sus “líderes”. Una sociedad que llega a votar teniendo que elegir entre una mala opción y otra peor, según muestran los sondeos pre, pero sobre todo postsegundo debate.