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El presidente se está saliendo con la suya. Está logrando acabar con la prensa libre e independiente en su país. Con la detención del periodista Evan Gershkovich, del Wall Street Journal, acusado de espionaje, Vladimir Putin le está clavando probablemente el último tornillo al ataúd de la libertad de prensa en Rusia.

El proceso que ha llevado a este momento en el que ya prácticamente no hay prensa libre independiente en Rusia, ha sido paulatino. Nos podemos remontar a los años de la URSS, en donde la “libertad de expresión” se regía bajo el artículo 58 del Código Penal, que declaraba ilegales el espionaje, la traición y movilizaciones en contra del régimen. Este artículo inspiró terror en los años de la URSS. Los corresponsales extranjeros acreditados aparentemente estaban fuera del ámbito de este artículo.  La mayor amenaza que enfrentaban era la expulsión. La excepción fue Nicholas Daniloff, periodista de US News & World Report detenido en 1989. El arresto de Daniloff fue una represalia por el arresto, en Estados Unidos, del diplomático soviético Gennady Zakharov, quien fue acusado de espionaje. Dos semanas después hubo un acuerdo: los soviéticos liberaron a Daniloff y los estadounidenses liberaron a Zakharov.

Con la caída de la URSS se pensó que las cosas serían distintas. Que no habría mayor amenaza a la libertad de expresión. Esto resultó errado. La presidencia de Vladimir Putin ha ido apretando las tuercas poco a poco hasta llegar al momento actual.

Desde el 2012 cuando comenzaron las primeras manifestaciones en contra de Putin, se amplió el catálogo de delitos que ameritaban detención por cargos de traición a la patria y/o espionaje. Este endurecimiento se recrudeció de nuevo en febrero del año pasado con la nueva invasión a Ucrania lo que llevó varios periodistas rusos y extranjeros a abandonar el país.

Gershkovich fue de los pocos que se quedaron a seguir ejerciendo el periodismo. Su detención el 29 de marzo ha significado la escalada más importante en acoso a la prensa y ataque a la libertad expresión desde tiempos de la Guerra Fría. Tanto el Departamento de Estado como el WSJ ha negado las acusaciones en su contra y consideran que está detenido bajo acusaciones falsas lo que lo convierte en un rehén de Putin.

El gobierno de Estados Unidos logró que más de 40 países firmaran una carta exigiendo el gobierno de Putin la liberación de Gershkovich enfatizando que él estaba acreditado como periodista en Rusia y que el periodismo no es un delito. No obstante, ayer un juez negó otorgarle su libertad antes de que comience su juicio, programado para el 29 de mayo. Si Gershkovich es declarado culpable podría pasar 20 años en una colonia de prisioneros.

Lo que le ocurre a este periodista del WSJ es la culminación de ataques de Putin a la Prensa y a quienes no están de acuerdo con su guerra en contra de Ucrania. La escalada en los ataques a la libertad de prensa y expresión han sido paulatinos.

En un país como México, en donde hay ataques a la libertad de expresión que vienen también desde la presidencia, lo que ocurre en Rusia no puede verse como un problema ajeno y/o lejano. Putin está logrando que todo el periodismo independiente abandone Rusia. Con el periodismo tratado como un delito, la cobertura de la guerra en Ucrania quedará enmarcado de la propaganda y mentiras de su régimen. Es el sueño cumplido de cualquier autócrata.

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Las cosas no van bien para Putin. No logró capturar la capital, Kiev, ni ninguna de las ciudades principales de Ucrania, como pretendía hacerlo fácil y rápido cuando invadió el país a finales de febrero.

Tampoco ha podido capturar más zonas del este de Ucrania de las que ya tenía con la invasión del 2014. Ha destruido, si. La ciudad de Mariupol parece que le pasó una aplanadora por encima.

Esta semana la información de parte del gobierno británico es que aparentemente Rusia ha perdido una tercera parte de las fuerzas militares que envió a Ucrania y las imágenes de tanques rusos hechos añicos en el río Donets son muestra clara del daño.

Más allá del fracaso en el plano militar, la invasión ha logrado lo opuesto de lo que Putin ha luchado por años en otros dos frentes, uno en cuanto a la cohesión de la alianza occidental y el segundo en el personal y lo celosamente que ha escudado su vida familiar.

En lugar de debilitar a la OTAN, la invasión ha generado nuevas adhesiones. Que Suecia y Finlandia hayan comenzado formalmente su incorporación a la alianza Atlántica es un tremenda derrota para Putin.

Simplemente la incorporación de Finlandia hace que la frontera de Rusia con la OTAN sea del doble de tamaño. Será la novena ocasión en que la OTAN crezca desde su creación en 1949 y esto ocurre cuando apenas hace seis años el presidente ruso se estaba saboreando la desaparición de la alianza con las amenazas que hizo Donald Trump como presidente al respecto.

La transformación del panorama de seguridad europeo es una pesadilla para Putin que él mismo generó. Así lo dijo claramente, Sauli Niinistö, el Presidente de Finlandia, al anunciar su incorporación a la OTAN.

Y en esta unión de occidente no se puede dejar de lado el enorme compromiso y esfuerzo por los Europeos y Británicos por terminar con su dependencia a los energéticos Rusos.

Pero la derrota que le debe doler personalmente mucho a Putin es como se ha venido derrumbando la muralla que tan cuidadosa y celosamente construyó Putin para mantener a su familia fuera de los reflectores.

El viernes pasado el gobierno británico anunció sanciones en contra de quien ha sido considerada su amante por varios años, Alina Kabaeva, y de su ex esposa Lyudmila Ocheretnaya.

Para un Putin que llevó a la desaparición de Nezavisimaya Gazeta, el diario que dio a conocer el divorcio de Putin y su relación con Kabaeva, una gimnasta olímpica que en ese momento tenía 24 años, la edad de sus hijas, no debe ser fácil aceptar que ahora gobiernos de occidente se metan en su vida privada.

Ahora, unos días después de la invasión, comenzó a circular una petición en Lugano para que el gobierno Suizo repatríe a Kabaeva a quien comparan con Eva Braun, la pareja de Adolf Hitler. Y en abril Estados Unidos le impuso sanciones a dos de las hijas del presidente ruso.

Evidentemente las sanciones a sus familiares no le causan gran daño financiero a Putin pero sí intentan mandar un mensaje de que la invasión ha sido la gota que ha derramado el agua.

Son tres derrotas para Putin en un contexto que aún no concluye. La gran pregunta es qué estrategia sigue para que el hombre fuerte de Rusia las pueda revertir.

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El error de cálculo del presidente lo tiene arrinconado. Igor Girkin, un ex coronel de la Agencia de Inteligencia Rusa, la FSB, declaró esta semana que Rusia cometió una evaluación catastróficamente errónea sobre la debilidad de las fuerzas ucranianas. “El enemigo fue subestimado en todo y cada uno de los aspectos evaluados”, dijo Girkin.

Esto, lejos de ser una buena noticia, significa que las cosas se van a poner mucho peor en Ucrania. Conforme pasan los días queda claro que la decisión la tomó Vladimir Putin sin consultar a nadie y ahora la salida de la guerra atraviesa por el camino de mayor violencia y mayor destrucción.

Rusia envió a pelear a Ucrania a alrededor de 190 mil tropas pensando en una invasión rápida. Como el Plan A falló, ahora viene el Plan B: destruir Ucrania. Para ello Putin se está apoyando en más de 400 mercenarios del Grupo Wagner que han sido enviados específicamente para asesinar al presidente Zelensky y para instaurar terror entre los ucranianos.

Estos mercenarios no existen en papel por lo que no tienen que respetar las reglas que un ejército formal debe seguir en una guerra. Se sabe que fueron fundados por Dmitry Utkin, un exsoldado ruso que irónicamente está todo tatuado por símbolos nazis. Irónicamente porque Vladimir Putin justifica la invasión como un rescate de los nazis que están en el poder en Ucrania, cuando el presidente Zelensky es judío y cuando los mercenarios de Putin demuestran simpatía precisamente con el nazismo. Tanto así que el nombre del Grupo Wagner proviene del compositor favorito de Adolf Hitler.

Quien financia a estos mercenarios es Yevgeny Prigozhin, un oligarca que además es dueño de la Agencia de Investigación de Internet que es la más grande granja de bots y trolls que usa Putin para difundir sus mentiras y desacreditar las verdades que le incomodan. Prigozhin se ha beneficiado a través del trabajo de sus mercenarios en guerras como las de Siria o la República Centroafricana que le han permitido adueñarse del petróleo o minas de diamantes en esos países.

La palabra que define la situación actual es impasse. Esto significa violencia por tiempo prolongado para ver quien se cansa primero, los rusos de atacar al país vecino en medio de fuertes pérdidas, o los ucranianos de ver y vivir la destrucción de su país. Para dimensionar las pérdidas que han tenido las fuerzas rusas oficiales, las cifras que reporta el gobierno de Biden es que han muerto 7 mil rusos, entre solados y altos mando, en menos de un mes. En casi una década de conflicto en Chechenia murieron en total 11 mil fuerzas rusas. A ello habría que sumar las bajas dentro de este Grupo Wagner, que según me comentó en entrevista Joshua Yaffa, corresponsal del New Yorker en Rusia y Ucrania, han sido importantes también.

Todo esto no significa que Putin le vaya a poner fin pronto a la guerra que va perdiendo. Al estar arrinconado puede recurrir a acciones más desesperadas, me comentó Yaffa. Putin le ha vendido esta guerra a la opinión pública rusa como definitiva para el país y les ha pedido que se preparen para un conflicto prolongado.

Apostilla: Los monarcas del sudeste asiático tenían elefantes blancos como señal de poder y riqueza. Mostraban que ese monarca y sus mandatos estaban bendecidos. Pero en realidad, el elevado costo de cuidar a estos animales era más bien una maldición. Por eso se llama a los proyectos de infraestructura cuyos costos son mayores que su utilidad elefantes blancos. Ayer el semanario del Economist recordó esta historia para presentar su reportaje sobre el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.

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Esa es la gran pregunta que trascendió después de la reunión entre Vladimir Putin y Donald Trump que sostuvieron en Helsinki. Solo si Putin tiene información comprometedora sobre Trump o su familia se puede explicar que el presidente de Estados Unidos haya traicionado a su país como lo hizo al estar parado de forma complaciente y hasta servil a un lado del autócrata, admirando su fortaleza y creyendo más en la palabra de Putin que en las pruebas contundentes de las agencias de inteligencia norteamericanas.

Cuatro días antes de reunirse con Trump, la investigación especial que encabeza Robert Muller concluyó que 12 espías rusos, empleados de la agencia militar del Kremlin, fueron los responsables de hackear el servidor del partido demócrata durante la campaña electoral de noviembre del 2016 con la intención de dividir a la sociedad norteamericana y favorecer el triunfo de Trump en dicha contienda.

La investigación fue clara, exhaustiva y transparente. No deja lugar a dudas que Rusia intervino en la elección del 2016. Aun así, cuando en la conferencia de prensa conjunta que ofrecieron Trump y Putin después de conversar en privado durante dos horas se le preguntó al presidente de Estados Unidos si creía en esta investigación de las agencias de inteligencia, Trump optó por decir sumisamente que creía en Putin quien le había negado enérgicamente dicha intervención.

La controversia que generó esta respuesta de Trump ha sido monumental. Ha sido por la falta de una condena mínima, ya no digamos clara, de Trump a Putin por su intervención en la elección de Estados Unidos.

Normalmente, cuando Estados Unidos se ha sentido atacado, los ciudadanos se unen en contra de ese enemigo común. Así sucedió cuando el ataque del 11 de septiembre del 2001 en el que Osama Bin Laden tiró las Torres Gemelas de Nueva York. El entonces presidente, George W. Bush, no era popular, pero los estadounidenses de todas las ideologías lo respaldaron en respuesta a esta agresión en contra de todos los estadounidenses.

Ahora ha sido el mismísimo presidente el que no se ha unido en torno a sus ciudadanos y a sus instituciones para defenderlos de un ataque del exterior. Lo más complicado de entender en este entramado es ¿por qué Trump, que ha sido muy agresivo con otros jefes de estado de países considerados aliados de EUA como Angela Merkel, Justin Trudeau y Theresa May, es tan dócil con Vladimir Putin? ¿Por qué no confrontó a Putin frente al público estadounidense y del mundo para marcar un claro repudio a la intervención rusa en los asuntos de occidente?

La única explicación posible es que Putin sabe algo sobre Donald Trump que el presidente de Estados Unidos no quiere que se haga público y por ello es sujeto de una extorsión. La alternativa es que, para Trump, reconocer que Rusia intervino en la elección del 2016 es manchar su triunfo y por ello es un golpe a su frágil ego. Sea cual sea el motivo de Trump, lo ocurrido en Helsinki fue, en pocas palabras, el abandono de “América Primero” por “Trump primero”.

Lo que queda claro y es importante que Andrés Manuel López Obrador tome en cuenta es que, con Trump, o se es un autócrata o hay que estar sujetos a las groserías y los desplantes del presidente de Estados Unidos cuando se busque una reunión bilateral.

 

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