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CATALINA PÉREZ CORREA

EL UNIVERSAL

 

 

Hace unos días se cumplieron 3 años del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y su partido, Morena. La conmemoración fue precedida por unas elecciones intermedias violentas que, además, mostraron que en varias partes del país hay un voto de rechazo contra el actual gobierno. Quizás el resultado más sorprendente fue la pérdida para Morena de varias alcaldías en CDMX, a pesar de ser, desde hace años, un bastión de la izquierda mexicana.

Para López Obrador el fracaso en la CDMX fue producto de “la guerra sucia”, de una “campaña de desprestigio”. La narrativa no es nueva, el presidente la usa frecuentemente para responder a las críticas que se le hacen. Antes que reconocer algún error, responsabiliza a sus críticos a quienes llama opositores.

Voté por López Obrador tres veces. Incluso estuve en las marchas de 2006, en la CDMX. En 2018 voté por el convencida de que, si bien no era clara su agenda de izquierda, habría cambios sustantivos en rubros importantes como la seguridad y la política de drogas. Como académica, he estudiado el fracaso de la prohibición y los resultados de la expansión militarista que llevaron a cabo los gobiernos panistas y priistas. Voté también por AMLO en rechazo a la rampante corrupción del gobierno de Peña Nieto. En las últimas elecciones, en cambio, voté en contra de Morena y de López Obrador. No fui influenciada por ninguna “guerra sucia”. No soy tampoco parte de una campaña de desprestigio en contra del presidente. Soy una ciudadana desilusionada por la falta de cambios -o los francos retrocesos- que lejos de construir una democracia erigen un Estado más autoritario, opaco y discrecional. Estoy hastiada por el discurso polarizador del presidente y por los caprichos convertidos en políticas u obras públicas que como sociedad debemos pagar.

En política de drogas, este gobierno no ha hecho ningún cambio, a pesar de haber prometido en campaña un fin a la prohibición y estar establecido como un objetivo en el plan nacional de desarrollo. En lugar de ello, lanzó una campaña contra los usuarios de drogas, llena de prejuicios y estigmatización que lejos del fin de la prohibición recuerda a la rancia campaña contra las drogas de los Reagan en los Estados Unidos. La reciente decisión de la Corte Suprema -declarando la inconstitucionalidad varias normas administrativas que prohibían la emisión de permisos para consumo personal- es resultado de la inactividad de Morena para aprobar una norma que regule el mercado de cannabis. A tres años del triunfo, seguimos con la prohibición -y todos sus estigmas- de pie.

En seguridad, los cambios que hemos visto son llanas regresiones: contrarreformas autoritarias del fiscal carnal que usa la dependencia a su cargo para arreglar asuntos personales, una ola de reformas punitivas y limitativas de derechos en el congreso (impulsadas por Morena) y la profundización de la estrategia -si es que se le puede llamar estrategia- de seguridad centralizada y militarizada. Si en campaña AMLO criticaba el uso de militares para suplir las incapacidades de los civiles, una vez en el cargo ha entregado más poder a las fuerzas armadas que cualquier gobierno de derecha. Los resultados están ahí como prueba del fracaso continuado.

En términos de libertad de prensa tampoco hay nada que celebrar. Ser periodista en México sigue siendo una profesión de alto riesgo. En lugar de destinar recursos del Estado para garantizar el libre desarrollo de la profesión, diariamente el presidente destina parte de su tiempo en la conferencia mañanera para arremeter contra diarios, periodistas y organizaciones que señalan errores de su administración. El “quien es quien en las mentiras” es la más reciente instancia de esto. Con ello López Obrador formaliza un espacio desde el gobierno para intimidar a cualquiera que lo critique.

Es muy fácil para López Obrador descalificar a quienes votamos en su contra las pasadas elecciones. Quizás su cálculo es que no necesita a los votantes que como yo no somos incondicionales. Y eso posiblemente sea lo que más desilusiona, la incapacidad de mirar más allá del botín electoral y de construir algo realmente diferente.