Tag

GEOPOLÍTICA

Browsing

ARTURO SARUKHÁN

EL UNIVERSAL

 

En mi primera columna del año en estas mismas páginas, advertía que la geopolítica regresaba con venganza en 2022 como un factor crucial de las relaciones internacionales del siglo XXI. Después de dos meses de diplomacia intermitente y negociaciones de mala fe por parte del Kremlin, Rusia ahora ha lanzado una invasión -injustificada y premeditada- a gran escala de Ucrania. A pesar de las repetidas advertencias de la Administración Biden en el sentido de que Rusia tenía intenciones reales de invadir, las imágenes de tanques y helicópteros rusos asediando Ucrania han conmocionado al mundo, iniciando una guerra que tendrá extensas consecuencias para Europa y para el orden internacional. Esta agresión militar rusa representa uno de esos momentos que nos obliga a reinterpretar la época en la que vivimos. Lo que algunos historiadores llaman el largo periodo de paz de 30 años que siguió al fin de la Guerra Fría en Europa (con la tendencia a hacer caso omiso -consciente o inconscientemente- de las guerras en la ex Yugoslavia) se ha despeñado. Futuros historiadores mirarán estas últimas décadas, en general, de la misma manera que ven el período de entreguerras de 1918 a 1939: como una oportunidad desperdiciada. Ahora debemos ponderar las consecuencias políticas y económicas de este momento de inflexión en las relaciones internacionales de nuestro tiempo.

Arranco con un apunte geopolítico: estamos frente a una gran escalada cualitativa camino a una potencial Segunda Guerra Fría, en la que cuatro potencias revisionistas -la primera de las cuales además es revanchista (a decir Rusia, más China, Irán y Corea del Norte)- están desafiando el largo dominio global de Estados Unidos y el orden internacional liderado por Occidente, creado después de la Segunda Guerra Mundial, y que conlleva enormes consecuencias que trascienden lo que sucede ahora en Ucrania. En particular, se elevan las posibilidades de que pudiese producirse una guerra entre las principales potencias en la próxima década. El mayor problema estratégico al que se enfrenta Washington en este momento es la potencial convergencia de sus dos principales rivales, China y Rusia, países que no siempre confían el uno del otro pero que, sin embargo, obtienen beneficios simétricos al cuestionar el orden internacional existente. La convergencia sino-rusa les da a ambas potencias más margen de maniobra al magnificar el problema de dos frentes para Washington: ahora se enfrentaría a dos rivales, más cercanos entre ellos y cada vez más asertivos, en dos teatros geográficos distintos y a miles de kilómetros uno del otro, Europa oriental y el Pacífico occidental. A medida que la nueva rivalidad central del sistema internacional entre EE.UU y China continúe escalando, Taiwán también se convertirá cada vez más en un posible foco de tensión, enfrentando a Occidente contra la alianza emergente de potencias revisionistas y revanchistas. Y hay una distinción entre revisionismo y revanchismo. Los revisionistas desean construir un orden internacional que les sea funcional y favorable. Los revanchistas están motivados por la idea del agravio y la venganza. Más que cambiar al mundo, desean cambiar de lugar con los vencedores del último conflicto.

Adicionalmente, varios otros factores jugarán un papel clave en las próximas horas y días. Aquí esbozo solo algunos de ellos.

¿Cuál será el alcance de la operación militar rusa? Si bien las fuerzas rusas penetraron suelo ucraniano desde distintos puntos geográficos, no está del todo claro aún si el propósito es una ocupación permanente o semipermanente de Ucrania o fue concebida como una operación quirúrgica para solo decapitar al gobierno elegido democráticamente en Kiev y forzar la “finlandización” del país.

¿Le saldrá el tiro por la culata a Putin? La invasión con más de 190 mil efectivos rusos se ha topado con resistencia férrea del ejército ucraniano, y su obsesión con la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, un factor que sin duda ha pesado en los cálculos del líder ruso desde hace décadas, han generado una unidad a su interior y entre Europa y EE.UU no vista en años, e incluso podrían llevar a peticiones finlandesa y sueca de ingreso a la alianza militar. Países de la OTAN están enviando armas (sobre todo misiles antitanque) a Ucrania y por primera vez en su historia la alianza ha activado y movilizado su brigada de respuesta rápida. Y con su guerra de agresión en Europa, Putin ha enterrado de un golpe la neutralidad sueca y suiza y el pacifismo alemán de la posguerra en un solo fin de semana.

Las importantes sanciones a las que está siendo sujeta Rusia y el impacto económico que conllevan para Moscú, para la oligarquía rusa y eventualmente para la población en general, así como la evidente efectividad de la respuesta armada ucraniana ante el avance de la invasión, ¿llevarán a Putin a errar en un movimiento en el tablero militar? Su decisión de poner a las fuerzas de disuasión nuclear en alerta y la posibilidad de recurrir a la participación bélica de Bielorrusia, para todo efecto ya un Estado satélite de Moscú, son sin duda señales de alarma en ese sentido.

¿Qué sucederá con los mercados energéticos mundiales? Los precios del petróleo y el gas se han disparado a niveles casi récord a medida que la crisis ha empeorado. Putin podría retener exportaciones, elevando aún más los precios de manera artificial, impactando los de por sí ya elevados niveles de inflación en muchas naciones del mundo. A ello se podrían agregar aumentos significativos en los precios mundiales de trigo (por la caída en la producción rusa y ucraniana) y más disrupciones en cadenas globales de suministro.

¿Se enfrentará Europa a una crisis de refugiados? Al momento de escribir esta columna, había ya más de medio millón de refugiados ucranianos huyendo hacia otras naciones europeas. La guerra entre Rusia y Ucrania podría desplazar a millones de personas y detonar oleadas de refugiados a Europa Central. Un movimiento tan masivo de personas, no visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, podría suponer una catástrofe humanitaria e impactar la política europea tanto o más que la crisis migratoria de 2015 a través de Turquía y el Mediterráneo.

¿Cuáles son las implicaciones políticas internas para Biden? Hasta el momento no ha habido un efecto significativo de la opinión publica aglutinándose en torno al presidente, como suele suceder en otros momento de crisis, en buen parte porque la mayoría de los estadounidenses no perciben que lo que ocurre en Ucrania amenaza a EE.UU. Con niveles muy bajos de aprobación en las encuestas (las últimas levantadas de manera previa a la invasión en el contexto del primer discurso anual del presidente ante el Congreso, anoche), las perspectivas de mayor apoyo de votantes Republicanos son escasas, pero es concebible que Biden pudiese recuperar (por la manera en que ha conducido la relación con Europa y la OTAN, en abierto contraste con su antecesor) parte de la buena voluntad que ha perdido, especialmente entre Demócratas y votantes independientes. Y por lo menos en el Congreso, el debate sobre las sanciones económicas, financieras y comerciales a Rusia ha sido menos partidista. Donde si se prevé un choque frontal entre ambos partidos es en torno a la política energética y de renovables del presidente, en el contexto del impacto que está teniendo el conflicto en el suministro global de petróleo y gas natural.

¿Cuánto tiempo respaldarán los rusos a Putin? Ya antes de la guerra, había signos de oposición social, incluso entre la élite rusa. Más de 150 signatarios (activistas, artistas e intelectuales) firmaron en enero una carta abierta a Putin contra la guerra. Y si bien una encuesta realizada el miércoles previo a la invasión encontró que el 50 por ciento de los rusos cree que es correcto usar la fuerza militar para evitar que Ucrania se una a la OTAN, con solo el 25 por ciento en contra, las manifestaciones del fin de semana en Moscú y San Petersburgo no son nada desdeñables y tampoco está claro si los rusos estarán dispuestos a aceptar una guerra prolongada, con los costos humanos y económicos (profundizados por las sanciones; el lunes el rublo se depreció hasta llegar a un centavo de dólar, la caída mas abrupta de un día en la historia de esa moneda) que ésta encierra.

Finalmente, y más cerca de nuestra geografía, ¿buscará Putin distraer a Washington con bravuconadas de activismo y presencia militar rusas en el continente americano? En la visión del mundo de Putin, las superpotencias tienen derecho a tener “esferas de influencia” alrededor de sus fronteras, por lo que alguna muestra de proyección y presencia militar rusa en las Américas, Venezuela o Cuba, sería una jugada predecible, como lo ha hecho ya antes, enviando alguna fragata o bombardero de largo alcance a la región. No representaría más que un despliegue simbólico en momentos en los que Rusia no tiene la logística militar ni los recursos para sostener fuerzas significativas en el continente. Pero lo que sí es más real es la posible ampliación y profundización de sus actividades de desinformación, propaganda (la prevalencia de narrativas del Kremlin a través de los medios del Estado, RT y Sputnik, es más que evidente en redes sociales mexicanas) e incluso ciber-hackeo en países clave para Washington en la región.

Algunas de las respuestas a estas interrogantes se irán esclareciendo en los próximos días. Otros temas encarnan hojas de ruta por encima del horizonte. Pero sin duda el estallido de la guerra en Ucrania y el réquiem por el orden europeo de la posguerra fría significa, entre muchas otras consecuencias, que debemos ver el deshielo bipolar a través de un nuevo lente: su consecuencia más duradera, trágicamente, puede no ser el optimismo que en su momento inspiró en muchos, incluyendo al interior de la mayoría de los países de Europa del este, sino el daño que le propinó a uno: a Vladimir Putin. En 1993, el ensayista alemán Hans Enzensberger presagió que a la Guerra Fría le seguiría un periodo de caos, violencia y conflicto. Al reflexionar acerca de lo que ocurría en la ex Yugoslavia, describió un mundo con la “inhabilidad de distinguir entre destrucción y auto-destrucción”. En ese mundo, decía él, “ya no hay necesidad de legitimar acciones; la violencia se ha liberado de la ideología.” Enzensberger estaba en lo correcto, pero se adelantó tres décadas.

Arturo Sarukhan

EL UNIVERSAL

 

 

A lo largo de la historia, el orden internacional ha tendido a cambiar gradualmente al principio y de pronto se acelera y cristaliza. A manera de ejemplo, si bien desde el período de entreguerras Estados Unidos ya había rebasado al Reino Unido como la principal potencia global, en 1956 una intervención fallida en el canal de Suez puso al descubierto la degradación del poder británico y marcó su capítulo final como potencia global. Hoy Estados Unidos sigue siendo la principal potencia en el mundo, pero desde hace ya una década China, como la gran potencia retadora, ha venido nivelando el terreno de juego, y si Washington no reacciona a tiempo, el COVID-19 bien podría marcar otro “momento Suez” de inflexión geopolítica mundial.

La relación entre Estados Unidos y China parece encontrarse en este momento en una espiral descendente y refleja en la actual coyuntura de la pandemia, una especie de historia dickensiana de dos naciones. Por un lado, el papel de EE.UU como líder global en las últimas siete décadas se construyó no solo sobre su riqueza económica, su poderío militar y diplomático y su capacidad de innovación e reinvención singulares, sino que se fincó también en la legitimidad que fluía de sus instituciones democráticas y su gobernanza interna, así como -de tiempo en tiempo- de la provisión de bienes públicos globales, su contribución a un orden internacional basado en reglas y la capacidad y disposición para coordinar respuestas globales a la crisis del momento. El nuevo coronavirus está poniendo a prueba estos factores del liderazgo estadounidense y hasta ahora, la Administración Trump está reprobando de manera estrepitosa ese examen. Por el otro, hasta hace unos meses China parecía estar tambaleándose bajo el impacto de la pandemia. Su economía estaba en caída libre y la muerte de un médico en Wuhan que había denunciado el manejo de política de salud pública de Beijing había desatado una revuelta en línea contra las autoridades del país. Desde entonces, China había estado buscando una oportunidad para cambiar la narrativa como la nación que encubrió y permitió la propagación acelerada del virus a la de una potencia global magnánima que ofrece liderazgo en un momento de pánico y peligro en buena parte del resto del mundo. A medida que Washington vacila, Beijing se mueve rápida y hábilmente para aprovechar el boquete creado por los errores de Donald Trump, llenando el vacío para posicionarse como el líder mundial en la respuesta a la pandemia. China está tratando de convertir su crisis de salud en una oportunidad geopolítica, mostrándose como una potencia responsable (amén de lo que pueda ocurrir en Hong Kong) tal como lo hizo después de la crisis financiera de 2008, cuando su estímulo económico ayudó a elevar la demanda global, suministrando -vía el andamiaje de La Franja y la Ruta- equipos médicos, asesoramiento y, en algunos casos, personal, a países de África, Oriente Medio, Latinoamérica y el Caribe e incluso Europa. Pero mientras que durante la gran recesión Beijing coordinó sus esfuerzos con los de EE.UU, esta vez está combinando sus donaciones humanitarias a países afectados con retórica antiestadounidense (en gran medida en el marco de su guerra comercial bilateral y como respuesta a las diatribas de Trump y a su intento xenófobo por colocarle sello de ‘Hecho en China’ al virus). La sensación que queda con este círculo vicioso es la de una superpotencia en ascenso que intenta mostrar a la superpotencia del estatus quo cuál de las dos naciones es la más importante.

¿Podrán ambas naciones escapar en esta coyuntura lo que el internacionalista Graham Allison llama la trampa de Tucídides? En su “Guerra del Peloponeso”, el historiador y general griego describe que fue el ascenso de Atenas y el temor que eso inculcó en Esparta lo que hizo que la guerra fuese inevitable. En el pasado, cuando potencias retadoras y del estatus quo evitaron la guerra, se requirió de ajustes enormes y dolorosos en las actitudes y acciones no sólo de la nación retadora sino también de la retada. Históricamente en las relaciones internacionales, suelen coincidir tres atributos que convierten una emergencia internacional en una reconducción pacífica del realineamiento geopolítico: la existencia de una alianza en tiempos de conflicto o volatilidad que se transforma en una coalición de paz o estabilidad; un final identificable, marcado y claro de la crisis con el que comienza un nuevo capítulo en el sistema internacional; y la presencia de un país poderoso y visionario para guiar el esfuerzo. Hoy, esos
tres atributos están ausentes, y la relación entre Estados Unidos y China se ha deteriorado al nivel más bajo desde la masacre de Tiananmen en un momento particularmente desafortunado, cuando los dos países deberían unir fuerzas para mitigar los estragos sociales económicos y financieros -y eventualmente los geopolíticos- causados por la pandemia. Después de más de 40 años de interacción entre Estados Unidos y China, las dos superpotencias no han podido salvar el abismo ideológico que las separa. Una pandemia global podría haber servido como una ocasión para una mayor cooperación: en realidad, solo ha hecho que la brecha sea más patente.

Si bien el conflicto no es inevitable y esta nueva era de rivalidad geopolítica puede diferir en aspectos importantes de las tensiones de Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética entre 1947 y 1991, las diferencias irreconciliables en los valores políticos y las ambiciones estratégicas entre China y EE.UU están destripando la confianza mutua. La competencia estratégica seguirá siendo el paradigma dominante, una competencia que tiene, además, implicaciones directas para México en virtud de nuestra vecindad con EE.UU y la interdependencia de nuestras economías. La pregunta es si esa rivalidad creciente, esa “Guerra Fría 2” como muchos analistas ya la están bautizando, se inclina hacia una hostilidad permanente y total y un cambio estructural del foco de poder global.

Mucho dependerá -más allá de las megatendencias y cálculos geopolíticos- de lo que suceda políticamente tanto en Washington como en Beijing. Pensar simplemente que esta polarización estratégica existe solo porque está Trump en el poder sería confundir síntoma con enfermedad; en la última década se ha dado un realineamiento bipartidista en Estados Unidos (https://www.eluniversal.com.mx/articulo/arturo-sarukhan/nacion/aguila-co…) hacia una relación de mayor dureza y realismo con China. Pero por ahora, ciertamente la ruta más directa y la mejor esperanza para el resto del mundo para impulsar en el mediano plazo la cooperación global ante la pandemia y evitar que la dislocación geopolítica entre ambas naciones sea aún mayor es la derrota de Trump en las urnas en noviembre.

Luego de salir del gobierno federal, el ex colaborador de Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray, se estaría incorporando al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Así lo reveló este jueves Bloomberg, quien cita a cuatro fuentes que pidieron permanecer en el anonimato, ya que los planes aún no son públicos.

De acuerdo a las fuentes consultadas, el ex canciller liderará un programa sobre la geopolítica de la inteligencia artificial para el año académico que comienza el 4 de septiembre próximo.

Más tarde, El Financiero indicó que Videgaray confirmó su incorporación a la institución académica.

Con esto, Videgaray regresará a la institución en el que obtuvo su doctorado en Economía hace dos décadas con una tesis sobre cómo los cambios en el precio del petróleo han impactado a los gobiernos que dependen del crudo.

Videgaray ha sido colaborador del ex presidente de México desde su encargo como gobernador del Estado de México, donde fungió como secretario de finanzas en 2005.

Posteriormente, Luis Videgaray dirigió la campaña presidencial de Peña Nieto, y se integró al gobierno federal como secretario de Hacienda durante la primera mitad de la administración.

Videgaray renunció al gobierno luego de haber organizado la visita del entonces candidato presidencial Donald Trump a nuestro país. Más adelante, regresó a la administración pública como canciller, teniendo entre sus principales responsabilidades, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, advirtió que la política de confrontación de Estados Unidos supone una amenaza para la seguridad global y puede llevar a una situación en la que el precio de un error o un malentendido puede ser “fatal”.

“Tenemos que constatar que, presa de sus propias ambiciones geopolíticas, Washington y sus aliados no están dispuestos a adaptarse a las realidades globales, que cambian no a favor de ellos”, dijo Lavrov en una entrevista con la agencia oficial rusa RIA-Nóvosti.

De ahí, agregó, el afán de Estados Unidos de contener estos procesos y su “mayor agresividad en los asuntos exteriores (…) Se atiza la confrontación, se congelan los canales de diálogo”, dijo el jefe de la diplomacia rusa, que destacó que sobre todo preocupan los pasos que apuntan a romper los grandes acuerdos de estabilidad estratégica.

El ministro reiteró la postura de Moscú de defensa del Tratado de eliminación de misiles de corto y medio alcance (INF), que data de 1987 y que Estados Unidos amenazó con abandonar a comienzos de febrero próximo.

Ambas partes se acusan mutuamente de violar este acuerdo firmado por el estadounidense Ronald Reagan y el líder soviético Mijail Gorvacho, y que inauguró la era del desarme nuclear.

“Nos vemos obligados a advertir de que no podremos ni vamos a ignorar la aparición de nuevos misiles estadounidenses que nos amenacen a nosotros y a nuestro aliados”, subrayó.

Lavrov indicó que Rusia cuenta con los medios necesarios para garantizar su propia seguridad, y es capaz de fortalecer aún más su potencial defensivo.