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El Papa Francisco lideró a la Iglesia en un momento en el que dos extremos luchaban por el rumbo que debía seguir esta institución milenaria a la cual pertenecen más de mil millones de personas. Por un lado estaban los que abogaban por un rumbo progresista y del otro los que querían mantener a la Iglesia anclada en el conservadurismo.

Esta columna no se enfocará en la discusión del dogma o del discurso del recién fallecido Papa, sino en otro aspecto que me parece sumamente interesante de su papado tomando en cuenta que la política actual atraviesa un proceso similar al de la Iglesia: ¿Cómo lidiar con los extremos ideológicos y sociales?

Los conservadores dentro de la Iglesia cuestionaban la apertura del Papa Francisco con la comunidad LGBTQ+, con los divorciados o la inclusión de mujeres en puestos clave dentro de la Curia Romana a través de la figura de la dubia, en las que básicamente cuestionaban si el Papa entendía qué hacía con esta apertura y los cambios que impulsaba de figuras clave dentro de la jerarquía católica. El Papa, en lugar de enfrascarse en discusiones con esta corriente, decidió ignorar estas dubia.

El Papa parecía entender muy bien que si él personalmente se enfrascaba en discusiones con quienes lo cuestionaban dentro de la Iglesia por progresista, les daba oxígeno. Él era popular con los católicos de la calle y eso le bastaba para decir y hacer lo que creía que era correcto. A sus opositores no los aplastaba con el poder que da el papado. Mejor los ignoraba.

“La Iglesia debe curar heridas y aliviar corazones”, dijo casi al principio de su papado. Así priorizó un rol pastoral sobre el doctrinal-punitivo, dirigiéndose implícitamente a conservadores empeñados en que la doctrina era inamovible. El hoy fallecido Papa no se envolvía en la bandera de que él, por ser el jerarca más poderoso, podía imponer su voluntad. Más bien actuaba como él consideraba era correcto. “¿Quién soy yo para juzgar?” fue su respuesta cuando le preguntaron sobre los matrimonios entre personas del mismo sexo y con eso abrió una tolerancia inédita dentro de la Iglesia sin tener que imponer su visión ni cambiar un solo documento oficial.

Justo en el momento en que en EUA se quiere imponer una forma única de pensar, de hablar y de convivir – el discurso unitario impuesto por el poderoso – ha muerto un hombre que pudo haber actuado con esa misma imposición pero que prefirió predicar con el ejemplo al tolerar a quienes no pensaban como él. Un proceso muy similar hemos vivido en México en donde la falta de tolerancia con los contrapesos nos tiene en la antesala de una elección para limpiar el Poder Judicial de quienes no se han alineado con el poder.

José Mario Bergoglio, el Papa Francisco, fue un gran maestro de cómo debe el poder, ya sea religioso pero también político, lidiar con los extremos.

Apostilla 1: El presidente Donald Trump, que quiere meter su cuchara en todo, ahora está buscando que el próximo Papa sea estadounidense y cercano a él. Se trata del cardenal Raymond Burke, de Wisconsin. Burke realizó críticas sistemáticas al Papa Francisco durante su pontificado. Incluso lo consideró un hereje por sus posturas contrarias a la Iglesia Católica. Apenas en enero pasado elogió a Trump en una manifestación de la “Marcha por la Vida”. Veremos si también en el Vaticano se impone la voluntad de Trump.

Apostilla 2: Donald Trump ha sugerido en estos días que Jerome Powell, el chairman de la FED, es un perdedor que con su negativa a bajar las tasas de interés podría llevar a la economía de EUA a una recesión. Así, el hombre que generó mediante sus caóticas tarifas la caída de las bolsas y la inestabilidad financiera que estamos atravesando, ya encontró a quien culpar de su desastre.

Columna publicada en El Universal

Andrés Manuel López Obrador es un genio de prometer…e incumplir. No ha cumplido los tiempos para que Dos Bocas refine. Tampoco para que la Mega Farmacia surta medicinas. Mexicana no logra volar. La vacuna Patria nunca estuvo lista. Pero ahora, con los apagones, el presidente López Obrador nos dice que no nos preocupemos. Que en unos meses más vamos a llegar al 60 por ciento de generación de energía eléctrica porque se compraron once plantas a Iberdrola. Y remata con la consigan de que el actual modelo de generación de energía, que ha buscado darle preferencia a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), se mantendrá.

Andrés Manuel López Obrador es un estatista. Eso es claro. Prometió desde antes de llegar a la presidencia que su gobierno haría de Pemex y la CFE dos empresas productivas y eficientes. Cierra con apagones que denotan el enorme fracaso que ha generado en este sector y en cumplir su promesa.

Podrá decir que es el calor, pero el problema no es que tengamos mayor demanda, sino el déficit en la oferta de energía eléctrica, incluyendo las reservas. Déficit que podría haberse cubierto si no se hubieran privilegiado la ideología de darle a la empresa del Estado prevalencia sobre lo que era mejor en una lógica económica para el país y para los mexicanos.

Primero se decidió cancelar proyectos fundamentales como los de interconexión entre Oaxaca-Centro y Baja California-Sonora. Después se optó por modificar el orden de despacho para producir energía. Contraviniendo la ley, se le dio prioridad al combustóleo y al carbón sobre las energías limpias y renovables como la eólica o la solar. Se pensó que la generación por hidroeléctricas sería una opción limpia y confiable, pero ¡oh sorpresa! entre la sequía y el mal manejos de nuestras presas, esta vía no ha podido dar los megavatios necesarios.

Y en dos áreas en donde CFE tiene monopolio, en transmisión y distribución, simplemente no se ha invertido lo suficiente. Vaya, se ha invertido lo mínimo. En 2019 había en México 110 mil 117 kilómetros en líneas de transmisión. En el 2023 cerramos con 110 mil 559 kilómetros. Esto ha significado un paupérrimo aumento de tan solo el 0.4 por ciento.

Otra falla enorme en la política energética del actual gobierno ha sido el bajo margen de reserva en el Sistema Eléctrico Nacional. En 2019 era del 9 por ciento. El presidente prometió que en su sexenio llegaría al 13 por ciento. Hoy es de tan solo un 3 por ciento. Así que lejos de aumentar este margen de reserva nos fuimos a menos de la mitad de lo que teníamos. Una promesa incumplida más. Una razón adicional para explicar los recientes apagones.

Ahora que el futuro nos alcanzó y que la Comisión Reguladora de Energía ha entrado en crisis, el presidente tiene el descaro de decir que no nos preocupemos. Que en unos meses estará resuelto el problema. La bomba se la está dejando a la próxima presidenta de México.

En un reporte de Bank of America que es bastante amable con el actual gobierno, con una visión optimista a futuro en sectores como el automotriz y de bienes raíces, la piedra en el zapato para nuestro desarrollo la ubica claramente en la política energética. La razón es la incertidumbre en el sector.

Prometió un sector energético moderno y de calidad y nos deja con apagones…y la promesa de que son solo transitorios. Si seguimos con la política energética actual, los apagones llegaron para quedarse, aunque López Obrador prometa lo contrario.

Columna completa en El Universal