Tag

Jorge Suárez- Vélez

Browsing

Jorge Suárez-Vélez

Reforma

 

Las grandes crisis, como esta pandemia, nos fuerzan a cambiar y a salir de nuestra cómoda inercia. Por eso, son momentos cruciales para también detonar cambio deliberado; cambio difícilmente asequible en medio de la comodidad propia de la estabilidad y la rutina.

Las crisis resaltan lo peor y lo mejor de la humanidad. El esfuerzo por desarrollar una vacuna en tiempo récord ha incitado cooperación sin precedente entre nuestras mejores mentes; empresas biotecnológicas, gobiernos, universidades y farmacéuticas están por lograr lo impensable, pues la vacuna que más rápido se había logrado -para las paperas- tomó cuatro años en la década de los sesenta. Pero también asoman la cabeza la ignorancia, las teorías de conspiración, los supremacistas blancos, los fanáticos religiosos, los políticos sin escrúpulos y los populistas a quienes parece importarles más acumular poder -desdeñando la pandemia- que proteger la vida humana.

Si aprovechamos este momento de cambio, ¿a qué mundo podemos aspirar?, ¿a qué tipo de sociedad?, ¿a qué país? Esta crisis nos recuerda que una cadena es sólo tan fuerte como su más frágil eslabón. No importa qué tan ricos sean los más ricos, si no logramos proteger e inocular a los más pobres, éstos esparcirán un virus que impedirá que los primeros normalicen sus vidas. Esta pandemia puede volverse el mayor impulsor de desigualdad entre países y entre individuos, la gobernabilidad estará en riesgo si no diseñamos políticas públicas para evitarlo.

Hoy entendemos que la devastación de áreas naturales provoca que los seres humanos convivan con especies animales capaces de desencadenar terribles contagios. Cuidar el medio ambiente es una prioridad impostergable. Hoy confirmamos que la inversión en ciencia no es un lujo elitista, sino una prioridad para todos. Entendemos que desarrollar sistemas de salud pública eficientes e incluyentes es indispensable, e imposible lograrlo de la noche a la mañana, cuando se enfrenta una amenaza clara.

Tendremos el reto colosal de reincorporar a la fuerza laboral a los más de 33 millones de mexicanos hoy desempleados o subempleados. Corremos un riesgo potencialmente devastador si nuestra respuesta a esta brutal crisis -que quizá ha costado 200 mil vidas- es regresar a un pasado que nunca fue lo que nos dicen, en vez de abrazar al futuro con convicción para acelerar cambios que urgen para volvernos un país menos desigual, más próspero, más justo, más seguro, capaz de ofrecer las oportunidades que nuestros jóvenes merecen.

Démosle la espalda a toda narrativa -de izquierda o derecha, conservadora o liberal- que acentúe lo que nos diferencia, que quiera convencernos de que quien piensa diferente es nuestro enemigo y merece nuestro odio. Respetemos nuestras diferencias para mejor buscar propósitos comunes, para encontrar soluciones realistas a los colosales retos que enfrentamos.

Esta crisis confirma que convocar a las mejores mentes en la búsqueda de soluciones concretas rinde espléndidos resultados, que la atención médica y la educación a distancia son posibles, que podemos reencauzar recursos y esfuerzos para resolver problemas urgentes, y que los gobiernos y bancos centrales tienen herramientas que pueden usarse con responsabilidad en casos de emergencia para detonar cambios apremiantes.

Urge que este gobierno se dé cuenta de que insistir en el rescate del Pemex que hoy conocemos es suicida, pues necesitamos esos recursos para insertarnos en un mundo que cambió. Urge que invirtamos en energías limpias, para las cuales de hecho tenemos ventajas importantes. Urge que entendamos que es indispensable revolucionar nuestro paupérrimo sistema de educación pública. Hoy debe ser obvio que es grave gastarnos en campañas políticas los pocos recursos que encauzábamos a investigación científica.

Como país podemos optar por perder el tiempo en penachos y buscando culpables de errores pasados, o ver el futuro con la determinación y certeza de que podemos provocar cambios que nos permitan participar en el nuevo mundo que surgirá después de la pandemia.

 

Columna completa en Reforma

Jorge Suárez-Vélez

Reforma

 

Trump llegó a 100 días sin cumplir la mayoría de lo que en campaña prometió lograría en ese periodo. No es sorpresa para un hombre que ha hecho carrera convirtiendo la verdad en algo prescindible. Como candidato, no tuvo consecuencia que dijera que el comercio con México ha provocado desempleo (al menos cuatro millones de empleos estadounidenses son atribuibles a nuestro país), que un muro terminaría con la migración ilegal (casi la mitad de los indocumentados en EU migran con visa de turista, y se quedan al vencerse ésta), que los trabajos en manufacturas regresarían (jamás lo harán), que la producción de carbón volverá a ser gran fuente de empleo (sólo 0.11% de los trabajadores del país pertenecen a esa industria). La verdad importa. Un candidato que vende análisis falaces y simplistas, y propone soluciones mágicas será un Presidente incapaz de articular estrategias serias y políticas efectivas.

En México padecemos de lo mismo. En una entrevista de López Obrador con León Krauze en Univisión , el tabasqueño dijo que México no necesita exportar para crecer, que la solución económica para México pasa por “sembrar un millón de hectáreas de árboles maderables y frutales en el sureste… cacao, café…”, “…hacer caminos que comuniquen a las cabeceras municipales en Oaxaca, construyéndolos sin maquinaria…”. Sería difícil decir algo más absurdo, o hacer un diagnóstico más errado.

 

 

Me recordó el comentario de Milton Friedman cuando vio un ejército de trabajadores haciendo un camino en la China de Mao, y preguntó por qué no utilizaban excavadoras, le respondieron que el objetivo de esa obra era generar empleos, a lo que Friedman respondió: “entonces quítenles las palas y denles cucharas”.

Jamás pensé que escucharía una narrativa que tuviera menos sentido que la de Trump proponiendo que el país mayor generador de tecnología y propiedad intelectual del mundo, regrese a hacer manufacturas y vuelva al sector secundario, pero AMLO le ganó. Para él, la solución para México, que exporta más manufacturas que el resto de América Latina sumada, es volver al sector primario. No habría mejor garantía para un subdesarrollo perenne y pobreza permanente.

En Estados Unidos, los sectores manufacturero y agrícola empleaban a uno de cada tres estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial, hoy emplean a uno de cada ocho. La producción manufacturera es hoy seis veces mayor en términos reales, la agrícola casi se ha triplicado, a pesar de emplear 80% menos gente que entonces.

En los países desarrollados, toda producción se ha automatizado, y la oferta de empleos migró al sector de servicios. Hace 70 años uno de cada cuatro estadou-nidenses trabajaban en servicios, hoy uno de cada dos. La demanda es por consultores, enfermeras, terapistas, técnicos en computación, maestros.

AMLO cree que México tiene que volver al siglo pasado, a depender de recursos naturales, construcción y minería, cuando lo que urge es que nos integremos a la economía del conocimiento. La solución no está en emplear gente por emplearla, sino en educar y capacitar para fomentar productividad; en generar un ecosistema que promueva inversión privada eficiente, que nos haga internacionalmente competitivos. El tema no es incrementar salarios por decreto, sino asegurarnos de que los trabajadores cuenten con destrezas y herramientas físicas para agregar valor en forma creciente, garantizando que sus ingresos también lo sean.

Esto no ocurrirá de la noche a la mañana, pero tenemos que empezar ya. Y sí, es necesario abatir corrupción y desarrollar redes no clientelares de apoyo para quienes por distintos motivos permanecerán al margen del mercado laboral.

Discutamos medidas serias, no soluciones fantásticas. La verdad importa.

 

 

Jorge Suárez- Vélez 

El Financiero 

No sé si usted tenga tiempo para leer. No lo digo como insulto. Pero me resultaría imposible entender las decisiones que ha tomado, y particularmente las que ha dejado de tomar, sin atribuirlas a que usted no lee lo que muchos —infinitamente más inteligentes que yo— escriben a diario en columnas como la mía. Le prometo que le tomará sólo unos minutos.

 

Usted y yo platicamos a solas por casi dos horas cuando era gobernador del Estado de México. Me dio la impresión de ser un buen tipo, con quien era fácil dialogar, nos hablamos ‘de tú’, y salí de ahí con la impresión de que usted era un pragmático, pero además, sorprendido de su concepto de lealtad.

Quizás eso explica que haya usted mantenido en su gabinete a gente que merecería haber salido hace mucho tiempo, gente que lo ha dañado a usted, a su administración y al país. Su nivel de aprobación es quizás el más bajo jamás registrado, porque innecesariamente usted ha sido el pararrayos de la incapacidad y del cinismo de quienes lo rodean.

Ha solapado niveles de corrupción que aún en México son escandalosos. ¡Vamos!, cosas que hicieron Borge en Quintana Roo, o Duarte en Veracruz, provocarían que un dictador africano se sonrojara.

Hay enormes vacíos de información sobre lo que hicieron quienes ya no están, como lo de Lozoya con Odebrecht o Fertinal en Pemex, pero también entre quienes siguen ahí, usted sabe quiénes son, y no merecen su lealtad. Cuando esos vacíos prevalecen, lejos de olvidarse, se pudren. Pasa usted de ser tolerante a cómplice.

Borge, en teoría buscado por las autoridades, recientemente esquiaba plácidamente en Vail, a la vista de todos. El problema de tanto gobernador prófugo es que todos asumimos que usted no quiere encontrarlos, porque la primera defensa que tendrán es mostrar que parte del dinero faltante en sus administraciones estatales se fue a pagar su campaña presidencial. ¿Qué cree? Ya lo asumimos, y usted paga un costo elevadísimo. ¿Por qué no al menos obtiene el beneficio de ser usted quien mete a la cárcel a tan nefastos personajes?

Será su administración la que marque el inicio del retroceso de México como país ejemplar en el manejo responsable y ortodoxo de sus finanzas públicas. No es algo menor. Llegan a su fin más de 20 años de ejemplar disciplina en el gasto, a pesar de partidos distintos en el poder, de gradualmente ‘pesificar’ nuestra deuda pública, de ganar credibilidad para permitirle al gobierno emitir deuda en pesos a plazos largos, y en dólares a costos a los que sólo aspiran deudores confiables.

Su gobierno presenciará la primera reducción en la calificación de crédito del país y, potencialmente, incluso el que se nos retire el grado de inversión. Lo sorprendente es que ese daño se ha hecho en forma consciente, privilegiando objetivos y tiempos políticos. Lo peor es que posponer el ajuste al precio de las gasolinas o la indispensable racionalización del gasto ni siquiera rindió frutos, pues su partido fue aplastado en las elecciones estatales. Ahora, se topa con una combinación terrible: el gasolinazo ocurre cuando el precio del petróleo es más alto, el peso más débil, el vecino cuestiona nuestra amistad, y su aprobación está por los suelos. Además, hay elecciones en el Estado de México, sumamente importantes, pero que dada la selección de su primo a la candidatura del PRI, parecería estar dispuesto a perder; la costosa lealtad, nuevamente.

El pésimo manejo de las finanzas públicas lo pone en un callejón sin salida. Dejará al país mucho más endeudado (50 por ciento del PIB vs 30 por ciento cuando llegó al poder) y con una deuda más dolarizada (30 por ciento vs 10 por ciento), con demasiado gasto superfluo y poquísima inversión pública. Es imposible competir por inversión con nuestros vecinos, que reducirán fuertemente tasas impositivas. No tenemos margen para imitarlos.

Lo bueno de su 7.0 por ciento de aprobación es que la distancia a cero es muy corta. Tiene poco que perder y 93 puntos que ganar. ¡Juéguesela!

Defienda su legado, que no es menor. Sus reformas energética y de telecomunicaciones son históricamente trascendentes, y le dan a México un potencial de crecimiento muy superior, pero están en peligro.

Nos quedará a deber una reforma judicial indispensable, una reforma educativa de verdad, y una reforma fiscal sensata. Se le acabó el tiempo. Pero podría ser quien detone la bomba anticorrupción.

¿Necesita blindarse con una amnistía para hacerlo? No lo sé. Quizá no haya opción para evitar que muchos poderes, públicos y privados, boicoteen el intento. Pero, nombre un fiscal anticorrupción inobjetable y empodérelo. El resultado sobrepasaría a todas sus reformas sumadas y, más aún, las protegería como legado.

Pase a la historia como quien se atrevió a empezar el cambio. El riesgo de no hacerlo es enorme para usted, pues nada será más políticamente rentable para su sucesor que hacerlos pedazos a usted y a su legado.

Foto: Presidencia