Liébano Sáenz

Milenio

 

 

Nadie con un poco de seriedad, puede darse licencia para regocijarse con la difícil circunstancia por la que transita el país. Muchos asumen que los apuros los tiene el Presidente, el PRI o, a lo sumo, la clase política. La verdad es que los problemas, el riesgo y el desafío nos alcanzan a todos; no se trata de alarmar, sino de que se entienda en su justa dimensión lo que sucede para que cada quien, desde su propio espacio, tenga claro que tendremos que esforzarnos para, de la incertidumbre o de la adversidad, construir oportunidades.

 

Obvio es decir, por lo que está de por medio, que los actuales son tiempos para mantenernos unidos. Se requiere no tener sentido de la realidad y perspectiva, para creer que la unidad puede generarse en automático. Los términos convencionales para lograrla han perdido eficacia y hasta sentido. La unidad de antes era orgánica, elitista, jerárquica, formal y con objetivos específicos. Lo de ahora debe ser horizontal, más un entendimiento que un acuerdo textual; su espacio no está en las oficinas o los presupuestos, sino en las conciencias y actitudes. El propósito general, hace valer el interés de México, es lo que debe estar de por medio. El contenido corresponde a la realidad y tarea de cada quien: el maestro, enseñar; el trabajador, producir; el empresario, invertir, administrar y pagar impuestos; el legislador, representar para dar sentido y contenido a su investidura; el gobernante, cumplir los términos de su mandato con honestidad y compromiso de ética pública.

 

Los días inéditos que hemos vivido al arranque del año han mostrado que el paradigma convencional para llegar a la unidad ha sido superado; que lo que compromete lo que se ha pretendido no son las diferencias, sino la eficacia. Es un hecho positivo la externalidad de buena voluntad y disposición de sectores representativos; pero es mucho más trascendente y útil que se promueva con hechos una nueva forma de ver, entender y actuar frente a los retos que el presente nos depara.

 

Lo mas elemental, pero quizá lo más difícil, es desterrar el pesimismo y la negatividad que tienda a socializarse en el tipo de circunstancias que vivimos. Esto a nada conduce y sí mina la voluntad de superación, porque lejos de ser facilitador de soluciones, ese pánico encendido lo que hace es recrear en el imaginario culpas externas e internas y hacia allá se remite la precipitada condena popular que solo distrae la energía que el momento requiere. Habrá razones sobradas para reprobar a unos y otros, peo – insisto – repartir culpas solo para mantenernos en el mismo lugar es una reacción natural, incluso comprensible, pero que deberemos evitar.

 

Las redes sociales y el espacio digital en general son un medio en el que se exacerban los estados de ánimo; donde más que construir anhelos, se cultivan y ahí mismo se cosechan frustraciones. Aunque la red ha potenciado las libertades, la información y la comunicación, también se han periodo la calidiad y el rigor del diálogo público, ya que prevalecen las emociones y los estados de ánimo colectivos, en lugar de los datos y la razón. La solución no es imponer control o restringir libertades, sino mejorar la capacidad social para procesar, digerir e interiorizar la información digital. Además, ni gobierno ni sociedad se puedan quedar en estado de frustración frente al desempeño de lo digital, cuando las formas históricas d participación mantienen vigencia: el texto, la marcha y el voto.

 

Es difícil que la unidad se construya a partir de la convocatoria institucional, precisamente porque la transformación social en curso elude y con frecuencia rechaza la formalidad propia de lo institucional. Nuevamente, que la inercia actual impongan un serio reto a las instituciones no significa que éstas deban desaparecer; no hay vida social digna sin reglas, gobiernos, congresos, jueces y elecciones. Ciertamente, los ciudadanos cada vez están más distantes de partidos y gobiernos, pero no implica que pierda validez la necesidad de autoridades en el empeño de gobernar y cumplir con sus tareas básicas como es brindar seguridad, de organizaciones sociales y políticas haciendo valer los intereses de sus miembros, ni la pertinencia de las causas de siempre como son la lucha por la equidad y el bienestar.

 

Para entender los tiempos difíciles es preciso diferenciar las causas de los efectos, pero también cómo los efectos se vuelven parte de las causas. La globalización, en el amplio sentido del término y no solo en su dimensión económica, genera afectaciones a amplios sectores de la población. Ante la impotencia de las empresas por el desafío de la competencia global y la incapacidad de la poliítca convencional de dar cauce a esta inconformidad vuelta indignación, la oferta antisistémica, xenófoba o nacionalista cobra fuerza al grado de dar aval electoral mayoritario a propuestas extremos que hacen propia la intolerancia, la mentira y el autoritarismo.

 

Con esto quiero aludir a que uno de los temas que más preocupan en la actualidad, la incertidumbre derivada del gobierno encabezado por Donald Trump, ,más que causas es efecto y esto remite a una herida profunda en la sociedad estadounidense en la que la visibilidad de la migración y la baja de empleo por inversiones que se hacen en México se vuelve coartada para proponer respuestas ficticias y, especialmente, ineficaces. El problema del empleo que encara el país vecino está más vinculado a la automatización y a los nuevos términos de la competencia global; no lo resolverán un muro, tampoco la coacción a empresas para que no inviertan en México. Como en el pasado en nada contribuyó para bien y sí mucho para mal, la guerra contra la producción y tráfico de drogas con la esperanza de abatir el consumo.

 

México debe reconocerse en sus fortalezas -que no son pocas- y también en sus debilidades, las cuales son igualmente diversas. Por lo pronto salta a la vista que ante los desafíos y oportunidades que nos depara el futuro no podemos incursionarlo en medio de la división, del fatalismo y la desconfianza a todo y todos. Las elecciones empoderan a la sociedad para definir, sancionar y, en su caso, ratificar. Las libertades son un medio de hacer, construir y también apoyar y rechazar. Las responsabilidades son las que debieran estar en el centro de la atención y lo mismo vale para los ciudadanos que para los empoderarlos.

 

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



Escribe un comentario