Carlos Bravo Regidor

REFORMA

El relato con el que ganó Andrés Manuel López Obrador le pondrá la vara muy alta a su gobierno. No me refiero a lo amplio de su ventaja, a lo abultado de su coalición legislativa, ni al arrastre de su candidatura a nivel local. Me refiero a que sus rivales no tuvieron con qué competirle. A que no pudieron formular una alternativa que oponerle. A que el relato lopezobradorista fue el que dotó de sentido a la contienda.

López Obrador ejercerá el poder midiéndose no contra las quejas de sus detractores, que serán casi irrelevantes. Tampoco contra las herencias de sexenios previos, pues ya avisó que no emprenderá ajustes de cuentas. Y menos contra las expectativas de sus incondicionales, que seguro serán flexibles e indulgentes. López Obrador se medirá en sus propios términos, contra la dimensión histórica del relato que lo llevó a la Presidencia.

Según ese relato, lo mejor del pasado mexicano se concentra en tres momentos: la Independencia, la Reforma y la Revolución. La primera encarna en el cura Hidalgo, la segunda en Benito Juárez y la tercera en la dupla Madero-Cárdenas. Esa es la órbita en la que López Obrador proyecta su mandato, el lugar simbólico en el que busca ubicarse, cuando confiesa que tiene la aspiración de pasar a la historia como el Presidente que encabezó la cuarta transformación de México.

Hay algo emocionante, hasta conmovedor, en un líder político que se imagina a sí mismo no como gestor de conflictos o administrador de contingencias sino como agente de cambio. Que llega al poder reconociendo lo crítico de la situación que enfrenta su país, la necesidad de hacer algo verdaderamente distinto para atenderla, e imponiéndose la exigencia de dar el ancho no tanto frente a las demandas de la coyuntura sino, más bien, frente al juicio del porvenir.

Pero también hay algo insensato, incluso inquietante, en las premisas de ese relato respecto a los alcances del poder presidencial, a la dificultad de los problemas que se propone resolver y a la relación entre política e historia.

Primero, porque el poder presidencial ya no es lo que era (de hecho debería decir que nunca ha sido lo que aprendimos a creer que era, pero eso ya es harina de otro costal). López Obrador pone mucho énfasis en su compromiso y su perseverancia, pero una transformación como la que ha prometido requiere, además, de un minucioso fortalecimiento de las capacidades institucionales del Estado mexicano; de una profunda reconstrucción de los mecanismos de participación, de representación, de redistribución, de control ciudadano sobre los poderes públicos; en fin, de una inmensa multitud de apuestas y esfuerzos que van más allá de las virtudes o las convicciones personales del Presidente.

Segundo, porque tener un diagnóstico atinado respecto a la gravedad de un problema no significa tener una solución que se haga cargo de su complejidad. Y en varios de los temas prioritarios de su agenda (dispendio, violencia o pobreza, por ejemplo) las políticas que plantea López Obrador suenan ingenuas, incompletas, improvisadas. Despedir burócratas no implica que el dinero se gastará mejor; que las víctimas perdonen no acaba con la violencia; más gasto social no tiene por qué traducirse en que haya menos pobres; etcétera.

Y tercero, porque nadie es prócer por decisión propia. Los caminos al panteón patrio son inciertos y retorcidos. Bien decía el modesto Marx que los hombres hacen su propia historia, pero no conforme a su libre voluntad ni en circunstancias que ellos controlen. Quizás tendría que haber añadido que tampoco les está dado a los hombres elegir, ya no digamos entender, su sitio en la posteridad.

El relato de la cuarta transformación dio para ganar el 1o. de julio e inspirar esperanza en una sociedad muy ávida de ella. Pero la eficacia de dicho relato topará con un límite. Gobernar no es sólo convocar a un mañana compartido sino producir resultados tangibles, hacer diferencia en la vida de las personas hoy. Bienvenida la ilusión. Cuidado con el ilusionismo.

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



Escribe un comentario