Liebano Saenz

Milenio

 

 

 

 

 

El mundo ha sido tomado por sorpresa en muchos sentidos. Por ahora la atención se centra en la política y particularmente la manera como propuestas extremas han ganado ascendiente y acceso al poder institucional. La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea no es un evento, sino una secuela de acontecimientos donde el populismo de derecha cobra el mayor relieve en la definición del futuro. El arribo al poder de Donald Trump es otro capítulo, sin duda el más relevante, de este proceso.

 

Lo disruptivo no solo está en la política, también se hace presente en la economía, en la tecnología, en lo social. La revolución tecnológica ha ido transformando de manera profunda a las sociedades y a las naciones. Aquí lo hemos dicho, la comunicación ha ingresado a un nuevo paradigma, un desafío para la política, el gobierno y también para las instituciones propias de la democracia representativa. Un nuevo ciudadano emerge, a la vez de que el mundo digital abre nuevos derroteros a la participación y a la comunicación políticas.

 

En lo político no deja de ser sorprendente que los países más avenidos a la democracia liberal y ganadores en la defensa de la democracia contra el totalitarismo, como Inglaterra y Estados Unidos, sean en los que el populismo nacionalista haya cobrado mayor fuerza. Lo que ahora se asume desde el poder es el desconocimiento a ese legado donde la libertad y su negación cobraban referencia en un muro que dividía a familias de una misma nación. Un contraste lo es hoy Alemania, que se reafirma como el país con mayor vocación liberal y más apertura a los nuevos tiempos del mundo y de la civilización contemporánea. Más que los modelos, las actitudes de la clase política y de su ciudadanía muestran un mar de diferencia y eso tiene que ver con la capacidad de cada nación de aprender de su historia

 

Parte del problema que ahora tenemos es la pasividad de las élites ante la transformación en curso. Ceden las ideologías y los aparatos gubernamentales se centran con mayor o menor éxito en la gestión administrativa; se deja de lado la necesidad de legitimar lo que existe y de revisar los procesos de transformación que impulsa la modernidad. Quizás así sucede porque no se entienden esos cambios tan dinámicos, o porque el mismo modelo disruptivo reduce al tradicional aparato político y de gobierno a una reliquia a superar por el activismo populista.

 

Las empresas se mantienen ajenas al proceso de legitimación del orden de cosas y de las expresiones y reacomodos de la globalización. Las nuevas entidades que incursionan en la economía están muy en lo suyo: maximizar utilidades y participar proactivamente en el vértigo de la innovación, al igual que la burocracia financiera que les acompaña en su irrupción en el mundo empresarial. Los perdedores de la globalización y de la integración con el flujo de personas, mercancías y dineros se cobran la afrenta empoderando a proyectos de ruptura institucional de corte conservador, xenófobos y excluyentes, todo esto arropado por el nacionalismo. 

 

 

 

 

 

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Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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