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Con base en cómo fue Trump 1.0 muchos han dicho y repetido hasta el cansancio que al presidente hay que tomarlo en serio pero no literal. Ahora que ha impuesto tarifas y sacudido los mercados financieros del mundo, la pregunta es si se debe de seguir aplicando la misma premisa con Trump 2.0.

¿Qué sigue ahora que Trump lleva una semana firme con sus tarifas? ¿Hay que tomarlo en serio y literal? ¿Apostar a que corregirá? O ¿qué estrategia es la mejor para los países y las empresas?

La respuesta a estas preguntas no es sencilla en primerísimo lugar porque no hay claridad ni en Trump ni en su gabinete de qué es lo que buscan con los aranceles. Por un lado tanto el presidente como su Secretario del Tesoro, Scott Bessent, han dicho que son una herramienta de negociación. Pero por el otro, tanto Trump como su asesor en la materia, Peter Navarro y el Secretario de Comercio, Howard Lutnick, han dicho que no son negociables. Que son la respuesta a una emergencia nacional ante décadas en que el mundo ha abusado de EUA.

Lo que ha resultado de estos mensajes contradictorios ha sido una enorme incertidumbre. Y por ello países y empresarios han decidido adoptar distintas posturas.

Por un lado están aquellos que han decidido confrontar a Trump. Ahí en primerísimo lugar está China que, si no hay un arreglo de último minuto, ya desde hoy enfrenta tarifas del 104 por ciento. La apuesta de Xi Jinping es que las tarifas de Trump no son una herramienta de negociación y que llegaron para quedarse. En ese sentido han preferido tomar a Trump en serio y literal y cree que, aun cuando una guerra comercial les cuesta a todos, ellos van a acabar ganando.

En una situación similar está Canadá cuyas tarifas retaliatorias entraron en vigor desde el mes pasado. Europa está en medio. El bloque ha decidido aplicar tarifas retaliatorias en algunos productos pero a la vez ha estado buscando negociar con Trump.

México está cien por ciento en modo negociador. El gobierno de Sheinbaum le apuesta a que México puede lograr colocarse como el país menos dañado en la guerra comercial.

Ha sido muy interesante ver la respuesta de los grandes empresarios estadounidenses. Hasta el momento han optado por no confrontar a Trump pero tampoco parece que le van a dar al presidente lo que él más quiere: mover sus inversiones de regreso a EUA. Hay demasiada incertidumbre.

La apuesta que han hecho hasta ahora es esperar en el corto plazo a ver si el desplome de las bolsas, el incremento de precios a sus consumidores y la presión política de los estadounidenses hace cambiar de opinión a Trump. Si eso no funciona, siempre está el Poder Judicial que podría cuestionar y potencialmente invalidar las acciones del presidente si determina que están basadas en una declaración de emergencia nacional injustificada o ilegal. Recordemos que las tarifas están sustentadas en la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA) que requiere una emergencia nacional válida.

En el mediano plazo está la posibilidad de que los electores le den un revés a los republicanos en las elecciones intermedias y con ello el freno venga del poder legislativo.

Es decir, los empresarios están a la espera de una rampa de salida.

Trump ha sido un político con un teflón fuertísimo. Todo lo que a otros políticos los habría sacado de la jugada, a él no solo no lo ha debilitado, lo ha fortalecido. Este teflón podría muy bien estar basado en que con él le ha ido bien a la economía norteamericana. Ahora que esto esta cambiado ¿se sostendrá el teflón? ¿lo seguirán apoyando miles de estadounidenses al ver que aumentan los precios sin que suban los salarios? ¿le tendrán la paciencia a un Trump que declara desde su campo de golf que no sean débiles, que aguanten la tormenta?

Veremos.

Columna completa en El Universal

Arrancó el segundo mandato de un Donald Trump desafiante. A partir de hoy, le quedan mil 459 días en el poder. Desde el primer instante, el nuevo presidente ha dejado en claro que lo suyo será un periodo de teatro político.

Primero optó por juramentar sin poner la mano en las dos Biblias que cargaba su esposa Melania Trump. Después dijo que Dios le salvó la vida en el atentado que sufrió en Butler, Pennsylvania, para poder Hacer América Grande Otra Vez. Es pues, para muchos, un enviado divino que viene a salvar a los estadounidenses. Teatro político.

Y de ahí se arrancó con un discurso de investidura totalmente fuera de la tradición. Comenzó hablando de declarar una emergencia nacional en la frontera con México. Segunda prioridad: denominar organizaciones terroristas a los carteles del narcotráfico mexicanos. Y de ahí, el teatro siguió, con importantes contradicciones.

Por un lado Trump dijo que quiere que su legado sea el de un pacificador y alguien que unifica. Y por el otro dijo que va a tomar de regreso el Canal de Panamá. Tomarlo, no negociarlo. Eso no suena nada pacífico.

En su discurso en la Rotunda del Capitolio demostró que llega con mucho poder, a pesar de haber ganado por tan solo 1.5 puntos el voto popular – el margen más estrecho desde la elección del 2000 – y de tener mayorías muy pequeñas tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Pero con su anuncio de primeras acciones y luego la firma de las órdenes ejecutivas enfrente de miles de seguidores en la Capitol One Arena, Trump consolidó el teatro político y puso a prueba a las instituciones de su país y de otros para ver si se atreven a contradecirlo o a atacarlo como le ocurrió en el pasado.

Para animar a los espectadores del teatro político, las firmas de las órdenes ejecutivas las leía en voz alta un integrante de su staff y después Trump se paró a lanzar las plumas con las que había firmado para que las cacharan los presentes.

Lo que vimos el lunes no fue un traspaso de poder tradicional. Fue un cambio radical en la dirección de Estados Unidos. El discurso en la Rotunda del Capitolio dejó boquiabiertos a los expresidentes presentes, tanto a los Demócratas como a los Republicanos.

Su anuncio de que unilateralmente va a cambiarle el nombre al Golfo de México por Golfo de América, evidentemente lo hace para probar a nuestro país. ¿Qué preferimos? ¿Los aranceles del 25 por ciento a partir del 1 de febrero o que le cambiemos el nombre al Golfo? La respuesta es obvia. Y así serán las imposiciones, que no negociaciones, en estos mil 459 días de la presidencia de Trump.

Su regreso a La Casa Blanca demuestra que su primer mandato, que se pensó como un bache de cuatro años para EUA, es más bien la continuidad de un cambio drástico que tendrá afectaciones en todo el mundo, en especial para México. Arranca no solo un segundo mandato de Trump sino un nuevo orden global.

En este teatro político destaca Elon Musk brincando de alegría y declarando que el triunfo de Trump representa un parteaguas para la humanidad. Por ahí dicen que no hay mal que dure cien años, pero quizás Musk no ha escuchado ese dicho. Por lo pronto, tenemos a Trump por mil 459 días.

Columna publica en El Universal

La líder de los demócratas en la Cámara de Representantes declaró que un acuerdo para ratificar el T-MEC es inminente. Esto debiera ser una gran noticia para México, ya que confirmaría la continuidad del tratado comercial de Norteamérica que para nuestro país ha significado mucho más que el libre intercambio de bienes y servicios en la región.

El TLCAN ha sido además una herramienta de garantía de respeto al Estado de Derecho para quienes han invertido en el país dado lo precario que es nuestro aparato de impartición de justicia.

Algunos colegas de Nancy Pelosi, como el congresista de Texas, Henry Cuellar, han sido muy enfáticos en la importancia de no quedar enfrascados al cien por ciento en el tema del juicio político al presidente y de sacar adelante el acuerdo comercial antes de que Trump vaya a invocar la salida del tratado, con lo que entraríamos en un proceso de cuenta regresiva. Si en seis meses no hay ratificación, el acuerdo comercial de Norteamérica llegaría a su fin.

En todo este proceso hay una figura clave del lado mexicano: Jesús Seade.

Seade es el Subsecretario de América del Norte en la Cancillería. Durante la transición Seade fue el encargado de participar en las mesas de renegociación del TLCAN. Fue Seade quien bautizó al nuevo acuerdo como T-MEC. Nuevo acuerdo que, a nueve días de que se cumpla un año de la firma entre los presidentes Peña Nieto, Trump y el Primer Ministro, Justin Trudeau, aun no ha sido ratificado por los legislativos de Canadá ni de Estados Unidos.

Un grupo de nueve congresistas estadounidenses se han estado reuniendo con el encargado comercial de La Casa Blanca, Robert Lighthizer, para llegar a un acuerdo y ahí van avanzando. Tan es así que Pelosi dice que puede haber ratificación antes de que concluya el año. Sin embargo hay congresistas duros del partido demócrata, como Bill Pascrell (Nueva Jersey) y Jan Schakowsky (Illinois) que prefieren retrasar la votación hasta que México ceda en algunos puntos, sobre todo en materia laboral y de solución de controversias.

Y aquí viene el problema para México. Dentro de este escenario Jesús Seade es el negociador solitario del gobierno de López Obrador. Él es la única figura que se sienta a negociar con los estadounidenses. No llega acompañado por nadie de la Secretaría de Economía, con todo y que la subsecretaria Luz María de la Mora, sería la persona ideal para sentarse junto a Seade. No llega acompañado ni por un equipo técnico que le ayude a tomar notas y puedan dar seguimiento a lo que se sienta a platicar con Lighthizer o con los legisladores demócratas.

Este esquema tiene muy preocupados a los empresarios mexicanos que están involucrados en las negociaciones. Sobretodo si se toma en cuenta que en las renegociaciones del TLCAN, Seade fue quien revivió la cláusula Sunset que obligará a revisar el acuerdo comercial cada seis años. Esto era algo que los negociadores mexicanos encabezados por Luis Videgaray e Idelfonso Guajardo habían querido evitar. Lo estaban logrando, hasta que Seade se incorporó en las mesas de negociación y lo volvió a poner sobre la mesa. Los norteamericanos felizmente la aceptaron.

Ahora, la posibilidad de que Seade renegocie una sorpresa es aun mayor ya que el Subsecretario se encuentra bajo una fuerte presión, tanto del presidente López Obrador como del Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, para que se ratifique ya y casi a costa de lo que sea el T-Mec. La premisa es que el acuerdo será la salvación de la economía mexicana para evitar una baja en la calificación del soberano.

 

Columna completa en EL UNIVERSAL