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La Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó este miércoles iniciar un proceso de juicio político (impeachment) contra el presidente Donald Trump, acusado de “incitación a la insurrección” por su participación en el asalto al Capitolio que llevaron a cabo sus seguidores la semana pasada.

La votación finalizó con 232 votos a favor y 197 en contra, cuando se necesitaban 217 para aprobar el juicio político al mandatario.

Al voto de los demócratas de la Cámara de Representantes, quienes tienen la mayoría, se unieron varios legisladores republicanos, entre los que destacan John Katko, Liz Cheney y Jamie Herrera.

Fueron diez los legisladores republicanos que finalmente decidieron apoyar el ‘impeachment’ contra el presidente, lo que muestra el descontento al interior del partido por el incidente del Capitolio.

Al inicio del debate, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, dijo que Trump es un “peligro claro y presente” para Estados Unidos, subrayando que “el presidente incitó está insurrección, está rebelión armada contra nuestro país”.

Además, indicó que el magnate neoyorquino ha mentido “repetidamente” sobre el resultado de las elecciones presidenciales, celebradas en noviembre, y ha puesto en duda la democracia. De forma paralela, calificó a las personas que irrumpieron en el Capitolio de “terroristas domésticos” y ha hecho hincapié en que Trump “los envió” al edificio. “No son patriotas”, añadió.

El texto presentado sostiene que Trump repitió afirmaciones falsas sobre su supuesta victoria en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre y incitó  a sus seguidores mediante un discurso retransmitido el propio 6 de enero.

Los plazos impiden destituir a Trump antes del 20 de enero, fecha en la que Joe Biden tomará posesión como presidente de Estados Unidos, pero sí permitirían inhabilitarle para ejercer cargos públicos y presentarse a la reelección en 2024.

Corresponderá al Senado enjuiciar a Trump, y se espera que esta misma tarde la Cámara de Representantes envíe el artículo de acusación. El Senado empezará el juicio el próximo 19 de enero, un día antes de que Trump abandone La Casa Blanca.

Trump se convierte con este proceso en el primer presidente de Estados Unidos en ser sometido a dos juicios políticos, después de que en febrero del año pasado fuera absuelto tras ser acusado de abuso del poder presidencial y obstrucción al Congreso por presionar a dirigentes de Ucrania para que investigaran a Biden y a su hijo Hunter por sus actividades empresariales.

El Partido Demócrata habría obtenido ya uno de los dos escaños que se disputaron en la jornada electoral de ayer en el estado de Georgia, con un apretado triunfo de uno de sus candidatos, Raphael Warnock, que según estimaciones de los medios estadounidenses, habría obtenido el 50.5% de los votos frente a su rival republicana Kelly Loeffler.

La carrera para alcanzar los últimos dos asientos por el estado de Georgia en el Senado de Estados Unidos está siendo sumamente reñida como se esperaba, con el 98% de los votos escrutados, todavía queda por saber si será el republicano David Perdue quien logre permanecer en la Cámara o si bien el demócrata Jon Ossoff ocupará el puesto que permitiría a los demócratas tener el control de la Cámara y así dar a Joe Biden una administración más “ligera”.

Warnock se ha mostrado “profundamente honrado” por la decisión de los votantes. “Lo que ha hecho Georgia esta noche es su propio mensaje en  un momento en el que mucha gente está intentando dividir a nuestro país”, indicó el demócrata en declaraciones a la cadena CNN.

Así, ha hecho hincapié en que ahora tiene por delante “una tarea sagrada” que se tomará “muy en serio”. “Espero honrar la promesa con el trabajo que haremos en los próximos días”.

Por su parte, Ossoff ha estado recortando hasta el momento la distancia que le han venido separando de Perdue hasta ponerse por delante con el 50.1% de los votos, obteniendo apenas 9,500 votos más que su rival.

De hecho, Ossoff se ha declarado este miércoles como vencedor en las elecciones. “Georgia, muchas gracias por la confianza que han puesto en mí. Me siento honrado, por su apoyo y confianza”, según ha informado CNN.

Asimismo, ha reiterado sus promesas de campaña de trabajar contra el coronavirus y entregar ayudas a los afectados. “Esta campaña ha sido sobre salud, trabajos y justicia para la población de este estado (…) y serán los principios que me guíen”, añadió.

El secretario de Estado de Georgia, el republicano Brad Raffensperger, celebró la “tremenda participación” de este martes, la cual podría alcanzar cerca de 4.6 millones de electores.

Recordemos que el resultado de estas elecciones resulta fundamental para el porvenir de la próxima Administración de Joe Biden, pues los demócratas necesitan estos dos últimos escaños para controlar el Senado, como ya hacen con la Cámara de Representantes.

En caso de que los demócratas se impongan en Georgia, conseguirían 50 senadores, los mismos que los republicanos, aunque dispondrían del voto de desempate en futuros debates legislativos de la que será presidenta del Senado y vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris.

Por su parte, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien durante el fin de semana celebró un multitudinario mitin en la ciudad de Dalton, en el noroeste de Georgia, ha vuelto a lanzar una vez más acusaciones de fraude electoral en sus redes sociales.

El Congreso de Estados Unidos se reunirá mañana para ratificar el resultado de las elecciones de noviembre pasado, un hecho que los aliados del presidente Donald Trump planean aprovechar para lanzar un último desafío a lo votado por los estadounidenses.

No hay ninguna perspectiva de que la sesión en el Congreso cambie el resultado de los comicios, es decir, la elección de Joe Biden como próximo presidente, pero sí se espera un largo debate y varias votaciones.

Según las leyes que rigen el proceso electoral de Estados Unidos, ambas cámaras del Congreso deben reunirse ese día en una sesión conjunta que comenzará a las 13:00 horas para abrir y contar los certificados de los votos electorales correspondientes a cada estado del país.

La sesión, que debe estar dirigida por el vicepresidente estadounidense, en este caso, el republicano Mike Pence, normalmente es una mera formalidad para validar resultados que ya ha corroborado el Colegio Electoral, que se reunió el pasado 14 diciembre en cada estado y ratificó la victoria de Biden.

Sin embargo, basta con que un miembro de la Cámara Baja y otro del Senado presenten una objeción a los resultados en uno de los estados para desatar un debate y una votación de ambas cámaras sobre la posibilidad de no contar los votos electorales en ese territorio.

Recordemos que al menos trece senadores republicanos y más de cien congresistas de ese partido en la Cámara Baja han adelantado que presentarán o respaldarán objeciones a los resultados en varios estados.

Los senadores, liderados por Ted Cruz, aseguran que no pretenden revertir el resultado de las elecciones, sino dar voz a aquellos que creen que los comicios no fueron justos, a pesar de que no hay ninguna prueba de que hubiera un fraude o irregularidades masivas, como denuncia Trump.

Los legisladores piden que el Congreso cree una comisión electoral para “llevar a cabo una auditoría de emergencia con una duración de diez días de los resultados electorales en los estados disputados”, afirmaron en un comunicado conjunto el sábado.

Mañana, los certificados de los votos electorales se abrirán por orden alfabético, con el objetivo de contarlos para corroborar qué candidato presidencial superó la barrera de 270 votos electorales que da las llaves de La Casa Blanca. Los legisladores republicanos no han aclarado sobre en qué estados presentarán objeciones, pero es posible que lo hagan en los seis territorios donde Trump ha cuestionado la victoria de Biden: Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin.

Por cada estado sobre el que un congresista y un senador presenten una objeción, la sesión conjunta entrará en receso y se abrirán debates separados de un máximo de dos horas en cada una de las dos cámaras, seguidos de votaciones en sus respectivos plenos sobre la posibilidad de rechazar los resultados.

Debido a las precauciones relacionadas con la pandemia, las votaciones en la Cámara Baja duran normalmente una hora o más, por lo que es posible que se tarde de tres a cuatro horas en resolver las objeciones en cada estado. Si los legisladores cuestionaran los resultados en los seis estados citados, es posible que la sesión dure 24 horas o más y, si son menos los territorios desafiados, es probable que el proceso se retrase igualmente hasta la madrugada del jueves.

La pregunta que ronda la sesión del Congreso mañana es si hay opciones de revertir el resultado de las elecciones. De acuerdo a la mayoría de los analistas, la respuesta es que no.

La oposición demócrata controla la Cámara de Representantes, por lo que los republicanos no tienen opciones de superar una votación por mayoría en ese recinto, algo que se requiere para rechazar el resultado en cualquier estado.

La sesión terminará irremediablemente con Pence declarando a Biden como ganador de las elecciones, por mucho que se alargue la reunión y que Trump y sus aliados confíen en que el vicepresidente pueda de alguna forma influir en el proceso y manipularlo, algo que los tribunales ya han aclarado que no es posible.

“Espero que Mike Pence nos ayude. Si no lo hace, no me caerá tan bien”, dijo Trump este lunes durante un mitin en Georgia.

Los ciudadanos de Georgia se encuentran en medio de una la jornada de votación en la que se decidirá si el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, deberá lidiar con una mayoría opositora en el Senado, o si tendrá una gestión más cómoda, al definir los dos asientos que faltan para completar la composición de la Cámara.

En un mitin realizado ayer, Trump reiteró sus acusaciones de que la elección presidencial del 3 de noviembre, en la cual obtuvo 74.2 millones de votos frente a los 81.2 millones del candidato demócrata, fue fraudulenta; denunció a los políticos republicanos que han validado el resultado, ratificado por el Colegio Electoral en diciembre pasado.

En Georgia, donde Biden fue el primer triunfador demócrata desde 1992, ninguno de los candidatos al Senado obtuvo una mayoría suficiente y la ley electoral de ese estado hizo necesaria una segunda ronda que pone en juego la mayoría que el Partido Republicano ha mantenido en la Cámara Alta del Congreso federal durante varias legislaturas.

En la votación de noviembre los republicanos se aseguraron 50 curules en el Senado y los demócratas aumentaron uno a los que tenían, para lograr un total de 48. Si los candidatos demócratas ganan hoy en Georgia, habrá un empate de 50 escaños en la Cámara Alta estadounidense, lo cual dejaría las decisiones en manos de la vicepresidenta electa, Kamala Harris.

Una de las contiendas que deberá dirimirse hoy enfrenta al demócrata Raphael Warnock, un pastor de una iglesia de Atlanta en la cual predicó el líder de los derechos civiles Martin Luther King, asesinado en 1968, y Kelly Loeffler, senadora republicana designada hace un par de años.

Según el promedio de encuestas de opinión de la plataforma 270towin.com, Warnock cuenta con el respaldo del 50.2% de los votantes y Loeffler tiene el apoyo del 47.4%.

En la otra contienda, el demócrata Jon Ossof, un exfuncionario legislativo y periodista, compite por un puesto en el Senado federal con David Purdue, un empresario cuyo mandato en la Cámara Alta concluyó el domingo pasado.

El promedio de encuestas de 270towin.com da a Ossoff el 50.2% del apoyo entre los votantes comparado con el 47.4% para Perdue.

En Georgia hay 7,6 millones de votantes registrados, de los cuales unos 4.8 millones de ciudadanos asistieron a votar en noviembre.

Se espera que la participación sea excepcionalmente alta, con más de 3 millones de sufragios que ya han sido emitidos en la votación anticipada, y lo más probable es que los ganadores no se sepan esta misma noche, debido a lo ajustado que se espera sean los resultados.

Arturo Sarukhán

El Universal

“Justo cuando me quería salir, me vuelven a meter”. Así, como Michael Corleone en El Padrino III, me siento esta semana. Mi intención era compartir hoy con ustedes algunas reflexiones sobre el retorno del General Cienfuegos a México (lo haré en mi próxima columna), pero el vandalismo de Donald Trump me obliga a retomar las secuelas que las acciones pueriles y peligrosas de quien será pronto un ex mandatario tienen para la democracia y la política estadounidenses.

El hecho de que al final del día Joe Biden asumirá la presidencia el 20 de enero y que las prácticas e instancias democráticas, las cortes y los medios han ido cortando de tajo el nudo gordiano que Trump le colocó al proceso de calificación poselectoral y a la transición no significa que el presidente y sus facilitadores en el Partido Republicano -y los medios y plataformas digitales de la extrema derecha- no le estén haciendo un daño profundo a Estados Unidos. El mandatario está instalado en un arco de bipolaridad que ha ido de la patraña de que dizque ganó la elección y le robaron el triunfo, al cabreo y pataleta por su derrota y una fijación por obstaculizar la transición, todo ello seguramente acicateado además por el cálculo de cómo reinventarse -y sobre todo cómo blindarse de las deudas que lo acechan y las investigaciones de las que será objeto al dejar la Oficina Oval- a partir de enero. Y en el proceso, se está llevando entre las patas a su país, colocando a EE.UU –y al mundo- en un potencial punto de quiebre, un momento de inflexión en el que o bien se rescata el peso e influencia del mundo democrático liberal o atestiguamos su declive precipitoso.

Trump lleva cinco años -si incluimos su campaña- no solo troleando a quienes lo critican o le desagradan; ha troleado a la democracia así como a las sociedades plurales, tolerantes, abiertas. Pero ahora ya está troleando a la Constitución de los Estados Unidos de América. Después de más de tres semanas, en el transcurso de los últimos días ya se empezó finalmente a reconocer y a hablar abiertamente en Washington de lo que en cualquier otro país y en cualquier otra latitud ya habría sido calificado por la comentocracia y los medios estadounidenses como un golpe de Estado en potencia. Como bien apunta la científica política Anne Applebaum, podrá bien ser un golpe ineficaz, un golpe de ópera bufa, un golpe ridículo y absurdo, pero no deja de ser un intento de golpe. Y si los medios y los políticos no están dispuestos a usar ese término para caracterizar las acciones de Trump y el Partido Republicano, entonces ya no creen en la democracia ni están preparados para defenderla.

En las semanas posteriores a los comicios, Trump y su equipo no han podido impugnar los resultados finales en las cortes. Sin embargo, en la corte de la opinión pública, han logrado un progreso sorprendente, un progreso que podría amenazar la capacidad del presidente electo Biden para gobernar e incluso a la propia democracia estadounidense. Al principio, Trump estaba convencido de que podía revertir el resultado de las elecciones a través de la judicialización del proceso electoral con una serie de amparos. Y no es ninguna sorpresa. Esa ruta estaba cantada desde hace meses y el presidente disfruta, vive, se alimenta de -y a su vez alimenta- el caos y el pleito. A lo largo de su vida, ha sido parte de no menos de 4,000 litigios. En este caso, sin embargo, calculó mal el terreno y va perdiendo o ha perdido más de 25 casos y amparos detonados a partir del 3 de noviembre hasta la fecha. Y en Georgia, el recuento -ahora sí, voto por voto, casilla por casilla- refrendó la victoria de Biden en ese estado.

Si Trump tuviese un mínimo de clase, madurez, sentido de Estado, decoro o respeto por la investidura presidencial, habría aceptado su derrota desde hace días, habría dado vuelta a la página y habría ofrecido apoyo a su sucesor, tradiciones que se remontan a más de dos siglos en la vida política de EE.UU. Pero el narcisista en jefe tal vez esté jugando a ganar tiempo, esperando a ver cómo se desarrolla un segundo frente de batalla que ha abierto y que ciertamente parece más prometedor para él. Solo hay que considerar una encuesta de Monmouth Poll publicada el miércoles pasado, que encontró que el 32% de los estadounidenses cree que Biden ganó como resultado de un fraude electoral; el 77% de los partidarios de Trump piensan lo mismo. Estos datos dañinos encuentran aún más resonancia en entrevistas que Reuters condujo con 50 personas -de distinta edad, grupo sociodemográfico y procedencia geográfica- que votaron a favor de Trump. El común denominador fue que “todos dijeron que creían que las elecciones fueron manipuladas o eran de alguna manera ilegítimas”. Algunos agregaron que ahora estaban boicoteando a Fox News -que finalmente ha marcado distancias con Trump- y sintonizando a los medios emergentes de la extrema derecha, Newsmax y One American News Network, que han estado apoyando y regurgitando las patrañas y las falsas e infundadas afirmaciones de Trump de fraude electoral. Y en un sondeo de Harris Poll este lunes, 47% de los votantes registrados encuestados afirma estar a favor de una nueva candidatura presidencial de Trump en 2024. Y esto esboza quizá la hoja de ruta en la cabeza del mandatario; dejar la Casa Blanca habiéndose negado a reconocer que fue derrotado (lo que más detesta en la vida es el calificativo de “loser”) y usar los recursos que está recaudando para financiar sus procesos de litigio para saldar las deudas que le caerán encima como el famoso yunque marca “ACME” de las caricaturas y lanzar su propia plataforma mediática.

Nunca antes en la historia de EE.UU la oposición había socavado la legitimidad de un presidente electo antes de que éste asumiese el cargo de la manera en que este presidente y su partido lo han hecho ahora. Es importante recordar que esto no es un accidente. Durante meses -y lo advertimos muchos- Trump y su campaña han desplegado un esfuerzo sistemático para minar a Biden y su eventual presidencia. En el período previo a las elecciones, Trump cuestionó reiteradamente la legitimidad de las boletas por correo y sugirió que no aceptaría los resultados de las elecciones si perdía. En resumen, esta ha sido una campaña deliberada de sabotaje, emprendida con un nulo miramiento por el daño que podría infligir a la democracia. Desde su temprana adopción de la mentira de que Barack Obama no había nacido en EE.UU (que luego retractó) hasta las miles de falsedades que ha difundido en Twitter, mítines y conferencias de prensa, Trump ha construido un imperio político mentira sobre mentira. Pero no tiene la menor intención de abandonar la escena pública. Espera ganar influencia política a través de las millones de personas que creen en él con más fervor que en las propias tradiciones y procesos democráticos de la nación.

Este es un problema endiablado para la vida nacional estadounidense. El rechazo generalizado de los resultados de las elecciones entre los simpatizantes de Trump y, con contadas excepciones, en el GOP en general refleja -a pesar de que los sistemas de pesos y contrapesos siguen funcionando, si nos atenemos a los fallos en las cortes y el rechazo incluso de gobernadores Republicanos a que haya habido irregularidades y mucho menos fraude en sus estados- una dinámica nueva y peligrosa en la política del país. La decisión de subvertir la elección en el GOP se extiende más allá de Trump, ya sea por sicofancia o porque como he señalado previamente en esta página de opinión, el partido ya está cooptado -por miedo o por convicción- por el mercachifle convertido en presidente. Si la mayoría de los votantes Republicanos, que no forman una mayoría electoral en el país pero sí son críticos para la viabilidad electoral futura del GOP, realmente no creen en la democracia y no pueden ser convencidos de datos duros, realidades y hechos descaradamente obvios, los políticos Republicanos permanecerán atrapados en el universo político paralelo de Trump.

Por ello, la próxima ocasión en la que militantes del GOP -que había sido el partido de la legalidad, el orden y el Estado de derecho- se arranquen con la oda a la Constitución y a la sabiduría sempiterna de sus redactores, habrá que recordarles que se comportaron como una cofradía de cobardes descarados en el momento tan delicado en el cual el sistema que diseñaron los llamados

padres de la patria enfrentó uno de sus retos más seminales. Y a diferencia de Las Vegas, lo que sucede en EE.UU no se queda en EE.UU; la erosión democrática ahí conlleva consecuencias para la democracia liberal en otras partes del mundo y para la recalibración que harán muchas otras naciones acerca de lo que esto implica para el equilibrio de poder internacional

Arturo Sarukhán

EL UNIVERSAL

 

El momento estelar del debate de hace una semana entre candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos ocurrió cuando una mosca decidió posarse durante un buen rato sobre el peinado del vicepresidente Mike Pence. Pero más allá de la viñeta viral y los memes que detonó en redes sociales, el díptero es quizá una metáfora de lo que le ha ocurrido al Partido Republicano desde que Donald Trump se erigió en el candidato de su partido para la elección presidencial de 2016. Encarna un momento premonitorio de la putrefacción que se ha expandido al interior de uno de los dos partidos políticos estadounidenses centenarios, uno que fue -más allá de que coincidiéramos o no con sus principios y premisas, y yo ciertamente no soy uno de ellos- un referente para muchas otras organizaciones partidistas alrededor del mundo durante buena parte del siglo XX.

Y es que el partido de Lincoln y Reagan, los dos grandes íconos del partido que sus militantes sacan a relucir a la más mínima provocación, y hasta de George HW Bush – a quien le tocó pastorear el tránsito del sistema internacional a través de las aguas turbulentas del fin de la Guerra Fría, la disolución de la Unión Soviética y la reunificación alemana- no existe más. Un partido básicamente responsable de centro derecha, con posiciones conservadoras -más generalmente no extremas- en temas sociales, de política económica y fiscal y de política exterior y defensa nacional, a favor de la migración y de una nación inserta en y liderando el andamiaje internacional, es hoy un partido del agravio blanco. En él pululan -con honrosas pero contadas excepciones- una colección talibana y tóxica de nativistas, xenófobos, racistas, supremacistas blancos, misóginos, agitadores y generadores de las más descabelladas teorías de conspiración, adalides de los hechos alternativos, aislacionistas provincianos y luditas anti-ciencia. El operativo desarticulado la semana pasada que pretendía secuestrar a la gobernadora Demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer, por parte de grupos de milicias de extrema derecha, intoxicados con los llamados de su presidente a confrontar a funcionarios electos que ante la pandemia han impuesto medidas de distanciamiento físico y cierre de la economía, es un botón de muestra de los demonios que el mercachifle de carnaval convertido en presidente ha alimentado, soltado y validado. Este ciertamente no es el GOP con el cual interactué en el Congreso y Ejecutivo y en alcaldías y gubernaturas a lo largo y ancho del país, durante más de 20 años de carrera diplomática como funcionario de la cancillería mexicana y Cónsul General en Nueva York y Embajador ante la Casa Blanca.

Ante la dinamitada que ha hecho Trump de los principios y preceptos más básicos de la investidura presidencial, del discurso público y las normas políticas estadounidenses y del uso faccioso, cleptocrático y nepotista del poder, el GOP ha perdido su columna vertebral y su sentido de norte. Su sicofancia deplorable, exhibida a lo largo de estos casi cuatro años, parece ya norcoreana. Vaya, por primera vez en la historia del partido, los Republicanos llegaron a su convención nacional este agosto pasado sin un manifiesto político y una plataforma de políticas públicas: la plataforma hoy es el Gran Líder y lo que diga el Gran Líder.

La metamorfosis del GOP ciertamente no empezó con Trump, pero la descomposición sin lugar a duda ha hecho metástasis con él. Después de que la campaña presidencial fallida de Barry Goldwater en 1964 -articulada en torno a su oposición al Acta de Derechos Civiles aprobada el año anterior- ganó solo los estados sureños en el Colegio Electoral y recibió un mínimo histórico del 7 por ciento del voto afroamericano, el Partido Republicano enfrentó una disyuntiva básica: hacer lo necesario para atraer a más votantes no blancos o construir un partido para ganar con votantes blancos. Eligió lo último y, cuando logró ejecutarla exitosamente, una estrategia basada en criterios de raza fue la base de muchas de las victorias más importantes del GOP, desde Nixon hasta Trump. Pero el escoramiento a la derecha empezó con Newt Gingrich y su ‘Contrato con América’ de 1994 durante la Administración Clinton, cobró fuerza -ya con tintes racistas- con el surgimiento del Tea Party y el financiamiento de empresarios conservadores como los hermanos Koch durante la gestión del presidente Barack Obama, y ahora con el Freedom Caucus, aún más extremo, ha dado paso a legisladores y candidatos vinculados al movimiento QAnon, una madriguera de complots y mamarrachadas rocambolescas surgidas en redes sociales -como el infame “Pizzagate” y la dizque pedofilia de Demócratas o el Estado profundo que atenta contra Trump- que ahora amenaza con hacerse de lo que queda del GOP, y que el propio FBI ha identificado como una organización que tiene todas las características para convertirse en una amenaza de terrorismo doméstico.

Como se lo subrayé a muchos amigos Republicanos en Washington en las postrimerías de la elección presidencial de 2016, ¿cómo es posible que uno de los dos partidos estadounidenses parece haber olvidado las lecciones que nos dejó la historia reciente del mundo acerca de lo que ocurre cuando un demagogo chovinista y xenófobo es electo al poder vía las urnas? Una nación que hace 244 años declaró que “todos los hombres son creados iguales” tiene hoy a un presidente en la Oficina Oval que es descrito por la mayoría de los estadounidenses como un racista. En el GOP no parecen haberse enterado.

Lo que suceda con el Partido Republicano yendo hacia adelante dependerá de lo que ocurra este 3 de noviembre y en las horas y días subsecuentes, sobre todo si Trump intenta reventar la jornada electoral. El GOP podría sobrevivir y recuperar un mínimo de su esencia y cordura si Trump es derrotado. Ello explica por qué cientos de ex funcionarios y políticos Republicanos -de la talla de Bob Zoellick, Carla Hills, Colin Powell, John Kasich, Bill Cohen, Christine Whitman, Michael Hayden o Cindy McCain, la viuda del senador McCain, por mencionar algunos- han declarado su apoyo a Biden y su intención de votar por él en menos de tres semanas. Motiva también a una de las campañas más eficaces de crítica y troleo a Trump en redes sociales desde hace casi un año, el Project Lincoln, conformado por ex estrategas electorales Republicanos. Pero hay que decirlo con todas sus letras: pensar que Trump es la enfermedad y no un síntoma sería un error. La reconstrucción del GOP, en caso de perder Trump, será una tarea ardua, pero necesaria para la salud democrática de Estados Unidos. Pero si Trump se reelige, las moscas, como plaga de Egipto, no solo descenderán sobre el cadáver del GOP; serán la señal de que algo más que un partido político está pudriéndose en el país.

@Arturo_Sarukhan

 

Columna completa en El Universal

La jueza ultraconservadora Amy Coney Barrett, nominada por el presidente Donald Trump para la Corte Suprema de Estados Unidos, compareció ante el Senado, donde fue cuestionada principalmente por los legisladores demócratas.

Y aunque se contuvo y no mostró muestras de exaltación, analistas refieren que no ofreció ningún indicio de cómo fallaría en caso de llegar a la Corte en casos importantes como el aborto o el futuro del Obamacare.

“Los jueces no pueden levantarse un día y decir: tengo una agenda, me gustan las armas, odio las armas; me gusta el aborto, odio el aborto. Y simplemente andar por ahí como una reina e imponer su voluntad al mundo”, dijo con cierta ironía Barrett durante el segundo día de audiencias en el comité judicial del Senado.

Barrett, católica, de 48 años y madre de siete hijos, usó frases similares para evadir las preguntas de los demócratas; aseguró una y otra vez que ella no tiene ninguna agenda política y que su objetivo es apegarse a la Constitución para decidir cada caso por separado.

Además, enfatizó que “no se ha comprometido” con la Casa Blanca a fallar de ninguna forma en polémicos casos, como el de la reforma sanitaria del expresidente Barack Obama (2009-2017) que evaluará la Corte en las próximas semanas.

Ante sus respuestas, los senadores demócratas, que están en minoría en el Senado y saben que no pueden frenar la confirmación de la jueza, están usando las audiencias para recordar a los estadounidenses lo que está en juego en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.

Los demócratas se están esforzando en retratar a Barrett como una jueza extremadamente conservadora y muchos pusieron hoy el foco en el derecho al aborto.

La senadora Dianne Feinstein, de 87 años y que durante su vida ha roto varias barreras de género, preguntó repetidamente a Barrett sobre sus ideas acerca del caso “Roe v. Wade”, que legalizó el aborto en 1973 y le recordó lo que ocurría cuando ese procedimiento era ilegal en Estados Unidos.

“Como una estudiante universitaria en la década de 1950, vi lo que le pasaba a aquellas mujeres jóvenes que quedaban embarazadas en un momento en el que el aborto no era legal en este país. Yo fui a (la universidad de) Stanford y vi los viajes a México, vi cómo mujeres muy jóvenes intentaban hacerse daño. Eso es realmente preocupante”, manifestó Feinstein.

Barret rechazó expresar su visión acerca del caso y dijo que no dará “un pulgar hacia arriba o hacia abajo” para respaldar o rechazar ningún asunto, incluido el aborto.

En varias ocasiones, la magistrada insistió en que será perfectamente capaz de separar sus decisiones judiciales de su religión.

“Tengo una vida repleta de personas que han tomado decisiones diferentes, y nunca he intentado, en mi vida personal, imponerles mis decisiones. Lo mismo ocurre en mi ámbito profesional”, aseveró Barrett.

Durante las audiencias para confirmarla como jueza de la Suprema Corte, Barrett tuvo que enfrentarse a numerosas preguntas sobre sus creencias y su pertenencia al grupo religioso People of Praise.

Ese grupo tiene menos de 2,000 miembros y sus miembros creen en “profecías y curaciones divinas”, según el diario The New York Times.

Hoy, Barrett dijo a los senadores que, cuando aceptó la nominación de Trump para el Supremo, sabía que su fe sería “caricaturizada” y su familia sufriría ataques; pero decidió seguir adelante porque quiere “servir a su país”.

Al respecto, los republicanos han acusado repetidamente a los demócratas de atacar la fe de Barrett, aunque en realidad ninguno ha aludido a sus creencias religiosas.

El objetivo de los republicanos es desacreditar a los demócratas y retratarles como un grupo de radicales, al mismo tiempo que buscan presentar a Barrett como una jueza extremadamente calificada.

En un momento de la audiencia, el senador John Cornyn, republicano por Texas, le pidió a la magistrada que sostuviera su libreta a la vista de todos con el objetivo de mostrar que estaba en blanco y que estaba hablando de memoria, haciendo referencia a casos legales sin ningún tipo de ayuda.

Los republicanos quieren confirmar a Barrett en el pleno del Senado el 22 de octubre, por lo que en caso de avanzar estaría en funciones antes de las elecciones del 3 de noviembre.

Joe Biden, candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, tiene el apoyo del 63% de los posibles votantes latinos, comparado con un 29% que se inclina por la reelección del presidente Donald Trump, según una encuesta publicada este viernes por el Pew Research Center.

En la encuesta, realizada entre el 30 de septiembre y el 5 de octubre, Biden obtiene una ventaja general de diez puntos sobre Trump, con un 52% de la intención de voto, contra un 42% del mandatario.

Trump aparece con ventaja sobre Biden tan sólo entre los votantes blancos, de los cuales el 51% se inclina por reelegirlo, comparado con un 44% que parece dispuesto a votar por el candidato demócrata.

Las ventajas que Biden muestra son aún más pronunciadas entre los posibles votantes afroamericanos, con un 89%, y los de origen asiático con un 75%.

Entre todos los posibles votantes, la encuesta de Pew encontró que sólo entre los blancos Trump evoca sentimientos de simpatía (45%) mientras que un 39% de este grupo no tiene mucho afecto por el presidente. Los grados de antipatía aumentan al 72% entre los afroamericanos (vs 12%), el 55% entre los asiáticos (vs 24%) y el 54% entre los posibles votantes hispanos (vs 32%).

Entre los encuestados que expresaron su preferencia por Biden, el 72% indicó que está “extremadamente” motivado para votar, un sentimiento que comparte el 71% de los posibles votantes de Trump.

Pero ese entusiasmo, que comparten el 79% de los simpatizantes del aspirante demócrata y el 74% de los votantes del republicano, cae al 67% de los afroamericanos y el 57% de los posibles votantes latinos.

El Pew señala que la encuesta se realizó en inglés y español entre 11.929 adultos, incluidos 10.543 votantes registrados, y su margen de error es de 1,5 puntos.

El presidente Donald Trump confiró este martes que el sábado próximo anunciará desde La Casa Blanca al sucesor de la jueza progresista Ruth Bader Ginsburg en la Suprema Corte de Estados Unidos.

“Voy a anunciar la nominación para la Suprema Corte el sábado en la Casa Blanca”, dijo Trump que precisó que la hora exacta todavía no está definida.

La muerte de Ginsburg el viernes a los 87 años y su última voluntad de que su reemplazante fuera nombrado por el gobierno resultante de las elecciones del 3 de noviembre, ha llegado a sacudir la ya agitada campaña electoral en Estados Unidos.

Los demócratas, liderados por Joe Biden, exigen que los republicanos que controlan el Senado se abstengan de ratificar la designación para llenar la vacante.

Pero Trump y el jefe de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, afirman que van a seguir con el proceso.

Recordemos que los jueces de la Suprema Corte resuelven sobre una amplia gama de asuntos de la vida de los ciudadanos, desde el derecho al aborto pasando por temas migratorios e incluso el acceso a la salud.

La Corte está integrada por nueve magistrados y antes de la muerte de Ginsburg los conservadores tenían una mayoría de 5 contra 4, pero a veces jueces más moderados se aliaban con los progresistas en algunas votaciones.

Si Trump logra nominar un nuevo magistrado, el nuevo equilibrio sería 6 contra 3.

Los republicanos tienen los votos para confirmar a la persona que el presidente Donald Trump nomine para juez de la Corte Suprema, aseguró Lindsey Graham, senador que guiará la nominación en la cámara alta.

“El nominado será apoyado por todos los republicanos en la Comisión Judicial”, dijo Graham en entrevista con Fox News.

Por su parte el senador republicano Mitt Romney dijo que no se opondrá a la votación. Esto garantiza que Trump tenga el respaldo necesario para su nominado.

“Si el nominado llega al pleno del Senado, intentaré votar con base en sus calificaciones”, indicó el congresista de Utah.

El presidente se reunió con la jueza conservadora Amy Coney Barrett en La Casa Blanca la tarde de ayer, y dijo a los periodistas que entrevistaría a otros candidatos y que podría reunirse con la jueza Barbara Lagoa cuando viaje a Florida a finales de esta semana.

Las conversaciones entre La Casa Blanca y el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, se centran cada vez más en Barrett y Lagoa, según una persona al tanto del tema pero que pidió el anonimato por no estar autorizada a comentar al respecto.

Pese a que ha acaparado los reflectores los tres días de la Convención Nacional Republicana, Donald Trump acepta esta noche la nominación presidencial, de cara a los comicios del próximo 3 de noviembre.

Hace cuatro años, Donald Trump aceptó la candidatura presidencial republicana con un discurso que mostraba un retrato de un Estados Unidos en decadencia, para el cual había una sola solución: él mismo.

Después de tres años y medio en La Casa Blanca, su retórica sobre el estado del país sigue siendo igualmente desoladora.
Al prepararse para pronunciar su segundo discurso de aceptación, el presidente enfrenta un país en crisis, azotado simultáneamente por una pandemia devastadora, una economía golpeada, un profundo malestar racial y un tremendo huracán en la costa del Golfo de México.
De acuerdo a diversos analistas, aunque prometerá grandeza nacional, hay escasas expectativas de que pronuncie un mensaje destinado a unir a un electorado dividido.
Su mensaje en 2016 fue “solo yo puedo repararlo”. Esta vez, aunque las encuestas dan ventaja al demócrata Joe Biden, se presentará como la última defensa contra las fuerzas extremistas que amenazan el “American way of life”.
Sus asesores mantienen en estricto secreto los detalles del mensaje; en los discursos recientes de Trump, se ha referido a los “anarquistas” que según él ocupan las calles de las ciudades; sin embargo sus colaboradores han indicado Trump describirá al país como un proyecto en desarrollo, que sin ser perfecto ha avanzado mucho.
Presentará ese argumento como un contraste con los demócratas, que según él no aman a su patria. Asimismo, según sus colaboradores, hablará de los progresos logrados en la lucha contra el coronavirus, que ha ocupado un lugar secundario en la convención a pesar de que sigue cobrando un gran número de vidas en Estados Unidos.

Sobre el proceso electoral, el candidato demócrata a La Casa Blanca rompió con su prudencia ante el Covid-19 y anunció este jueves que hará campaña presencial en los estados clave para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.

“Viajaré por el país. Iré donde sea posible respetando las reglas de los estados” sobre reuniones para limitar la propagación del coronavirus, dijo Biden en una sesión de recolección de fondos vía web.

“Una de las cosas en que pensamos es ir a Wisconsin y Minnesota, pasar un tiempo en Pensilvania, en Arizona”, añadió en referencia a estados que podrían ser clave para definir la contienda.

Biden también aprovechó para acusar a Trump de alimentar, por pura “estrategia política”, la violencia que estalló en las protestas contra el racismo en Estados Unidos.

La violencia está “empeorando y sabemos porqué. Donald Trump se niega incluso a reconocer que existe un problema de disparidad racial en Estados Unidos”, añadió Joe Biden.

“En lugar de tratar de calmar las aguas, está echando gasolina a todos los fuegos”, dijo el exmano derecha de Barack Obama. “

La violencia no es un problema ante sus ojos, es una estrategia política. Y cuanto más violencia, mejor para él” para ser reelegido, acusó el demócrata.

Por su parte la candidata demócrata a la vicepresidencia, Kamala Harris, criticó la convención republicana, e indicó que tiene como propósito “apaciguar” el ego del gobernante.

“La convención republicana está diseñada con un propósito: apaciguar el ego de Donald Trump. Hacerlo sentir bien”, afirmó Harris en un discurso desde la Universidad George Washington, en el que además criticó el manejo que la actual Administración ha hecho de la pandemia del coronavirus.

Varias protestas han sido convocadas para esta noche en Washington DC, con motivo del discurso del presidente Trump.
La campaña #ThePeoplesHouse (la casa del pueblo) ha organizado una protesta a partir de las 21.00 hora local, que tendrá como punto de partida la calle 15.
“Si Trump piensa que puede celebrar su fiesta en nuestra casa (en referencia a La Casa Blanca) debe saber que estamos escuchando y que haremos que rinda cuentas este sábado y el día de las elecciones”, dicen los organizadores en la página web.
“Durante casi cuatro años -agregaron-, hemos visto a Trump arrebatar a nuestra nación de su posición en el mundo. Este jueves por la noche haremos que nuestras voces sean escuchadas”.
Por otro lado, el grupo Refuse Fascism (Rechazar el fascismo) ha hecho otra convocatoria de protestas a partir de las 19 horas en la capital para pedir la salida de Trump y de su vicepresidente, Mike Pence.
“Con la clausura de la RNC (Convención Nacional Republicana) estamos acercándonos hacia unas elecciones que serán una muestra de la manera en que se gobierna este país”, indicaron.
Medios locales informaron que el Servicio de Parques Nacionales ha dado autorización al Comité Nacional Republicano para que se lancen fuegos artificiales a partir de las 23:00 horas local en el Mall, la explanada  de museos y monumentos que une La Casa Blanca con el Capitolio, después de que el presidente acepte la nominación del partido.
Mañana, viernes, se espera que miles se congreguen frente al Monumento a Lincoln, en la capital, para conmemorar la Marcha sobre Washington de 1963, durante la cual el líder de los derechos civiles Martin Luther King pronunció su famoso discurso “Tengo un sueño”.

Más de 70 republicanos que ocuparon cargos de seguridad nacional en el Gobierno de Estados Unidos afirmaron que el presidente Donald Trump “carece del carácter y la competencia para conducir esta nación”, en una carta difundida este viernes.

“Nos preocupa profundamente el curso de nuestra nación bajo la conducción de Donald Trump”, indicaron los firmantes en la carta, entre los que están el exdirector de la Agencia Central de Inteligencia Michael Hayden, el exdirector de Inteligencia John Negroponte y el exsecretario de Defensa Chuck Hagel.

“Trump ha demostrado que carece del carácter y la competencia para conducir esta nación y ha incurrido en comportamientos corruptos que lo hacen inepto para servir como presidente”, continuó el documento.

Los exfuncionarios que firmaron la carta, entre ellos también el exdirector de la Oficina Federal de Investigaciones William Webster, ocuparon cargos de seguridad nacional en las Presidencias de Ronald Reagan, George W. Bush, George H.W. Bush y también en la de Trump.

El texto afirma que Trump “ha dañado gravemente el papel de Estados Unidos como líder mundial”, ha solicitado la influencia extranjera y ha socavado la confianza en nuestra elección presidencial, se ha alineado con dictadores y ha insultado a las fuerzas armadas, las agencias de inteligencia y diplomáticos.

Señala que Trump “ha socavado el imperio de la ley”, ha deshonrado la Presidencia, ha dividido la nación, ha atacado y vilipendiado a los inmigrantes, y ha puesto en peligro la seguridad de Estados Unidos al trastornar el funcionamiento de las agencias de seguridad nacional.

Por todo ello, concluyeron, “estamos firmemente convencidos de que en el mejor interés de nuestra nación el (ex) vicepresidente Joe Biden sea elegido como el próximo presidente de Estados Unidos, y votaremos por él”.

La Convención Nacional del Partido Demócrata concluyó este jueves después de hacer oficial la candidatura de Biden para las elecciones del 3 de noviembre, en las cuales Trump busca un segundo mandato.

Durante la convención, otras figuras republicanas prominentes declararon su respaldo a la candidatura de Biden, incluido el exgobernador de Ohio John Kasich.

En junio, el exsecretario de Estado Colin Powell dijo que votaría este año por el candidato demócrata porque Trump “miente”.

Cuando faltan 74 días para la elección, todas las encuestas dan a Biden una ventaja entorno a los 10 puntos porcentuales sobre Trump, pero el presidente cuenta con un apoyo firme entre los republicanos.

El presidente Donald Trump anunció este miércoles que evalúa dar desde La Casa Blanca su discurso de aceptación de la candidatura republicana para las elecciones del 3 de noviembre.

“Estamos pensando en ello. Sería lo más fácil desde el punto de vista de la seguridad”, dijo Trump en una entrevista con Fox News, que de confirmarse, rompería una larga tradición.

El discurso de investidura del 27 de agosto, la formalidad más importante de un candidato presidencial, iba a ser originalmente un acto masivo de la convención nacional republicana en Charlotte, Carolina del Norte.

Pero el plan tuvo que descartarse debido a la pandemia del nuevo coronavirus, al igual que un intento de trasladar el evento a Florida.

En la entrevista con Fox News, el presidente también pidió adelantar el primer debate, previsto para el 29 de septiembre, ya que para dicha fecha la votación por correo ya habría iniciado en algunos estados del país.

En Estados Unidos, los presidentes que buscan la reelección deben separar los actos de su campaña de las actividades oficiales financiadas por los contribuyentes, por lo que usar La Casa Blanca como escenario para el discurso de aceptación sería algo cuestionable.

Trump dijo en Fox News que la logística y los costos eran su principal preocupación. “Es una operación muy grande”, dijo. “Estamos pensando en hacerlo desde la Casa Blanca porque no supone traslados. Es fácil. Y creo que es un entorno hermoso”. Es “de lejos lo menos costoso para el país”, agregó.

Sin embargo, Trump apuntó que está dispuesto a pronunciar el discurso en otro sitio en caso de que se presentara alguna objeción.

Los demócratas se están preparando para una convención casi completamente virtual del 17 al 20 de agosto en Milwaukee, Wisconsin. Los delegados republicanos, en tanto, prevén reunirse en una sesión reducida en Charlotte para nominar a Trump el 24 de agosto.

Para retrasar el día de la jornada electoral de Estados Unidos, tal y como lo sugirió esta mañana el presidente Donald Trump, el mandatario debería contar con el apoyo del Congreso para modificar una ley federal de 1845 que establece el primer martes, después del primer lunes de noviembre, como el día para celebrar la jornada de elecciones legislativas, que corren en paralelo al proceso de elección del presidente cada cuatro años.

Los demócratas controlan la Cámara baja del Congreso y sería necesario, por tanto, que la oposición se alineara con el presidente, lo cual resulta imposible.

“Seamos claros: Trump no tiene la capacidad de retrasar las elecciones. Nuestras elecciones están consagradas en la
Constitución. La Constitución dice que si la fecha de las elecciones cambia, deberá hacerlo el Congreso”, señaló el presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, el demócrata Jerry Nadler.

Los legisladores republicanos también se opusieron a un retraso, con el líder de la mayoría conservadora del senado, Mitch McConell, a la cabeza, quien aseguró en una entrevista con una emisora de Kentucky que la fecha electoral está “grabada en piedra”.

“Nunca en la historia de nuestro país, ni en guerras, depresiones o en la guerra civil, no hemos celebrado una elección federal programada en su tiempo y encontraremos la manera que así sea de nuevo”, afirmó McConell.

En una audiencia en el Senado, el secretario de Estado, Mike Pompeo, no fue tan tajante y dijo que las elecciones se deben llevar a cabo de manera “legal”, pero destacó que es importante que sean comicios “en los que todo el mundo confíe”.

El tuit de Trump apareció en la red social solo 15 minutos después de que el Departamento de Comercio anunciara que el Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos se desplomó en el segundo trimestre a una tasa anual de un 32.9% (9.5% interanual), lo que supone un descalabro histórico debido a la pandemia de Covid-19.

Otras importantes voces del Partido Republicano se han pronunciando en contra del posible retraso electoral.

El jefe de la Comisión Judicial  de la cámara alta, Lindsey Graham, declaró que “no creo que se una buena idea”, retrasar las elecciones de noviembre próximo.

“Vamos a tener una elección, va a ser legítima y va a ser creíble”, ha apostillado el  senador republicano por Florida Marco Rubio.

Aún más contundente ha sido Rodney Davis, el más alto cargo republicano en la comisión que se encarga de cuestiones electorales en la Cámara de Representantes. “No va a haber ningún retraso en las elecciones de 2020. El Congreso ha fijado la fecha y no debería haber cambios. Se celebrarán el 3 de noviembre, como está previsto y exige
la ley”, ha declarado en Twitter.

Desde las filas de los demócratas, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se ha limitado a recordar el texto constitucional: “El Congreso determinará (…) el día en el que los electores deben emitir sus votos, que debe ser el mismo en todo Estados Unidos”.

Al respecto, el Comité Nacional Demócrata reaccionó y dijo que “la amenaza” de Trump no es más que un intento desesperado de distraer de las devastadoras cifras económicas actuales que dejan en claro que su respuesta fallida al coronavirus ha hundido la economía de Estados Unidos.

“Trump puede tuitear todo lo que quiera, pero la realidad es que no puede retrasar las elecciones, y en noviembre, los votantes lo responsabilizarán” por la situación, agregó el Comité a través de un comunicado.

ARTURO SARUKHÁN

EL UNIVERSAL

 

 

De tanto en tanto, un hackeo resulta tan disruptivo y sorprendente en su alcance y audacia que se convierte en un recordatorio oportuno de la precariedad de nuestra dependencia colectiva de sistemas tecnológicos y plataformas digitales. En ocasiones, la naturaleza particular del ciberataque también hace que se vuelva emblemático de los tiempos que vivimos. El hackeo a Sony en 2014 expuso secretos personales y comerciales profundamente incómodos y onerosos para la compañía japonesa. Las filtraciones de Wikileaks en 2010 o de Snowden en 2013 fueron un tsunami de información diplomática y de seguridad nacional sin precedente. El ataque al Comité Nacional Demócrata en 2016 y la publicación de correos electrónicos incidieron en el resultado de la elección presidencial estadounidense.

A esta lista quizá habrá que agregar ahora el hackeo de Twitter del miércoles pasado, un ataque inusitado y coordinado de ingeniería social –aunque poco sofisticado tecnológicamente- contra la privacidad, confianza y seguridad de las redes sociales. Con múltiples cuentas cayendo como chas de dominó, Twitter optó por la opción nuclear, impidiendo que todas las cuentas verificadas restableciéramos contraseñas o tuiteáramos, en algunos casos durante horas. El ataque, sin consecuencias graves por el momento, es relevante más por lo que podría implicar en un futuro que por el daño que parece haber infligido -por lo menos en términos de lo que se atisba ahora sobre la superficie- a sus víctimas. Los atacantes secuestraron cuentas de políticos, empresarios, celebridades y compañías estadounidenses -entre ellos Barack Obama, Joe Biden, Mike Bloomberg, Bill Gates, Elon Musk, Apple y Uber- con el propósito aparente de obtener pagos en criptomoneda. Aún hay muchas preguntas sin respuesta sobre el operativo,
pero ciertamente podría haber sido mucho peor: los atacantes controlaron las cuentas por solo un período breve y las ganancias de esta estafa sumaron poco más de $100,000 dólares, una cifra roñosa dado el asombroso éxito del ataque y el perfil de las cuentas atacadas.

Todo ello ha llevado a sospechar que el ciberataque encierra más de lo que aparenta. La pregunta obligada, dado que ninguna cuenta de las que fueron blanco del ciberataque fue de figuras Republicanas, empezando por la del propio Donald Trump, es si esto fue un embate político disfrazado, con motivos ulteriores y vinculados al proceso electoral presidencial estadounidense de este año. ¿Quizás los ciberdelincuentes usaron su acceso a las cuentas para
capturar mensajes directos e información personal y lo usarán para intentar chantajear o incluso llevar a cabo el tipo de filtraciones que siguieron al ataque a la campaña y partido Demócratas en 2016? Hasta que Twitter llegue al fondo del incidente, no hay forma de estar seguro.

Pero dado el papel que hoy juega esa galería de los espejos que son las redes sociales en nuestro discurso y vida públicas, así como la enorme influencia ahora conferida por la celebridad en Twitter, el ciberataque ya se ha convertido en un momento emblemático de la coyuntura social y política que vivimos. En el proceso, no solo ha subrayado la hiperdependencia del mundo a las redes de información que, por su propia naturaleza, se basan mayoritariamente en información no verificada. A medida que Estados Unidos entre a la recta final de una campaña electoral presidencial profundamente divisiva, es probable que veamos nuevamente procesos de polarización al interior de una sociedad altamente susceptible a la desinformación, con actores internos y externos aprovechando la tribalización estadounidense. Podría ser tentador pensar que los guardianes de las plataformas digitales más importantes han aprendido las lecciones de la campaña de 2016. Yo no estaría tan seguro: solo hay que ver a Facebook y cómo confronta la desinformación. Y en este entorno, ¿qué estragos podría causar información sustraída ahora de esas cuentas y divulgada de manera quirúrgica más adelante? Con un presidente que esencialmente tuitea en vez de gobernar -y que este fin de semana declaró que verá si en su momento acepta y reconoce o no el resultado de las elecciones en noviembre, ¿qué ocurrirá si su cuenta llega a ser controlada externamente? ¿O cuánto tiempo pasará antes de que el tuitero en jefe de la Casa Blanca, después de un tuit particularmente controversial, arme que su cuenta ha sido pirateada?

Después de meses de campaña, debates y promesas, los votantes por fin este lunes iniciarán en Iowa el proceso para elegir qué candidato demócrata intentará arrebatar a Donald Trump la Casa Blanca en las elecciones generales de noviembre.

Los habitantes de Iowa se reunirán esta noche en unas asambleas conocidas como “caucus”. Habrá “caucus” para los demócratas y para los republicanos, aunque Trump no se enfrenta a ningún rival significativo, por lo que todas las miradas se centrarán en los demócratas.

Exactamente a las 19:00 hora local, los iowanos dejarán de esperar en fila y entrarán a alguno de los 1,678 puntos donde se celebran asambleas: desde gimnasios y cafeterías escolares hasta iglesias, sótanos y casas particulares.

Por ser el primer estado donde los electores se pronuncian, Iowa acapara la atención de políticos y periodistas, lo que le da a este “caucus” una especial trascendencia dentro de las primarias.

No obstante, en los últimos años, han crecido las voces que cuestionan el poder de Iowa: en todo EUA hay 150 millones de personas registradas para votar, mientras que en Iowa ese número es solo de 2 millones y se estima que esta noche solo participarán entre 200,000 y 300.000.

Además, demográficamente, este primer estado no representa la diversidad del país: en EUA el 16.3% de la población es hispana y el 13.6% afroamericana, mientras que en Iowa solo hay un 5% de hispanos y un 3.4% de afroamericanos, según los datos del último censo.

Iowa, sin embargo, se aferra a sus tradicionales “caucus”. Estas son algunas de las claves para comprenderlos:

1) ES UN PROCESO “COLECTIVO”: Lo primero que hay que entender es que un “caucus” no es una primaria. Las asambleas son un acto “colectivo”, en el que el grupo debate y decide por un candidato, mientras que las primarias son “individuales”. En las primarias, las votaciones comienzan por la mañana, duran todo el día y, cuando se cierran los colegios electorales, se cuentan los votos. En los “caucus” de Iowa no hay un horario de votación y tampoco papeletas para depositar en urnas. Una vez que los vecinos se reúnan, el debate para elegir a un candidato puede extenderse durante horas.

2) SE VOTA EN GRUPO:  En los “caucus” se vota en grupo. Una vez que comienza la reunión, los representantes de las diferentes campañas dan argumentos a favor de su candidato y, enseguida, los electores se separan formando grupos para colocarse en un lugar específico de la sala y señalar su apoyo por un aspirante.

3) HAY QUE PERSUADIR: Cuando los asistentes están divididos en grupos se hace un conteo. Para pasar a la siguiente ronda, cada candidato necesita el respaldo de al menos un 15% de los electores. Quien no lo alcanza es eliminado y sus seguidores se quedan libres, de forma que pueden pasar a integrar las filas de los indecisos o del grupo de otro aspirante.

4) IOWA TIENE UN PESO SIMBÓLICO: Concluidos todos los “caucus”, el Comité Nacional Demócrata (DNC) calcula cuántos delegados se lleva cada candidato. En EUA, los electores no eligen directamente mediante su voto al candidato de su partido en un proceso de primarias, sino que relegan esa responsabilidad en los delegados, cuyo número varía dependiendo del estado. Iowa reparte 41, una cantidad ínfima comparada con los 1,990 que necesitará cualquier candidato demócrata para asegurar la nominación y poder así enfrentarse a Trump en noviembre.

Foto: Twitter @brianneDMR

Los republicanos en el Congreso han comenzado a discutir si podrían tener que votar para bloquear las nuevas tarifas planeadas por el presidente Trump a México, lo que podría provocar un segundo estancamiento este año sobre el uso de los poderes ejecutivos por parte de Trump para eludir al Congreso, dijeron personas familiarizadas con las conversaciones.

La votación, que sería el acto de desafío más dramático del Partido Republicano desde que Trump asumió el cargo, también podría tener el efecto de bloquear miles de millones de dólares en los fondos del muro fronterizo que el presidente había anunciado en febrero cuando declaró una emergencia nacional en la frontera sur, dijo la gente, que habló bajo condición de anonimato porque las conversaciones son privadas.

Los planes de Trump para imponer aranceles a México, con quien Estados Unidos tiene un acuerdo de libre comercio, se basan en la declaración del presidente de una emergencia nacional en la frontera. Pero la ley le da al Congreso el derecho de anular la determinación de emergencia nacional al aprobar una resolución de desaprobación.

El Congreso aprobó dicha resolución en marzo, luego de que Trump reasignara los fondos del muro fronterizo, pero él la vetó. Ahora, a medida que crece la frustración en el Capitolio por la última amenaza arancelaria de Trump, una segunda votación podría obtener una mayoría a prueba de veto para anular la emergencia nacional, que a su vez podría socavar tanto el esfuerzo del muro fronterizo como las nuevas tarifas.

Los legisladores republicanos no están dispuestos a verse envueltos en un conflicto con el presidente. Pero algunos sienten que podrían tener que tomar medidas luego de un consenso creciente dentro del GOP de que estas nuevas tarifas equivaldrían a aumentos de impuestos para las empresas y los consumidores estadounidenses, algo que representaría una profunda violación de la ortodoxia de los partidos. Trump ha dicho que aplicará aranceles del 5 por ciento a todos los productos mexicanos a partir del 10 de junio, aumentando otro 5 por ciento al mes hasta octubre, a menos que México detenga toda migración ilegal hacia los Estados Unidos.

Algunos funcionarios de la Casa Blanca saben que los legisladores están considerando la táctica, pero aún no han decidido cómo responder. Trump tenía la esperanza de que amenazar con imponer aranceles contra las importaciones mexicanas conduciría a importantes concesiones del gobierno mexicano. Pero los funcionarios de la Casa Blanca no han articulado exactamente lo que quieren que haga el gobierno mexicano, lo que genera un temor creciente entre algunos legisladores de que la Casa Blanca siga adelante con los aranceles cuando estén programados para entrar en vigencia el 10 de junio.

La Casa Blanca defiende la amenaza arancelaria diciendo: “México debe ‘hacer más’ para detener a los migrantes”.

La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Sanders, dijo el 31 de mayo que México necesita “hacer más” para detener el flujo de inmigrantes indocumentados que cruzan a los Estados Unidos.

El lunes, los legisladores de ambos partidos, incluidos varios de los principales republicanos, advirtieron que Trump estaba arriesgando la destrucción de un acuerdo comercial pendiente con México y Canadá al prepararse para imponer sanciones de importación a los productos mexicanos.

Los legisladores instaron a Trump a abandonar las tarifas previstas. De lo contrario, dijeron, el acuerdo comercial pendiente conocido como Tratado Estados Unidos-México-Canadá, o T-MEC, probablemente fracasará.

 

 

Con información de The Washington Post