Liébano Sáenz

MILENIO

 

 

 

En memoria de María Angélica Luna Parra 

 

Son muchos los rasgos que hacen de los comicios del año próximo un proceso diferente. La sociedad mexicana ha cambiado y a contrapelo de este aliento, lo han hecho también algunas instituciones políticas. El descontento y la crisis de consenso son resultado, por una parte, de la dificultad de las instituciones para responder a las expectativas ciudadanas y, por otra, de un cambio de forma y fondo en la misma sociedad. Aunque las transformaciones son profundas, los cambios son paulatinos y constantes, con lo que se vuelven un tanto discretos y para algunos, imperceptibles. 

 

 

En México y por lo general en el mundo, salvo casos excepcionales, la política convencional es muy lenta en advertir la intensidad de la nueva realidad social. La aspiración colectiva a nuevos términos de certeza se enfrenta a la rigidez de las instituciones y de quienes las encabezan. Por eso es en las elecciones cuando la sociedad hace valer su sentido de las cosas. Los movimientos disruptivos y la crisis de los partidos históricos son frecuentes y poco ayudan a entender el nuevo panorama. Los candidatos que pueden articular la nueva actitud del electorado suelen dar la sorpresa porque logran concitar a su favor un poderoso sentimiento de transformación, mayor a la sola aspiración de cambio, que se impone en la competencia.

 

En México los partidos viven un severo desgaste que en condiciones de una campaña tradicional los somete a un juicio reprobatorio. El caso más emblemático ocurrió en 2015 en la elección de gobernador en Nuevo León. Jaime Rodríguez, bajo una oferta que se centraba en que gobernaría para los ciudadanos y no para los partidos, pudo ganar con amplio margen. El caso es relevante no tanto por la persona, quien en su nueva condición de gobernador perdió la seducción irreverente y desafiante que le acompañaba, sino por la irrupción misma del electorado a partir de una oferta simple y bien comunicada. Otro caso digno de mención y con un gran potencial, por la congruencia acreditada después del triunfo, es la del joven diputado y ahora virtual candidato independiente al Senado en Jalisco, Pedro Kumamoto.

 

Estamos, pues, frente a una realidad diferente. Los ciudadanos buscando espacios y reconocimiento, y los partidos aplazando el llamado de la sociedad que les exige su transformación. Las dirigencias no solo se concentran en ganar el voto en un sentido de corto plazo, sino que en la disputa interna se cierran a la democracia, la inclusión y a la renovación. El mismo caso de Morena, un partido que ha ganado de inicio aceptación, también ha sido afectado por la reserva y la duda ciudadana frente a las actitudes de las organizaciones políticas. 

 

Los partidos no encuentran o no buscan nuevos modelos de vinculación y participación, prefieren refugiarse en la tradición y en los acuerdos entre sus cúpulas. En unos y otros, en el fondo, hay una suerte de desprecio al ciudadano y una excesiva confianza de que las cosas pueden continuar de la misma forma que antes, cuando los ciudadanos eran requeridos solo para entregar su voto. 

 

 

En el escenario de las elecciones del 1º de julio, es oportuno cuestionar desde ahora el carácter que jugará este sentimiento contra los partidos y las formas convencionales de la política. Por lo pronto, lo que adquiere relieve serán las personas. El voto duro o inercial de los partidos cuenta y mucho, especialmente por la fragmentación del voto, pero tiene más peso la capacidad de ganar el favor de la inmensa mayoría de los ciudadanos ahora no solo distantes, sino con una fuerte insatisfacción hacia los partidos en general y más hacia los que se asocian al poder. 

 

El PRI, por primera vez en su historia selecciona a un candidato que no milita ni ha militado en partido alguno. José Antonio Meade ha sido un funcionario en los primeros planos de la administración federal en los gobiernos del presidente Fox, Calderón y ahora Enrique Peña Nieto. Sus responsabilidades han sido mayores en política social, relaciones internacionales y desde luego economía. Que el PRI haya optado por un candidato no militante es una señal en el sentido correcto. En el sondeo de GCE queda claro que el electorado no ve como problema, sino más bien como virtud, la ausencia de militancia política formal de José Antonio Meade. 

 

 

En algunos círculos se había comentado la dificultad que tendría la base priista para aceptar un candidato sin militancia. El argumento más bien se daba por las expectativas de otras opciones, presentando como problema lo que ahora se perfila como fortaleza. El ADN del PRI es estar en el poder, más que cualquier otro partido. La mejor oferta al priismo es la de ganar el poder. Para ello no es suficiente la representación partidaria o la movilización electoral de su base, es fundamental ser competitivo en ese segmento de la población que no tiene vinculación o relación con partido alguno. 

 

 

El PRI se une con Meade porque percibe que con él se puede ganar una elección compleja en extremo por el ambiente de opinión y el humor social que le acompaña. El voto que habrá de prevalecer es el del cambio; se perfilan dos opciones claramente diferenciadas: regresar a un pasado distanciado de la certeza democrática, o la modernización de la política, el gobierno y la economía. 

 

En cierto sentido la oferta que prevalecerá es la que el mismo candidato representa. Esto será válido para José Antonio Meade y para Andrés Manuel López Obrador, como también lo representará para todos los otros candidatos presidenciales. Preparación y experiencia tienen aprecio en el electorado, también valores y principios. La cuestión no solo es tener estos atributos, sino poder comunicarlos de manera convincente. 

 

 

La decisión del PRI y del presidente Peña es acertada para la circunstancia del país y las expectativas de la sociedad mexicana. Meade como candidato es un justo y positivo contraste frente a López Obrador y todo lo que le acompaña. Los temas son la inseguridad, la corrupción y una buena economía en las mesas de los hogares. La mesura y empatía de José Antonio Meade, su independencia y la construcción de una clara propuesta de cambio habrán de ser la alternativa frente al estilo caudillista y providencial que representa Andrés Manuel López Obrador. Como nunca, esta elección deja en claro la disyuntiva que se nos presenta como nación; ya veremos el camino que tomen los ciudadanos.

 

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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