Donald Trump llega a la presidencia, con una curva de aprendizaje más empinada que casi cualquier persona que haya ocupado el cargo. Él está batallando duramente en un trabajo que probablemente no creía que sería así. Por lo menos él parece optimista y le hace frente al desafío, disminuyendo un miedo realista. Llamarlo un fracaso en este punto es ridículamente prematuro.

 

Aún más ridículo es comparar sus problemas con Watergate de Nixon, ya que no hay presidente que se parezca menos. Nixon era una parte profundamente arraigada y conectada del establishment gobernante. Había sido congresista, senador y vicepresidente. Sus pecados en el Watergate fueron cometidos en su camino hacia una reelección. Si Trump dirigiera a su presidencia, no será como lo hizo Nixon, al presumir demasiado su capacidad para controlar las instituciones y doblarlas a su voluntad.

 

Trump es un presidente inusual que a diferencia de lo que cualquiera pudiera pensar, habla sólo para sí mismo. No hay ningún ejército de grupos de interés de Trump. No tiene un profundo conocimiento de política, gobierno o política. No tiene vínculos con organizacionales de larga historia.

 

Los resultados no fluyen: las acciones de Nordstrom han subido desde que fueron golpeadas por el Sr. Trump. Si él twittea mañana que el IRS debería investigar a Amazon -una amenaza que hizo durante la campaña- nadie en el IRS probablemente cambiaría una cosa que estaban haciendo. Barack Obama no habría tenido que twittear una palabra.

 

 

 

 

Texto completo en The Wall Street Journal

Foto: 

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



Escribe un comentario