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JOSÉ WOLDENBERG

REFORMA

 

 

 

 

Vivimos en el reino de la opinión. Cada quien tiene una. Y los comentaristas políticos no somos una especie ajena a ello. No podemos serlo, el oficio, al parecer, demanda veredictos sucintos y contundentes. El “pequeño” problema es que los hechos han empezado a ser prescindibles y las percepciones ocupan su trono. La “realidad” -lo que a estas alturas quiera decir- con sus complejidades, pliegues, embrollos, dificultades, puede ser exorcizada del discurso siempre y cuando uno tenga adjetivos suficientes para conjurarla. Es más sencillo reforzar prejuicios que intentar explicar o siquiera narrar lo que sucede. Malos tiempos, como quizá lo sean todos.

 

Vayamos al espinoso tema de la fiscalización de los recursos de los partidos durante las campañas electorales. Solo, por lo pronto, a las cifras que ilustran la magnitud y complejidad del asunto. Un piso de información (creo) necesaria. 3,254 campañas debieron ser fiscalizadas: 335 de diputados locales por el principio de mayoría relativa, 51 de diputados de representación proporcional, 22 gobernadores, 1848 presidentes municipales y 998 regidores. Esa fiscalización de campañas locales es una nueva encomienda para el INE fruto de la reforma del 2014. ¡Y prepárense para lo que viene!: en junio hubo elecciones en 4 estados, el próximo año además de las federales, habrá votaciones en 30 entidades.

 

El tope de gastos de campaña que no fija el INE -sino que se encuentra establecido en una fórmula en cada legislación local-, fue para los candidatos a gobernador en Coahuila de 19.2 millones de pesos, en el Estado de México de 285.6 y en Nayarit de 20.5. Si tomamos en cuenta que el número de electores en cada uno de esos estados era, respectivamente, de 2.1 millones, 11.3 millones y 814 mil, el gasto por elector autorizado era de 9.32, 25.24 y 25.13 pesos en cada uno de esos estados. No resulta extraño entonces que el rebase del tope fuera más probable en Coahuila que en los otros dos.

 

En Coahuila los partidos reportaron como gastos las siguientes cifras (para todas las elecciones: gobernador, Congreso y presidencias municipales): Coalición PAN 39.8 millones de pesos (todas las cifras han sido redondeadas); Coalición PRI 32.1 y PRI solo 17.3; PRD 4.4 y Morena 12.2. Pero el INE detectó que la coalición en torno al PAN había omitido gastos por 6 millones de pesos; la coalición en torno al PRI 4.6 y el PRI 2.3; PRD 101 mil pesos y Morena 2.6 millones.

 

En el Estado de México, donde solo hubo elección para gobernador, los partidos reportaron como gasto lo siguiente: PAN 95.8 millones; Coalición PRI 116.1; PRD 56.3; PT 18.0 y Morena 122.3. No obstante, el INE encontró gastos no reportados por los siguientes montos: PAN 59.2 millones; Coalición PRI 52.1; PRD 71.4; PT 10.8 y Morena 16.1.

 

Si uno suma los resultados de gastos no reportados de todas las elecciones -aquí solo hemos presentado una pequeña muestra- el monto crece hasta 270 millones de pesos que los partidos no incluyeron en sus informes y que el INE -auxiliado por los institutos locales- encontró y puede documentar (no a “ojo de buen cubero”). ¿Cómo lo hizo? Monitoreando la publicidad en la vía pública, en los medios impresos, realizando visitas de verificación a los eventos de los partidos, a sus respectivas casas de campaña y atendiendo quejas de los partidos.

 

La tarea de fiscalización -en su nuevo formato- no es sencilla. Los legisladores decidieron centralizar en una sola institución (INE) lo que en el pasado realizaban 33 institutos (el Federal y 32 locales). Esa tarea debe hacerse en un tiempo muy ajustado (45 días) porque además la misma reforma (2014) estableció como causal de nulidad de la elección el rebase del tope de gasto de campaña en un cinco por ciento, siempre y cuando la diferencia entre el primero y segundo lugar no fuera superior al 5 por ciento de los votos.

 

Leo una conmovedora novela de Ian McEwan, La ley del menor (Anagrama, 2015). El personaje central es una juez del Tribunal Superior británico que desahoga conflictos familiares. Es una mujer sabia, sensible, con temple, acostumbrada a lidiar con las contrahechuras de la existencia, y sabe por experiencia propia que la ley, a la que rinde tributo -porque sin ella la vida en sociedad sería una jungla-, en ocasiones es también una “serpiente venenosa”.

 

JUAN IGNACIO ZAVALA

EL FINANCIERO

 

 

 

Cuando se piensa que ya no se puede estar peor, llega alguien a recordarte que la decadencia no tiene límites, que siempre se pude estar más abajo. Es el caso del secretario Ruiz Esparza. Todo alrededor de él huele a corrupción y desprecio hacia los demás. En medio del escándalo, el hombre tiene una actitud que deja en evidencia por qué este gobierno es el peor calificado de la historia. A la falta de sensibilidad del presidente –que protege a su gente sin ninguna consideración del daño político que le ocasionan–, se suma la patanería propia del secretario.

 

Ya era indignante el manejo de la comunicación promoviendo las carreteras cuando la recién inaugurada no sólo era un fracaso, sino un peligro mortal para los usuarios, o el mensaje de que habían rescatado un coche, pero que lamentablemente los usuarios habían muerto, cuando al secretario se le ocurre decir que indemnizarán a la familia por el “mal rato” que pasaron. Se necesita ser estúpido para expresarse de esa manera cuando se representa a un gobierno.

 

Pasar un mal rato dice el secretario. Es la tontería, la indolencia de un gobierno que el único esfuerzo que hace es para alejarse de los ciudadanos. La muerte como un “mal rato”. La corrupción como actividad para pasar “buenos ratos”. Es el sentido que tienen de la vida: un rato. Puede ser un mal rato, como la muerte en un accidente o un buen rato como la es la certeza de la impunidad. 

 

Si para ese gobierno la tragedia se resume en pasar un mal rato, este sexenio ha sido uno de los peores ratos que hemos pasado. Por eso la renuncia de Ruiz Esparza es un asunto de importancia: se trata de que nos eviten pasar más malos ratos con malas caras y tener que soportar la insolencia de un individuo corrupto y prepotente como es el secretario de Comunicaciones y Transportes. Nada lo conmueve, nada le sorprende. De la misma manera en que se burla de un padre y un hijo que mueren por la negligencia de quienes no atendieron las quejas de los vecinos, defendió a capa y espada la licitación de la construcción y puesta en marcha de un tren a Toluca –lugar del que salieron la bola de rufianes que nos gobierna–, pero le dio lo mismo cancelar esa construcción el mismo día que la defendió. 

 

El gobierno del presidente Peña puede caer más –aunque ellos no lo crean–. Están generando un ambiente de repudio y de rabia. Anuncian investigaciones que no irán a ningún lado, piden la renuncia de funcionarios menores y creen que con eso convencen a los demás. ¿Cómo va a investigar la autoridad si el principal encubridor es el secretario? Tan sólo para poder tener una investigación transparente es necesaria la renuncia de Ruiz Esparza. Nadie lo culpa de haber hecho el hoyo, pero sí de no tener la vergüenza pública de retirarse. Al contrario, el tipo sigue exhibiendo su capacidad para decir babosadas. 

 

Que se vaya Ruiz Esparza. Es necesario, deseable, exigible, justo. Si este gobierno pasará a la historia como uno de los más corruptos de la historia, el titular de SCT es la cara de esa corrupción. Atrás de ese rostro indolente está OHL, Higa, la ‘casa blanca’, las licitaciones amañadas, la falta de transparencia. Eso quedará para la historia, aunque se quede en su puesto. Por eso tiene razón el monero Magú cuando dice que Ruiz Esparza es un So-cabrón.

 

Twitter: @JuanIZavala

 

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

REFORMA

 

 

 

La obra pública es un foso de muerte. No es metáfora. El piso pavimentado es una trampa. Bajo la oblea de concreto recién aplanado, se abre un abismo que puede cazarnos en cualquier momento. No pasaron tres siglos ni los cuarenta años que se ofrecieron como garantía al atajo. Llovió, y de pronto, la calle se tragó a dos hombres. Los servicios de rescate tardaron 9 horas para sacar el coche de la gruta. No murieron por la caída del vehículo sino asfixiados, enterrados vivos. Una segunda negligencia los mató. Tras caer al precipicio, el abandono. Un mal rato, dijo el ministro, sacando la chequera. Así creerá él que se resuelve todo. Así creerá él que se mide todo, así creerá él que se compra todo.

 

Desde el punto de vista de quien murió o ha sufrido las consecuencias, durante esos minutos el universo se cayó, se derrumbaron los planetas. Fue una catástrofe cósmica: galaxias desplomándose, hoyos negros devorando el espacio entero.

He regresado a las líneas que escribió José Emilio Pacheco en 1985, tras el terremoto de septiembre: “Absurda es la materia que se desploma”. La sorpresa de la caída súbita, la calle convertida de pronto en lápida. Pero la tragedia que puso fin a la vida de Juan Mena López y de Juan Mena Romero no es recordatorio del absurdo de la materia sino de los crímenes del poder. Esta tragedia tiene marca humana, sólo humana. El caos que nos estrangula es la corrupción. La corrupción asesina. Asfixia niños, envenena ciudades, engaña enfermos, sepulta paseantes. La tragedia reciente no fue una traición del subsuelo, una súbita rebelión de lo fijo. Estas dos muertes son acusación a un gobierno incapaz de garantizar una obra segura y confiable. Estas dos muertes son denuncia de una empresa criminalmente negligente. Colusión letal de gobierno y empresa.

 

Vale recordar que la obra no era un puente a Hawái. No se abrió un túnel entre océanos. La obra que el propio Presidente presumió como ejemplo de su benéfica Presidencia era la ampliación de un camino. Un acelerador. Eran menos de 15 kilómetros que se entregaron tarde y con un sobreprecio que duplicó el presupuesto original. Esa fue la obra que pavoneaba el gobierno repitiendo aquello de que lo bueno cuenta y cuenta mucho. Fue una obra que provocó, durante el largo proceso de construcción, más de 250 accidentes y ¡más de 20 muertos! Antes de que la obra fuera inaugurada por el presidente de la República se habían prendido las señales de alarma. Funcionarios de protección civil y vecinos alertaban de las visibles fallas de la obra. En un documento de la Ayudantía Municipal de Chipitlán que se difundió después de la tragedia puede advertirse el convencimiento del peligro: por el mal trabajo realizado en la obra, “el muro que se levantó está a punto de colapsarse”. No es necesario decir que nadie respondió al grito.

 

El gobierno que hace unas semanas presumía la obra como una catapulta de la competitividad sólo acierta a sacrificar a sus peones. Un funcionario menor, un delegado regional ha sido destituido. El secretario de Comunicaciones y Transportes culpabiliza a la lluvia y la basura. No ha presentado aún su renuncia. El Presidente pide que no se apresuren juicios ni condenas. No ha destituido aún al secretario de Comunicaciones. El Presidente tiene razón, por supuesto, si se refiere a las responsabilidades penales. Habrán de fincarse porque la muerte de estas dos personas no fue un acontecimiento fortuito. Pero se equivoca el Presidente y de manera grave al desentenderse del principio elemental de la responsabilidad política. El secretario de Comunicaciones y Transportes no necesita haber estado en el lugar de la desgracia dando las indicaciones explícitas que provocaron el hundimiento. Era el responsable político de la obra y debe, en consecuencia, asumir las consecuencias de su desatención. Exigir la renuncia del secretario de Comunicaciones no es pedir hoguera para las brujas. Es defender el principio elemental de la legitimidad democrática: un funcionario público es políticamente responsable de lo que ocurre en su esfera de poder. El presidente de la República debe ser el primer interesado en honrar este criterio. No hace falta esperar un segundo más para advertir las funestas consecuencias de la negligencia.

 

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

PABLO HIRIART

EL FINANCIERO

 

 

Un severo tapabocas recibieron los detractores de la reforma energética al darse a conocer el hallazgo del yacimiento petrolero más grande de este siglo en México.

 

Se trata de una espléndida noticia para el país pues en ese yacimiento, ubicado a 60 kilómetros de la costa de Tabasco, se estima que haya entre mil 400 y dos mil millones de barriles de crudo.

 

Fue un descubrimiento del sector privado, a partir de la reforma energética, esa que tanto torpedearon desde hace años los sectores de izquierda y particularmente el partido Morena.

 

De las utilidades operativas que se obtengan de ese campo, 70 por ciento será para México, de acuerdo con el concurso que en su momento ganó el consorcio formado por las empresas Talos, Sierra y Premier.

 

La exclusiva que dio a conocer el miércoles en su nota principal de EL FINANCIERO, firmada por Jonathan Ruiz, significa un ingreso multimillonario para el Estado mexicano.

 

En concreto, Enrique Quintana expuso en sus Coordenadas de ayer que durante la vida útil del yacimiento el fisco podría recibir alrededor de 36 mil millones de dólares.

 

Cada año las arcas del país van a obtener, de ese yacimiento, unos 50 mil millones de pesos.

 

Y toda esa ganancia se habrá obtenido sin invertir un solo centavo.

 

En efecto, sin meter un peso de gasto, el país obtendrá 36 mil millones de dólares, aproximadamente.

 

¿Qué pasó? ¿No que la reforma energética era un mal negocio para México?

 

De no haber entrado el sector privado a las aguas del Golfo, México no contaría con ese ingreso. 

 

Ahora sí los tendrá.

 

Lastimosos resultan los argumentos de los legisladores de Morena para desprestigiar el hallazgo de las compañías privadas. Siguen con la cantaleta de que fue un “regalo” para las grandes empresas. Nada más falso.

 

Rocío Nahle, coordinadora de los diputados de Morena, expresó que fue “una burla y un engaño” el descubrimiento, pues “Pemex ya sabía de su existencia y se entregó a empresas extranjeras parte de nuestras reservas estratégicas”.

 

Desde luego que se sabía que por esa zona podía haber petróleo: por eso se subastan los bloques en áreas específicas. Y hay que invertir, explorar, buscar, sin la certeza de encontrar.

 

Si no fuera así, se sacarían a concurso bloques en el Océano Pacífico o en el desierto de Sonora.

 

México no gastó en exploración ni va a gastar en explotación. Ni un peso. En cambio va a recibir 70 ciento de las utilidades operativas (después de gastos) de ese yacimiento. Negocio redondo para la nación.

 

Con la visión estatista de Morena, habría que endeudarse para explorar, sin saber el resultado. En caso de que se acierte, como fue en este caso, sería preciso tomar recursos prestados para explotar, con un costo inmenso en el enorme aparato burocrático de Pemex más el pago a contratistas. Y cualquier movimiento brusco en el mercado internacional nos toma endeudados y nos manda a una crisis como la de 1981.

 

Nada de eso va a ocurrir. La inversión y el riesgo los asume el sector privado. Sólo dinero contante y sonante va a recibir el Estado para financiar proyectos sociales o de desarrollo.

 

Entonces, ¿era mala la reforma energética?

 

¿La van a echar abajo si ganan?

Twitter: @PabloHiriart

El Economista

 

 

CREDITO: 
Vidal Llerenas Morales

Se trata de la partida 33701 etiquetada como “Seguridad pública y nacional”

 

Por mucho tiempo existió una partida secreta propiamente dicha, ya que no se podía auditar, ni se conocía el detalle de su distribución. De hecho, Pablo Gómez encabezó la denuncia de la misma y logró que durante el gobierno de Ernesto Zedillo ésta desapareciera.

 

Ahora, debido a que gastamos cantidades crecientes en seguridad sin ningún control, tenemos otra partida que no sabemos a qué se destina y que se ha incrementado de manera exponencial a lo largo del ejercicio fiscal. Se trata de la partida 33701 “Seguridad pública y nacional”. Durante el sexenio pasado ésta se presupuestaba en alrededor de 900 millones de pesos (mdp) y se ejercían al final del ejercicio poco más de 2,000 mdp cada año.

 

A partir del 2013, la partida se presupuesta en alrededor de 700 mdp y se ejercen alrededor de 9,000 mdp. Es decir, el gobierno ha ejercido más de 40,000 mdp, cuando presupuestó menos de 3,000.

 

De acuerdo con el clasificador de gasto del gobierno federal, la partida tiene que destinarse a “la realización de programas, investigaciones, acciones y actividades en materia de seguridad pública y nacional, en cumplimiento de funciones y actividades oficiales, cuya realización implique riesgo, urgencia o confidencialidad”. Con esos argumentos, no se detalla el uso de los 40,000 mdp, sólo sabemos quien los gasta. Más de 7,000 mdp los ejerce la Policía Federal, pero cerca de 1,000 mdp, la Marina y más de 700 mdp, la Secretaría de la Defensa.

 

Llama la atención que se trata de un partida de capítulo 3000, es decir, para pagar servicios, desglosada como 3300, es decir, servicios profesionales, científicos y técnicos y 3307 o sea, de protección y seguridad. Esto significa que instituciones como la Policía Federal o la Marina gastan miles de millones de pesos en servicios de seguridad. Es como si instituciones como el IMSS o el ISSSTE gastarán miles de millones bajo el obscuro concepto de servicios de salud. Lo correcto es que este gasto, en todo caso, se registrara en los capítulos de personal, equipo, servicios o inversión de acuerdo a lo que realmente se destinaron los recursos.

 

El mal uso de la partida por parte del gobierno federal es casi confeso. Muy probablemente a eso se debe que el pasado 27 de junio se haya modificado en el Diario Oficial, el clasificador por objeto de gasto para incluir una nueva partida, la 33905. En la que se dice que se incluyen contratos en materia de seguridad, en temas como asesoría, equipo y mantenimiento. Las partidas de la nomenclatura 339 corresponden a la subcontratación de servicios con terceros o proyectos de prestación de servicios. Lo que al parecer sucede, es que no estamos construyendo capacidad institucional en nuestros organismos de seguridad y lo que en realidad pasa, es que subcontratamos buena parte de lo que hacen, con los enormes riesgos que eso representa.

 

La pregunta obvia es si la contratación de sistemas de seguridad como el de Pegasus se realizó con estas partidas y la respuesta es que seguramente sí. Un intermediario mexicano, relacionado con altos funcionarios del gobierno, se contrató para prestar servicios de seguridad, en este caso de espionaje, sin mayor control alguno, ni en el precio, ni en la operación. Para eso siempre existen recursos adicionales y un tratamiento que les asegura librarse de los más mínimos requerimientos de transparencia. Gracias a lo opaco de nuestro gasto en seguridad, ya tenemos una nueva y muy jugosa partida secreta en el gobierno federal, que urge transparentar.

 

 

Foto: Archivo APO

El centro de estudios Pew Research Ceter de Estados Unidos, presentó su encuesta global que abarca 37 países en el que recaba la opinión que se tiene del presidente Donald Trump y de la nación más poderosa del mundo.

 

Al preguntar qué tanto confían en Donald Trump respecto a sus decisiones de relaciones internacionales, sólo un 22% de los encuestados da su respaldo al magnate, mientras que un 74% no confía en él. Estas cifras muestran una gran diferencia de los últimos números que obtuvo Barack Obama quien obtuvo el respaldo del 63% de los encuestados y un 23% de rechazo. En cuanto a cómo ven a Estados Unidos, 49% de los ciudadanos lo ven con buenos ojos, mientras que 39% opinan que no es su mejor momento. Bajo el mando de Obama 64% veía al país de manera favorable mientras que un 26% opinaba de forma contraria.

 

La encuesta reporta los países en los más ha caído la confianza hacia el presidente de Estados Unidos:

  País (puntaje Trump vs Obama) 

  • Suecia 10 vs 93
  • Holanda 17 vs 92
  • Alemania 11 vs 86
  • Corea del sur 17 vs 88
  • Francia 14 vs 84
  • España 7 vs 75
  • Canadá 22 vs 83
  • Reino Unido 22 vs 79
  • Australia 29 vs 84
  • Japón 24 vs 78
  • Senegal 26 vs 77
  • Brasil 14 vs 63
  • Chile 12 vs 60
  • México 5 a 49

 

Sin embargo no todo fue malo, pues (curiosmente) Trump logró revertir esa tendencia en dos países

  • Israel 56 vs 49
  • Rusia 53 vs 11

 

Otro de los aspectos que presenta este estudio es un comparativo entre los principales líderes mundiales. La confianza que tienen en ellos, donde Trump no parece ser el único con calificaciones negativas (aunque sí el de mayor puntaje negativo).

 

  • Angela Merkel 42% Confían / 31% No confían / 18% No sabe
  • Xi Jinping 28% Confían / 53% No confían / 20% No sabe
  • Vladimir Putin 27% Confían / 59% No confían / 11% No sabe
  • Donald Trump 22% Confían / 74% No confían / 8% No sabe

 

Al entregar una lista de cualidades y defectos con los que calificarían al mandatario estadounidense, Trump fue calificado de la siguiente manera (las 7 principales respuestas):

 

  • Arrogante 75%
  • Intolerante 65%
  • Peligrosos 62%
    Un líder fuerte 55%
  • Carismático 39%
  • Esta calificado para ser presidente 26%
  • Se preocupa por la gente común 23%

 

El estudio concluye que los países en los que mayormente se afectó la imagen del presidente de Estados Unidos, fue México, Alemania, Canadá; mientras que en Israel y Rusia mejoró.

 

Con información de Pew Research Center / Foto: Archivo APO

LUIS RUBIO

REFORMA

 

 

 

Todo mundo supone que el presidente tendrá la posibilidad de imponer al candidato de su preferencia, como si nada hubiera cambiado en las últimas décadas, pero especialmente desde la derrota del PRI en 2000. El viejo sistema se fue deteriorando -y produjo repetidas crisis- no por la capacidad o incapacidad de personas en lo individual, sino porque el sistema concebido luego de la Revolución ya era incompatible con un mundo cambiante y un país moderno, grande y demandante. Ahora, luego de patéticos resultados electorales -con calzador y, en el mejor de los casos, de panzazo y con conflicto subsecuente-, la mera pretensión de poder imponer a un candidato desde el zenit presidencial parece absurda. Como dijo Marx, la historia se repite, la primera vez como tragedia, luego como una farsa. Ante este escenario, quizá no haya pregunta más importante para el próximo año -y, quizá, para la próxima década- que la forma en que actuarán los priistas.

 

La historia del PRI es la historia del dedazo, la concentración del poder -del poder unipersonal-, de la paz impuesta desde el centro y del control político vertical. Ese es el modelo que ha intentado recrear el presidente Peña en estos años, pero su inviabilidad ha sido el resultado de la nueva realidad política -y social, económica y tecnológica- que caracteriza al país y al siglo XXI. El PRI de hoy ya no es el de antes y los sistemas de control de antaño sólo producen confusión y, luego, caos.

 

El nuevo panorama, justo a un año de los próximos comicios para la presidencia, no es alentador para un gobierno tan impopular y, sobre todo, para un momento tan sensible y delicado, tanto en lo interno como en lo externo. No es sólo el enojo popular, la inseguridad que ignoran y desdeñan los políticos o el pobre desempeño económico para un enorme número de mexicanos, sino también la evidencia de corrupción y la flagrante impunidad. No es obvio que estas circunstancias sean distintas al pasado, pero sí lo son las percepciones y el amplio acceso a la información. Como dice David Konzevik, “los pobres de hoy son ricos en información y millonarios en expectativas”. Cualquiera que sea la causa, el PRI que hoy se perfila a la próxima justa presidencial no vive sus mejores días.

 

El problema del PRI ciertamente no es novedoso, pero el gobierno actual lo ha agudizado; ha enajenado a los propios priistas: su administración incluye esencialmente a políticos del Edomex y excluye a prácticamente todos los demás, circunstancia que ha enardecido al partido en todos los rincones del país. En segundo lugar, desapareció la quizá más impactante de las características que hacían distintivo al PRI: su disciplina casi leninista en la búsqueda del poder. En las elecciones de 2015, por ejemplo, el gobierno jugó contra el PRI en una jugarreta de palacio pero con desastrosas consecuencias para el PRI. Tercero, tan distante de la realidad se ha vuelto que se ha perdido en estratagemas de fragmentación del electorado que lo han convertido en el principal promotor de Morena.

 

Por donde uno lo vea, el gobierno se ha convertido en un dolor de cabeza para los propios priistas. Es en estas condiciones que se avecina la asamblea del PRI de agosto próximo. Dado el desempeño del gobierno y del partido, todo anuncia que habrá una enorme rebelión entre los priistas, rebelión contra el gobierno o, más concretamente, sobre cómo se nominará al próximo candidato presidencial y con qué mecanismo o criterio. Es decir, una rebelión contra el dedazo.

 

Una rebelión no tiene por qué implicar gritos o golpes, pero sí puede entrañar una transformación radical del sistema político mexicano y ahí yace su trascendencia y complejidad. Trascendencia porque el sistema de gobierno que tenemos, el que construyó Plutarco Elías Calles empleando como modelo -diría Roger Hansen- al porfiriato, sigue siendo el mismo en su esencia a pesar de la enorme transformación que ha experimentado el país (y el mundo) en el último siglo, o sea, un anacronismo. Por otro lado, la complejidad de una rebelión como la que anticipo radica en que algunos de los “alzados” buscarían preservar los privilegios pero sin la disfuncionalidad del dedazo (o sea, la tía y la bicicleta), en tanto que algunos otros, quizá los menos, promoverían una reforma radical del sistema.

 

Vienen, en consecuencia, meses complejos en los que se podrían sentar las bases para la reconfiguración del viejo sistema político o para su colapso final. Cualquier cosa es posible, sobre todo porque lo fácil es iniciar una rebelión; mucho más difícil es controlar su resultado: una vez que ésta inicia, nadie sabe cómo termina. En un escenario así, los priistas tendrían en sus manos la oportunidad de crear condiciones para la construcción de un nuevo sistema político (y darle sepultura al disfuncional sistema de hoy), o para generar caos al pretender preservar los privilegios sin darle viabilidad económica o política. La diferencia radicaría en quién o, más bien, qué gana: la construcción del nuevo entramado institucional que le urge al país o el intento de preservar, bajo nuevas reglas, el mundo de corrupción, privilegios e impunidad que han sido el sello de la casa desde su inicio.

 
@lrubiof

HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

MILENIO

 

 

 

Nuestra democracia necesita correcciones serias al menos en dos frentes: la corrupción electoral y la construcción de mayorías efectivas.

 

Respecto de la corrupción electoral, he oído en estos días, de Luis de la Calle y Luis Carlos Ugalde, una sugerencia interesante: establecer el voto obligatorio para todos los ciudadanos.

 

Buena parte de la corrupción electoral es para inducir o evitar porciones pequeñas del voto porque en escenarios de baja participación, y de fragmentación del voto, ganar esos pocos puntos es ganar la elección.

 

El gasto en la famosa “operación electoral” pierde peso cuando la votación es copiosa. Deja de tener sentido y de ser costeable, si en vez de elecciones de 40 o 50 por ciento de participación, se tienen de 80 o 90 por ciento.

 

El voto obligatorio induciría esto último y volvería ociosa la manipulación en el margen que es la especialidad de gobiernos y partidos.

 

Respecto de la construcción de mayorías efectivas, ayudaría establecer la segunda vuelta electoral entre los candidatos punteros. Esto tendría la ventaja de respetar en la primera ronda la diversidad partidaria existente y arrojar en la siguiente un ganador claro, por mayoría absoluta.

 

El mecanismo le da un doble poder a los votantes: el de votar por quien desea en la primera vuelta y por quien quiere efectivamente que los gobierne en la segunda.

 

Da también a los candidatos y a los partidos la oportunidad de formar alianzas políticas después de la primera vuelta y llegar a la segunda con algo más parecido a lo que pudiera ser después un gobierno de mayoría efectiva.

Los grandes adversarios de la segunda vuelta en México han sido históricamente el PRI y López Obrador. Se oponen porque creen que en una segunda vuelta sus posibilidades de perder serían mayores que las de ganar. Bajo ningún supuesto imaginan que puedan ganar la mayoría absoluta.

 

Una reflexión aparte merece la segunda vuelta legislativa, posibilidad que odian los partidos pequeños, pues normalmente no estarían nunca representados en la segunda vuelta.

 

El Congreso, poco a poco, iría volviéndose un cuerpo de dos o tres partidos. Es posible, pero el interés de los partidos pequeños no puede condicionar el interés mayor de la salud de la vida democrática que estamos perdiendo.

 

NEXOS

José Woldenberg

 

 

 

 

¿No sería bueno inyectar al análisis de las elecciones la dimensión política? Porque pareciera que de pronto se nos olvida lo fundamental: los ciudadanos que acuden a las urnas y votan.

 

Al escuchar y leer a algunos parecería que todo se reduce a un asunto de malas mañas, compra de voluntades, presiones ilegales, ríos de dinero que todo lo inundan, olvidando que el día de los comicios comparecen ante la urna millones de ciudadanos que votan según su muy real saber y entender. No digo que las malas artes no existan, pero no lo explican todo.

1. Antes de los comicios del domingo se habían celebrado, desde 2015, 21 elecciones para renovar Gobernadores. Pues bien, en 13 ganaron las oposiciones (Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Querétaro, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas y Veracruz) y en 8 se mantuvo en el Gobierno el mismo partido (Baja California Sur, Campeche, Colima, Hidalgo, Puebla, San Luis, Tlaxcala y Zacatecas). En el 62 por ciento de los casos hubo alternancia y en el 38 continuidad. Estos datos (creo) ilustran que no existe un gran titiritero (el Gobierno o los Gobiernos) y unos títeres (nosotros). El malestar con los Gobiernos puede estar explicando ese fenómeno.

2. De las 34 mil 094 casillas que debían colocarse en los Estados, todas funcionaron. No es un asunto menor, menos una cuestión rutinaria. Mucho nos dice de las autoridades electorales, pero sobre todo de los ciudadanos -insaculados y capacitados- que cumplieron con su tarea. Pese al mal humor público imperante, cientos de miles de vecinos siguen realizando una labor fundamental en el desarrollo de los comicios.

3. La participación no fue mala. En el Estado de México pasó del 46.15 por ciento en 2011 al 52.5 según datos del PREP. Un incremento de más del 6 por ciento. Aunque en Nayarit y Coahuila se mantuvo casi en las mismas cifras que en el pasado, pero por encima de la del Edomex (un poco más del 60 por ciento). No existe un abandono de las urnas, por el contrario. Legiones de ciudadanos se presentan a la cita y ejercen un derecho fundamental.

4. En los resultados del Estado de México influyeron diferentes “variables”. Pero no conviene excluir a la política. Todas las encuestas previas al día de la elección indicaban que la mayoría de los ciudadanos deseaban un cambio. Y eso se constató con la votación. El “pequeño detalle” es que las oposiciones fueron cada una por su lado. Esa fragmentación ayudó al PRI, pero también estuvo a punto de favorecer a Morena. El Conteo Rápido nos informó que Alfredo del Mazo obtendría entre el 32.75 y el 33.59 por ciento de los votos y Delfina Gómez entre el 30.73 y el 31.53. Eso lo corroboró el PREP con el 97.79 por ciento de las actas. El PRI y aliados 33.72 y Morena 30.81. Falta el conteo oficial que inicia mientras escribo estos apuntes. Y ojalá se haga de manera exhaustiva de tal forma que coadyuve a despejar dudas.

5. En Nayarit, único Estado en el que la diferencia fue amplia, sí hubo coaliciones. Por un lado, PAN-PRD-PT y un partido regional), por el otro (PRI-PVEM-Nueva Alianza). Antonio Echevarría, de la primera, obtuvo (según el conteo rápido) entre el 37.96 y el 41.40 por ciento de los votos y Manuel Cota entre el 24.84 y 28.20. El margen fue tan amplio que el perdedor aceptó su derrota.

6. En Coahuila, el Conteo Rápido le dio al candidato del PAN y aliados entre el 36.64 y el 39.08 por ciento de los votos y al del PRI y compañía entre el 34.75 y el 37.34. Y dado que los números se empalman fue claro desde el inicio que habría que esperar hasta el conteo oficial. Esa necesidad se incrementó cuando el PREP, que dejó de contabilizar un número muy elevado de actas (más de mil), dio un resultado en el que el abanderado del PRI (38.31) supera al del PAN (36.81). Así que a esperar.

7. En Veracruz se precipitó un alud contra el PRI. Perdió 54 Alcaldías. De 212 ayuntamientos, 112 fueron ganados por la coalición PAN-PRD, 36 por el PRI-PVEM, 18 por Nueva Alianza y 17 por Morena. Pero si uno se concentra en las 10 ciudades más importantes la derrota es mayor: PAN-PRD ganaron 5 (Veracruz, Tuxpan, Córdoba, Papantla y Boca del Río), Morena 4 (Xalapa, Coatzacoalcos, Poza Rica y Minatitlán) y el PRI sólo una (Orizaba). ¿Tendrá algo que ver la gestión y la rapiña del Gobernador Duarte?

 

Es el día D. Llevamos muchos meses esperando este día. ¿Quién va a ganar el Estado de México? ¿Cuántos estados va a ganar el PRI? ¿Tiene Morena lo que se necesita para ganar? Y, más importante, ¿para perder? ¿Qué le pasó al PAN en el Estado de México? ¿Cómo llegó el PRD tan bajo? Son las preguntas lógicas en esta contienda que como nunca antes se ha visto denitiva por los efectos hacia la grande, hacia el 2018. Preguntas que sin duda son importantes.

Pero si vamos a los fundamentales, hay otros temas de fondo que deben resolverse en la democracia mexicana para asegurar avanzar en el sentido correcto. Por ejemplo: ¿para qué creamos reglas que parecen muy buenas pero que son tan absurdas que no modican más que marcos normativos y no conductas?

 

Texto completo en El Universal

LUIS RUBIO

REFORMA

 

 

 

El país lleva décadas confrontando el pasado con el futuro sin querer romper con el primero para abrazar decididamente al segundo. La evidencia es abrumadora y particularmente visible en la interminable colección de acciones gubernamentales orientadas a pretender cambiar sin querer que haya cambio alguno.

 

En los dos ámbitos en que mayor ha sido el activismo político-gubernamental de las últimas décadas -lo electoral y lo económico-comercial- el país se ha caracterizado por enormes reformas con relativamente pobres resultados. Dudo que haya muchos países en el mundo que hayan experimentado tantas reformas electorales en tan pocos años y, a pesar de que éstas han arrojado un sistema extraordinariamente ejemplar y profesional, imitado alrededor del mundo, seguimos viviendo una incontenible disputa electoral y, sobre todo, de credibilidad, cada que hay elecciones. En la economía, el país se ha desvivido por concertar acuerdos comerciales a lo largo y ancho del mundo y ha llevado a cabo ambiciosas reformas que nunca acaban de aterrizarse o implementarse a cabalidad.

 

No sería exagerado afirmar que, gracias al TLC norteamericano y a las oportunidades de empleo que la economía estadounidense aportó por décadas, la clase política mexicana no ha tenido que cambiar sus costumbres o disminuir sus privilegios. Si bien el desempeño económico promedio ha sido, por decir lo menos, mediocre, éste ha sido suficiente para mantener el bote a flote. En el ámbito político, las reformas electorales tampoco han cambiado la naturaleza de la interacción partidista, aunque la han hecho mucho más compleja: siguen fluyendo ríos de dinero, los gobiernos salientes y el gobierno federal siguen dedicados a manipular los resultados y los puestos de elección popular siguen siendo fuentes de enriquecimiento, no de buen gobierno. Todas esas reformas han fracasado en producir un sistema eficaz de gobierno, como ilustra la crisis de seguridad.

 

Otra manera de decir esto es que el país sigue viviendo en el pasado aunque le haga caravanas al futuro. Deirdre McCloskey expresó esta idea de una manera por demás explicativa: “la izquierda y la derecha se unen en oposición al futuro: la primera porque no es un futuro planificado y la segunda porque éste no es idéntico al pasado”. El futuro que todo mundo promete acaba siendo una quimera porque nadie tiene ni la menor intención de construirlo.

 

Hoy, día de elecciones, es necesario reflexionar sobre las promesas de candidatos en campaña frente a los rezagos, carencias, problemas y atrasos que persisten y que son producto de un pasado que los creó pero que es incapaz de resolver. ¿Cómo conciliar estas dos realidades, estas dos caras de una misma moneda?

 

Históricamente, el país ha sido un botín -para robar o para construir otro puesto, pero botín al fin- para los partidos y políticos, lo que obliga a preguntar si el ejercicio continuo e imparable de posponer soluciones es sostenible. Es decir, si bien la economía ha crecido a un ritmo de más o menos 2% en las últimas décadas, esa cifra, como todo promedio, esconde más de lo que revela. Algunas entidades y regiones crecen a tasas casi asiáticas en tanto que otras se contraen. El potencial de conflicto social en estas últimas es infinito y, en muchos sentidos, constante. A pesar de ello, gobiernos van y vienen pero los rezagos -y sus consecuencias- persisten.

 

Los mundos del pasado y del futuro no se comunican, pero uno depende del otro y es ahí donde choca la actividad gubernamental. Los problemas del pasado -inseguridad, mala educación, pésima infraestructura, ausencia de autoridad- impiden que se construya el futuro, ese que requiere condiciones idóneas para que los individuos puedan desarrollar sus capacidades al máximo. Parecería obvio que es necesario lidiar con el pasado para que sea posible construir el futuro, pero esa obviedad no lo es en el terreno de la acción gubernamental porque implica afectar intereses: la inseguridad o la mala educación se pueden resolver, pero la solución implica meter al redil a grupos políticos, sindicatos y, en general, intereses dedicados a depredar del statu quo. Así, el pasado -que sigue siendo presente- impide la construcción del futuro.

 

Un nuevo gobierno tendría que pensar en cómo transitar de un lugar al otro. No es posible proponerse atraer inversión -el Estado de México, por ejemplo, la ha venido expulsando- a menos que se atiendan los problemas de seguridad. La inseguridad, un rezago y resabio del viejo sistema político, sólo puede enfrentarse con un sistema de gobierno distinto, fundamentado en concepciones del siglo XXI, no las que el viejo priismo heredó del porfiriato. Sin seguridad, el futuro es inconcebible. Lo mismo sucede con la educación: la educación concebida para el control y el beneficio sindical es incompatible con la economía del conocimiento y es la principal causa de los malos empleos y bajos salarios. No es casualidad que sus baluartes sindicales sean los principales soportes de la convocatoria más reaccionaria y retardataria en la elección del Edomex de hoy.

 

Con Trump, el agua le llegó al tope al viejo sistema. La pregunta es quién ofrece una mejor alternativa.

 
@lrubiof

ENRIQUE KRAUZE

REFORMA

 

 

En junio del año pasado, en una conferencia de prensa con sus contrapartes de México y Canadá, Barack Obama se asumió como populista en la definición anglosajona del término, la referida a “aquellas políticas que buscan apoyar al pueblo, y en particular a las personas de clase trabajadora”. En ese momento aún se veía remoto, por no decir imposible, el arribo de Trump al poder. No sé si ahora, tras el triunfo de Brexit y del fascista que habita (a veces) la Casa Blanca, y ante el ascenso mundial de los líderes que desde la izquierda o derecha representan y defienden feroces políticas antiliberales, Obama -tan sensible y preciso con las palabras- seguiría definiéndose como un populista. No lo ha hecho y es probable que ya nunca lo haga. Y es que la palabra ha terminado por encontrar (en la realidad, no en los diccionarios) su significación definitiva, no tanto por las vagas ideologías que defiende sino por la perversa dominación que trae consigo.

 

Obama -estadista admirable- era víctima de una ilusión óptica, muy típica por lo demás del mundo estadounidense: pensar que toda la historia es historia americana. Andrew Jackson, en efecto, fue “populista” porque abrió una era de intensa participación popular en la democracia estadounidense. Pero en la acepción moderna, la que opera en Europa o en América Latina, no era un populista, entre otras cosas porque nunca rompió el orden institucional.

 

La palabra populismo ha tenido buena fama no sólo en Estados Unidos. También en Rusia, donde el movimiento Narodniki tuvo una importancia enorme en la formación de la conciencia revolucionaria. Los populistas rusos (estudiados por Franco Venturi y referidos en varios ensayos de Isaiah Berlin) eran jóvenes de la burguesía o la aristocracia que abandonaban sus hogares para ir al pueblo, para integrarse a él, aprender de él, redimirlo y redimirse. Eslavófilos por lo general, hallaron una voz en León Tolstoi, que no sólo vestía como Muzhik sino que creó la máxima idealización del alma pura en Platón Karataev, el santo campesino de La guerra y la paz. Curiosamente, fueron los propios campesinos rusos los que expulsaron a los jóvenes populistas de sus comunidades. No los reconocían como sus salvadores ni se reconocían en ellos.

 

En América Latina no hemos dudado en llamar populista al populista, con el sentido real del término. Populista fue Eva Perón, que dijo: “Yo elegí ser ‘Evita’… para que por mi intermedio el pueblo y sobre todo los trabajadores encontrasen siempre el camino de su líder”. Populista fue Hugo Chávez, que en infinitas ocasiones alardeó de ser la encarnación del pueblo: “aquí no hay nada más que amor: amor de Chávez al pueblo, amor del pueblo a Chávez”. Su sucesor no ha podido ser populista porque el carisma no se hereda, porque ya no tiene “pueblo” con el que identificarse (la inmensa mayoría se le opone, hasta el martirio). Y porque es simplemente un asesino.

 

En el México de los setenta tuvimos dos gobiernos que llamamos populistas: los de Luis Echeverría y José López Portillo. Lo fueron por su estilo demagógico y su política económica (que sepultó la economía del país en un mar de inflación y endeudamiento) pero en estricto sentido ninguno de esos mandatarios fue propiamente populista porque no establecieron un vínculo personal de dominación con “el pueblo”. El poder no residía en sus personas sino en la Silla presidencial. Entre ellos y los sufridos acarreados a sus manifestaciones mediaba un entramado sólido: la institucionalidad del sistema. Era esencialmente corrupto pero tenía límites internos y reglas infranqueables, sobre todo una: la no reelección. Los líderes populistas buscan perpetuarse.

 

“Si por ser honesto, por actuar con responsabilidad social y luchar por la vía pacífica, me acusan de populista, que me apunten en la lista”, declaró hace unos meses Andrés Manuel López Obrador. Nadie lo acusó de populista por esas razones. Pero su nombre está “apuntado en la lista” por motivos que lo alejan de Lázaro Cárdenas, el presidente más popular del siglo XX, a quien admira profundamente. Cárdenas no alentaba el culto de su personalidad, no utilizaba expresiones religiosas para definir su vocación, no amenazaba con actuar por encima de las instituciones, no promovía el odio de una parte de la nación contra otra.

 

En las librerías del mundo occidental proliferan ahora las obras sobre el populismo. Ya no hay equívocos. El populismo es el uso demagógico de la democracia para acabar con ella. A Obama la realidad le corrigió la plana: es popular, no populista.

 
www.enriquekrauze.com.mx

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

REFORMA

El reportaje de la revista Time es un buen retrato del niño que ocupa la Casa Blanca. Donald Trump recibe a los reporteros del semanario y les enseña los rincones de su nueva residencia. Un día antes que decida remover al director del FBI, los lleva a la oficina oval, a las salas de juntas, a su comedor. En una de las habitaciones ha instalado una enorme televisión y quiere mostrarles imágenes que, a su juicio, son importantísimas. Toma el control remoto y busca un segmento que muestra a los demócratas en el Senado en su grabadora de video. Le maravilla el TiVo. “Este es uno de los grandes inventos de la humanidad”, dice. Lo que les enseña es una sesión en la que sus opositores balbucean. El Presidente interviene: “Míralos cómo empiezan a ahogarse como perros”. Divertido, les adelanta: miren lo que viene. “Están desesperados para tomar un respiro”. El presidente de Estados Unidos invita a un grupo de periodistas para burlarse de sus opositores. Como lo haría un niño que ha capturado una escena bochornosa de un compañero de salón, se divierte. Miren: se está ahogando. Y la gente de atrás, boquiabierta. El niño hace del escarnio el vínculo con los otros. La mofa es su recurso de conexión emocional.

El Presidente está feliz con sus juguetes nuevos. Les muestra los salones que ha redecorado con su espantosa devoción por los brillos y los dorados. Les enseña un teléfono que encripta la voz. Se relata en la revista otra escena que parece también reveladora. Los periodistas cenan con el Presidente y el vicepresidente. Mientras Trump habla de sus grandes logros, los reporteros se percatan de que los meseros tratan de manera distinta al jefe. No es que cuiden su dieta con alimentos especiales. Las porciones son distintas. Al niño septuagenario le sirven el doble que a los demás. El niño de la casa tiene derecho al doble de pastel. Cuando llega el postre recibe dos bolas de helado de vainilla. El resto, una.

El niño que gobierna a Estados Unidos ha desatado ya una crisis política que no es exagerado decir que pone en riesgo a la democracia norteamericana. Desde la asunción del poder, el malcriado ha golpeado cada uno de los pilares de la convivencia democrática. Los golpea por el placer de escuchar el ruido que hacen las cosas al romperse. Las aberraciones son hábitos de quien siempre ha hecho lo que le da la gana. A los medios no solamente los ha llamado “enemigos del pueblo”, sino que ha amenazado con perseguir legalmente a sus críticos. Ha agredido a los jueces que han echado abajo sus decretos inconstitucionales. Y todos los días libra una batalla contra la verdad. Donald Trump miente tanto como se elogia. Falsedad y narcisismo son las dos constantes de su discurso.

La crisis que se ha abierto en esta semana es seria. James Clapper, antiguo director Nacional de Inteligencia, ha dicho que las instituciones democráticas de Estados Unidos sufren el ataque del presidente de la República. La decisión de remover al director del FBI constituye un claro abuso de poder. No es una maquinación estratégicamente diseñada. Es un impulso, otro más de sus arrebatos. Y no es que el Presidente carezca de facultades para despedirlo. El Presidente puede hacerlo, pero tomar ahora esa decisión, cuando el FBI investiga la intervención rusa en la elección, implica una obstrucción de la justicia. Quien es investigado, remueve al investigador. Tan torpemente se ha ejecutado esa decisión, que la coartada con la que se pretendía encubrir quedó exhibida por la incontinencia del niño Presidente. En la entrevista que concedió unas horas después del despido, soltó la sopa: lo corrí porque me molestaba su investigación. Una candorosa admisión de abuso provocada por la necesidad de afirmar que su voluntad no necesita consejo. Y tras la confesión, la amenaza. El Presidente, de la manera más pública, pretende intimidar a quien seguramente rendirá testimonio sobre el caso.

El sistema presidencial norteamericano procura la estabilidad del cuatrienio. El presidente Trump, sin embargo, juega con fuego. Su suerte depende de los republicanos. Hasta ahora han optado por la complicidad. En la medida en que la impopularidad del Presidente crezca y que su base de apoyo se erosione, ese apoyo podrá diluirse también. El niño iracundo puede romper su sonaja.

De cara a las elecciones que se vivirán este domingo en Francia, diversas encuestas se han levantado en el país Galo, mismas que miden la preferencia electoral entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron, sin embargo, la encuesta de la universidad Suffolk muestra que el presidente Donald Trump no es precisamente muy querido Francia.

De acuerdo al sondeo, un 82% de los franceses no ven con buenos ojos al manate neoyorkino, situación que de acuerdo a especialistas, podría ver afectada a Marine Le Pen, a quien Trump ha apoyado abiertamente. El estadounidense encabeza la lista de los políticos que fueron medidos. En contraste, al rededor del 13% tiene una buena opinión de Trump mientras que un 5% esta indecisos en su opinión. La tercera parte de los encuestados nunca había oído hablar de Trump.

Según la encuesta, Trump es repudiado más que el ruso Vladimir Putin (71% desfavorable), el presidente de China, Xi Jinping (43% desfavorable), y que la canciller alemana Angela Merkel quien logró obtener la opinión negativa más baja con 23%, mientras que fue valorada positivamente con el 70%.

Con información de Newsweek / Foto: Newsweek

La empresa KPMG dio a conocer su informe de “Perspectivas de la Alta Dirección en México 2017”, en donde 7 de cada 10 directivos de empresas en México reprobaron la actuación del gobierno federal en temas económicos.

Se detalla que es el nivel de desaprobación más alto de los últimos cuatro años en los que Enrique Peña Nieto ha estado al frente del gobierno federal, y es reflejo, según la consultora, del trabajo del gobierno en temas como corrupción, inseguridad y el aumento de los precio de los combustibles.

La encuesta que KPMG hace, toma en cuenta a 868 ejecutivos, desde gerentes hasta presidentes del consejo de administración. En su edición 2016, 4 de cada 10 ejecutivos reprobaba la actuación del gobierno federal. “En términos generales, los encuestados consideran regular o malo el papel del gobierno como promotor de la competitividad”, indicó el vocero de la consultoría.

En conferencia de prensa, se indicó que la incertidumbre generada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha desalentado a los altos ejecutivos de las compañías en México, pues 64% de los empresarios consideró que la economía del país empeorará este año por las políticas que pueda aplicar el mandatario de esa nación.

Con información de El Financiero / Foto: Archivo APO

 

Por Vidal Llerenas, diputado federal por el Movimiento de Regeneración Nacional

Milenio 

 

 

No se trata de un tema de mezquindad, como se dice. No se trata de negarse a dar al Ejército, ahora, lo que supuestamente pide. De hecho, no existe una iniciativa presentada por el Ejecutivo federal, al que pertenecen las secretarías de Defensa y Marina en materia de seguridad interior. Es decir, no sabemos con precisión la posición del gobierno de la República en el tema.  Desde ahí comienzan las dificultades. Todo inició con dos iniciativas de prominentes legisladores de PAN y PRI.  Las propuestas de l diputado César Camacho y del senador Roberto Gil son sospechosamente coincidentes. Luego se sumó la iniciativa del senador Barbosa, que resoonde a algunas de las críticas a las propuestas anteriores, pero que coincide con ellas en el fondo.

 

Si lo que se pide es aprobar dichas iniciativas, entonces se pide dispensar a las fuerzas armadas de controles y dar pie a situaciones donde pudieran cometerse más violaciones a los derechos humanos. En las propuestas, por ejemplo, se reserva la información derivada de la aplicación de esta ley como materia de seguridad nacional o se considera la posibilidad de obtener información de particulares bajo cualquier medio.

 

Se dice que las propuestas garantizan a las fuerzas armadas un marco jurídico para que realicen una labor que no pidieron hacer, como si en el servicio público fuera válido desempeñar o no un trabajo porque se pide, cuando en realidad depende de las atribuciones y responsabilidades que uno tenga. En todo caso, legislar en materia de seguridad interior es una manera de mantener a las fuerzas armadas en una tarea para la que no están preparados a realizar. Asumámoslo, seguridad interior es un eufemismo para mantener a los militares en acciones de seguridad pública. No es delimitar sus acciones, sino ampliar sus facultades.

 

El concepto de seguridad interior es problemático debido a que establece una categoría confusa entre la seguridad pública y la nacional. Se dice que la seguridad interior se refiere a cuando las instituciones están en riesgo, lo que abarcaría a casi cualquier cosa. Los conceptos como el deber de proteger o que existe un peligro mayor, supranacional, provienen del tipo de políticas asumidas por Estados Unidos después del episodio de las Torres Gemelas.

 

Se parte de la idea de que la ciudadanía tiene que estar dispuesto a perder parte de sus libertardes a cambio de que agencias del Estado, con letalidad mayor a los de las policías, garanticen su seguridad. La idea de seguridad interior corresponde a parte de la narrativa de la guerra contra el narco. Es posible que la continuidad de esa estrategia es la que hayan discutido los secretarios de Estado y del Interior del vecino país con los titulares de Defensa y Marina de México. Se pretende legislar en seguridad interior incluso antes de hacerlo para construir un sistema nacional policial, que garantice la calidad de las policías a lo largo del país.

 

Cabe señalar que es la mejora de los cuerpos policiales y de los de procuración de justicia lo que permitió reducir la violencia en países como Colombia. La Auditoría Superior de la Federación, en su evaluación de la política de seguridad señala fallas serias en la coordinación y desarrollo de políticas policiales que realiza, la Secretaría de Gobernación. Se ha fallado de manera estrepitosa en cumplir con la promesa de tener policías eficaces y, ahora lo que sucede es que los civiles electos se quieren deshacer de las responsabilidad de encargarse de la seguridad pública, el principal problema del país.

 

Además, no existe una facultad expresa del Congreso para legislar en la materia,  por lo que es probable que se trate de una ley inconstitucional. En todo caso, las actividades que realizan las fuerzas armadas tendrían que regularse en la Ley de Seguridad Nacional. En su casco, la acción de las fuerzas armadas o de otro cuerpo de seguridad que tenga que hacer uso de algún tipo de facultad extraordinaria tendría que hacerlo por medio de un  esquema en el que se suspendieran garantías.

 

Dicha suspensión tendría que ser temporal, en un territorio específico, con objetivos concretos y con controles administrativos, judiciales y legislativos. Lo que hoy tenemos es una suspensión de facto de garantías que en nombre de las acciones de seguridad realizan las fuerzas armadas y otras agencias de seguridad.

 

No se trata de negar a las fuerzas armadas el reconocimiento por la labor que realizan por los mexicanos. Tampoco pretender que se retiren en los próximos días de los lugares que actualmente patrullan. Pero tenemos que reconocer que debido a su carácter de instituciones de guerra es muy complicado que combatan al crimen sin maximizar el uso de la fuerza o que pueden realizar acciones de prevención e investigación del delito sin violar derechos fundamentales.

 

Es además falso que las iniciativas que se proponen protejan a los militares. Esto lograría regresándolos a las labores que les son propias. Las actuales iniciativas de ley , no van a liberar a los militares de la obligación de cumplir el debido proceso y el respeto estricto a los derechos humanos. Lo que sí generarían es menos transparencia y menos control por parte de las autoridades civiles.

 

Se urge legislar, en nombre del honor del Ejército, en un concepto etéreo, peligroso y sin que los detalles estén claros sobre la mesa. La pregunta no es si necesitamos esta ley o no, primero hay que responder si queremos seguir con la misma estrategia de militarizar la seguridad.