Sus ciudadanos lo odian. Sus políticos están tratando de encontrar un terreno común…

Hacce unos meses, en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, los trabajadores estaban limpiando después de una triunfal transmisión de “L’Elisir d’Amore”, en vivo desde la Metropolitan Opera House. Afuera, bajo el sol brillante, la avenida Reforma estaba cerrada al tráfico por una protesta. La gente enojada se reunió en las escaleras del inmueble, ondeando banderas mexicanas y levantando figuras de Donald Trump, y luego comenzaron a marchar hacia El Ángel, un monumento centenario de la independencia mexicana. Un manifestante llevaba un cartel que decía “México merece respeto”. Otro sostenía un cartel de Trump con un bigote de Hitler y el eslogan “Twitler”. Un activista local conocido como Juanito llevaba una gran bandera americana con una imagen poco halagadora de Trump y el mensaje “¡Suficiente! Gringo racista, lleno de mierda Trump, hijo de Satanás, eres un peligro para el mundo”.

Trump comenzó su asalto contta México casi tan pronto como anunció su candidatura a la presidencia. En un discurso en la Trump Tower el 16 de junio de 2015, culpó a México por robar empleos estadounidenses y por permitir que sus peores hombres cruzaran la frontera: “Están trayendo drogas, traen delincuencia, son violadores”. Para resolver el problema, prometió, “construiré un gran, gran muro en nuestra frontera sur. Y voy a hacer que México pague por ese muro”. Estas ideas resultaron populares entre los partidarios de Trump, y los acusaciones sobre México fueron pronto algo constante en sus eventos de campaña. A medida que agudizaba su rutina, los mexicanos se convirtieron no sólo en violadores y traficantes sino también en asesinos. Trump prometió reformar la política de inmigración estadounidense y deportar a los “bad hombres” por millones. El día de los comicios, preguntó: “¿Quién va a pagar por el muro?” Y la multitud gritó, “¡México!”. Si México no paga, sugirió podría cancelar visas para los mexicanos y bloquear que los inmigrantes que viven en los Estados Unidos enviaran sus remesas de vuelta a sus países.

En México, los insultos y las amenazas de Trump lo han convertido en una figura de aversión. Una encuesta en julio indicó que el 88% de los mexicanos tenían una opinión desfavorable.

La mayoría de la izquierda política había apoyado la manifestación, el cual fue percibido como una evento disimulado de apoyo al gobierno altamente impopular del presidente Enrique Peña Nieto.

Desde su elección, en 2012, Peña Nieto ha sido blanco de una serie de ataques y escándalos. Él hizo campaña en promesas para frenar la delincuencia y mejorar la seguridad; en cambio, durante su tiempo de gobierno, más de noventa mil mexicanos han sido víctimas de homicidio. Su gobierno ha sido criticado por una investigación inconclusa sobre la desaparición y presunto asesinato de 43 normalistas, un crimen que involucró a la policía estatal y, supuestamente, a políticos locales, militares y un cártel de drogas.

Apoyó a una serie de gobernadores estatales excesivamente corruptos, entre ellos varios que se convirtieron en fugitivos de la ley. Su esposa llegó a un acuerdo con un contratista del gobierno para comprar una casa multimillonaria en términos inusualmente favorables.

En 2015, el líder de la droga Joaquín “El Chapo” Guzmán salió por un túnel de una prisión de máxima seguridad, con evidente complicidad oficial. Y, este verano, la su administración fue acusada de usar sofware espías para atacar a los críticos del gobierno.

Texto completo en The New Yorker

Publicado por Jon Lee Anderson

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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