PABLO HIRIART
En Crónica de una muerte anunciada, Santiago Nasar era el único en el pueblo que no sabía que lo iban a apuñalar. Eso ha sucedido estos años con el canciller Marcelo Ebrard.
A diferencia del personaje de Gabriel García Márquez, que se enteró de su destino segundos antes de morir a cuchilladas, Ebrard ya percibió la traición y ha extendido las alas.
La encuesta de Morena apunta a ser una faramalla para ungir a Claudia Sheinbaum, por lo que el canciller ha comenzado a marcar lo que será su propio camino.
AMLO se quiso quedar en el poder con la extensión de mandato y fracasó.
También le falló la reelección con el cuento de la ratificación de mandato: “Que siga el Presidente”, pintaron en las bardas.
Ahora busca quedarse en el poder a través de otra persona: Sheinbaum.
Manejará el país desde Palenque y corregirá cualquier zigzagueo con su ascendiente en la base morenista. Eso cree él.
En sus discursos, alecciona a sus seguidores a ratificar en la encuesta su dictado: es Claudia.
Le prepara el ánimo a Ebrard al pintarlo como Ávila Camacho. Su decisión es Múgica.
Él se compara con Cárdenas, aunque –faltaba más– se pone por encima del general: no se va a equivocar como el michoacano.
Todo lo anterior sería un asunto de Morena si no fuera porque las consecuencias van sobre todos nosotros.
Ya nos avisó que no va a soltar el poder. Sabemos que no respeta las reglas (las leyes) cuando está de por medio alguna obsesión suya.
Con Sheinbaum espera continuar la cruzada contra las clases medias y la “oligarquía”.
El punto es que México no aguanta otros seis años de encono y polarización sin llegar a la violencia, a la convulsión social.
Para acentuar el choque de clases y el desgarramiento social del país que se promueve desde Palacio, López Obrador sabe que no cuenta con Ebrard ni con Monreal.
Sólo tiene a Sheinbaum.
Ebrard ha dado visos de que hará valer su trayectoria y su idea de cómo gobernar.
El canciller, en entrevista con Milenio, apuntó al brazo ejecutor de la traición que ve venir: Mario Delgado.
Le preguntaron sobre el cronograma de la contienda interna en Morena, que se publicó en un diario: “Agradezco que lo hayan publicado, pero lo que veo es una descortesía extrema al grado de no ser capaz (Mario Delgado) de hablarle a quienes vamos a participar para ver si estamos de acuerdo con las fechas. Lo que sí es muy importante es ponerse de acuerdo sobre qué tipo de encuesta es. Pienso que debería ser una sola pregunta, por la experiencia que tuvimos en 2011 Andrés y yo”.
En aquella ocasión hubo tres preguntas: una la ganó AMLO, otra Ebrard, y la tercera se prestó a la ambigüedad para que la dirigencia decidiera por López Obrador.
Marcelo se disciplinó por recomendación de su amigo Manuel Camacho. Podía esperar, era joven. Ya no.
Durante el discurso del Presidente el sábado 18 de marzo el rictus de Ebrard era de concentración máxima: tenía que entender que el candidato del Presidente no era él, sino Sheinbaum.
Ebrard es un socialdemócrata, hecho en la pluralidad e impulsor de la transformación democrática.
Dice que aspira a hacer de México un país de clases medias y ponerlo en sintonía con el mundo desarrollado a través de la apertura a la ciencia, al conocimiento técnico y a la cultura.
Quiere traer inversión extranjera para detonar el crecimiento económico.
Todo lo anterior es ácido muriático a los oídos del Presidente y su grupo compacto.
Algo peor: dice su lema de precampaña que “yo sí sé hacerlo”.
El colmo: presentaron su libro dos excomulgados del obradorismo: Elena Poniatowska, que ha osado deslizar algunas críticas al Presidente, y Ricardo Raphael, a quien el mandatario le ha declarado su hostilidad y el Ejército lo espía.
Quien garantiza la obediencia y la continuidad del pleito y la destrucción es Sheinbaum. Al menos eso es en apariencia: sus amigos son los amigos más fanatizados de AMLO.
Ebrard ha extendido sus alas. Veremos si es sólo maniobra o está dispuesto a volar.