A Claudia Sheinbaum le preguntaron en la mañanera qué opinaba del triunfo de José Antonio Kast en Chile. Empezó con una frase difícil de discutir: “Creo que es un momento de reflexión para los movimientos progresistas en América Latina, de por qué se dan estas circunstancias”. La izquierda, en efecto, haría bien en reflexionar y voltear a ver el mapa geopolítico.
Chile eligió a Kast con 58 por ciento frente a 42 por ciento de Jeannette Jara. Asumirá en marzo de 2026. No es la primera alternancia desde el fin de la dictadura — el país ya tuvo gobiernos de centroderecha, como los de Sebastián Piñera—, pero sí es el giro más áspero en décadas por el peso que tuvo la agenda de seguridad e inmigración en su campaña.
Y Chile no está solo. El viraje regional arrancó con Nayib Bukele quien llegó al poder en El Salvador en 2019 y desplazó al FMLN; Javier Milei asumió en Argentina en diciembre de 2023 y cerró el ciclo peronista; y Bolivia eligió en noviembre pasado a Rodrigo Paz, poniendo fin a casi dos décadas de gobiernos del MAS. Ecuador y Paraguay hoy son gobiernos conservadores, aunque allí el relevo fue más continuidad que ruptura. Honduras, por su parte, mantiene el resultado bajo disputa y con recuentos e impugnaciones. Si se confirma la victoria opositora, la derecha/centroderecha relevará a Xiomara Castro en enero.
Hasta ahí, Sheinbaum sonaba prudente. El problema vino cuando, con enorme seguridad, descartó un “Chile” mexicano: “Yo creo que esto [el giro a la derecha] no se va a dar en México”, dijo, por tres razones: apoyo popular, resultados —“disminución de la pobreza, de las desigualdades”— y unidad.
Esa certeza tiene sus asegunes. La “mayoría” que invoca el oficialismo no es sinónimo de mayoría social. Se le olvida a la presidenta que la mayoría de la que habla es artificial. La construyeron a base de trampas para quedarse con tres cuartas partes del legislativo sin haberla ganado. Entre los que no votaron por Morena y los que no salieron a votar en el 2024, el triunfo de Morena se queda corto de ser una mayoría de los mexicanos. La sobrerrepresentación puede ser legal; usarla como certificado de apoyo permanente es otra cosa.
Los “resultados” también merecen matiz. Sí, la medición oficial reportó una caída de la pobreza en 2024. Pero, al mismo tiempo, se abrió un boquete en acceso a servicios de salud: millones quedaron fuera de una cobertura efectiva. Tanto que el Director del IMSS declaró que lo mejor para no sufrir con el sistema de salud es no enfermarse. Esa mezcla de mejor ingreso, peor Estado puede ser combustible para el desencanto.
La palabra “honestidad” ya no se sostiene con discursos. ¿Honestidad con Adán Augusto marcando la línea en el Senado como si nada? ¿Con “Andy” en el organigrama partidista? ¿Con un aparato de justicia que parece más útil para intimidar críticos que para perseguir delincuentes? La disciplina puede mantener unido a un movimiento; no necesariamente lo vuelve más creíble.
Y está el crecimiento: el Banco de México ya recortó su pronóstico para 2025 a 0.3%. Con una economía que apenas se mueve, la paciencia social se agota más rápido que la narrativa.
Por eso, el mayor error no es opinar sobre Chile, sino decretar que México es inmune. El “aquí no va a pasar” puede ser el primer borrador de “¿y cómo pasó?”.
Apostilla: Peter Navarro, arquitecto intelectual de la guerra comercial de Trump, celebró en el Financial Times que México eleve aranceles a importaciones —sobre todo de China— como ejemplo de la nueva “plantilla” proteccionista. Para Palacio Nacional es música: a Washington le gusta que México haga el trabajo sucio. Para el consumidor mexicano, la pregunta es si la factura llegará en precios más altos.
Columna publicada en El Universal
