ARTURO SARUKHÁN

EL UNIVERSAL

Cuándo hace ya casi un mes Vladimir Putin Putin ordenó el ejército ruso iniciar lo que el Kremlin denominó una “operación militar especial”, un eufemismo ingente para lo que no es más que una invasión masiva de Ucrania, la suposición casi unánime en capitales alrededor del mundo era que Rusia lograría una victoria militar expedita y relativamente fácil. Pero ahora, con los ucranianos librando una heroica y tener resistencia y las tropas rusas empantanadas a las puertas de casi todas las ciudades importantes del país, aquí en Washington y en varias de las embajadas de naciones de la OTAN en esta capital crece la impresión de que no se avizora un desenlace claro para la fase militar de este conflicto derivado de una guerra aún más letal y prolongada, causando devastación en Ucrania, provocando una crisis humanitaria masiva -con casi tres millones de refugiados en movimiento- y amenazando con escalar las hostilidades. Entramos con ello aún etapa más turbia y difícil del conflicto, donde el nuevo desafío es cómo controlar lo que en gran medida es incontrolable: ¿cuáles son los cálculos, las reacciones y metas finales el mandatario ruso?

Yendo hacia delante, gran parte de la discusión es acerca de cómo construir o habilitar rampas de salida para el conflicto y para que Putin no se sienta arrinconado y sin el margen de maniobra para salvar cara al interior de Rusia. Hay tres canales de negociación abiertos, pero infructuosos (Francia , Israel y Turquía) en momentos en que Washington no se ha sentado hacer lo propio con Moscú, en gran medida por la convicción de qué Putin no está aún dispuesto a negociar. Y las rampas de salida para Putin son particularmente relevantes en momentos en que crece la posibilidad de qué naciones de la OTAN se vean envueltas más directamente en el conflicto, ya sea por accidente o diseño.

La pregunta clave al pensar en rampas de salida es si aceptará Putin una negociación real o seguirá presionando con posiciones maximalistas y con la expansión y profundización del asalto a Ucrania. El 7 de marzo, el portavoz del Kremlin expuso una serie de demandas para detener las acciones militares rusas: Ucrania debe cesar operaciones militares, asumir la neutralidad e incluirlo en su Constitución, aceptar que Crimea es parte de Rusia y reconocer la independencia de las llamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Luhansk en Donbás. Sin que se mencione, casi con certeza en esta lista está la instalación de un nuevo gobierno en Kiev y una demanda previa de desmilitarización. Un esfuerzo potencial de solución podría proceder a lo largo de tres vías una negociación entre Kiev y Moscú, una negociación entre la OTAN y Rusia sobre las medidas para negociar la seguridad en Europa y una discusión sobre el alivio de la sanciones de Estados Unidos y otras naciones que las han impuesto. Si Moscú mostrara interés en una verdadera negociación con Kiev, Estados Unidos y la OTAN también podrían renovar sus ofertas para negociar sobre control de armas en Europa, reducción de riesgos y medidas de transparencia que podría hacer una contribución genuina a la seguridad europea, incluida Rusia. Occidente también podría dejar en claro que, si las fuerzas rusas abandonan Ucrania, habría un alivio de las sanciones (aunque podría mantener algunas para garantizar el cumplimiento por parte de Moscú).

Pero también se abre frente a nosotros dos interrogantes y una certeza. Primero, así como este mes reveló que el ejército ruso fracasó en su plan original de invasión, las próximas dos o tres pueden revelar si Ucrania sobrevivirá como Estado y estará en posición de negociar el fin de la guerra. Segundo, ¿se replanteará Putin sus objetivos con los sucesos de las últimas cuatro semanas? Dadas las actuales trayectorias militar, diplomática y de percepciones públicas de la invasión, una “victoria” militar parecería implicar para Moscú años de ocupación de una Ucrania hostil y anti-rusa, aislamiento político de buena parte del mundo y sanciones económicas que devastarán al economía rusa. Sin duda, ello conlleva un riesgo real y latente: que Putin crecientemente lea las medidas no como sanciones diseñadas para modificar su comportamiento en Ucrania sino como un esfuerzo para derrocar a su gobierno. Por ello, la administración Biden sigue enfatizando, tanto en público como en privado, que no tiene intención alguna en propiciar un cambio de régimen en Rusia. Y finalmente, hay ocasiones en las que las disyuntivas políticas o morales que enfrentamos son muy claras, y hoy el mundo -México incluido- vive uno de esos momentos. Hay espacio para estar en desacuerdo sobre los por qué de la invasión, hay áreas grises, incógnitas y espacio para debate. Pero hay una pregunta que hoy no permite ambigüedad alguna: ¿De qué lado se está? ¿Con una nación agresora que ha violado el derecho internacional, o con un país soberano que enfrenta una invasión premeditada e injustificada?

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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