Hay decisiones que delatan en sí y por sí mismas la estrategia de fondo del jugador. Las amenazas de Donald Trump contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), su bravucona advertencia de que estaba dispuesto a abandonarlo en nombre de un eslogan (America First) no pasarán de las palabras a los hechos en el caso de que el entorno presidencial muestre alguna racionalidad económica básica. Pero el aparato debelador de Trump revela una tendencia peligrosa en cualquier régimen político, pero casi mortal en una democracia: la tentación de gobernar sobre la pauta exclusiva de los principios, que en este caso son confusos y ajenos al funcionamiento real del mundo. Funcionamiento real no significa aquí unas relaciones establecidas de eficacia o ética dudosa, sino simples criterios básicos de intercambio económico y comercial. Gobernar con la única guía de supuestos principios (en este caso vale decir eslóganes electorales confusos) conduce al aislacionismo y, después, a perjuicios económicos graves. Basta con sentarse y esperar a las consecuencias de la Trumpnomics para comprobar que el rumbo actual es erróneo.

 

Contra lo que insinúa Trump pero nunca acaba de expresar en detalle, el TLC no beneficia solamente a México o a Canadá. El equipo económico de la administración actual sabe bien que México es un cliente preferencial; que una parte de los mercados locales de Estados Unidos depende del vecino del sur y que EEUU exporta más allá de la frontera mexicana tanto como a Alemania, Japón y Reino Unido juntos. El hecho de que México resultara dañado en una hipotética renegociación del TLC no significa que la economía estadounidense no fuera a sufrir los efectos de un acuerdo desequilibrado. Hay que entender que la presión sobre el TLC es sobre todo una maniobra política. Una especie de demostración, semejante a la coacción de unas maniobras militares, de que Washington está dispuesto a llegar hasta el final de su obsesión proteccionista a poco que sus propios mercados se lo permitan.

 

La estrategia general de Trump ha quedado al descubierto durante lo que lleva de mandato. Consiste en ignorar la factura que pagan los perdedores de sus políticas febriles. No es cierto que esos perdedores sean ciudadanos extranjeros o trabajadores de otros países; por el contrario, el proteccionismo redentor del presidente amenaza a sus compatriotas. Quizá el presidente calcule que en medio de la escandalera que producen sus tuits nadie podrá oír los gritos de protesta de los damnificados. La nueva política económica de EEUU consiste en ignorar los males causados por decisiones de pésima calidad. Para comprobarlo, basta con atender a la nula atención que presta su política económica interna a la inversión en I+D y el exceso de celo que pone en defender mercados estratégicos pero maduros, como el petrolero.

 

No hay que descartar que el proteccionismo de Trump y su aversión a los tratados como el TLC se vayan disolviendo con el tiempo ante los embates de las fuerzas económicas internas que se benefician de ellos. La animadversión personal del presidente al comercio mundial puede no ser un factor decisivo durante el próximo año. No se trata de persuadir a Trump, sino de que las futuras decisiones económicas, en particular las que atañen al comercio internacional, sean entendidas por en entourage presidencial como políticas de conveniencia. EE UU necesita tanto a México como al revés.

 

Texto publicado en El País

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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