Dan Gillmor está considerado el padre del periodismo participativo. Su famosa frase “mis lectores saben más que yo” viene a resumir el papel que en la sociedad de la información desempeñan los ciudadanos. La irrupción del periodismo 3.0, el que se nutre de las aportaciones de los usuarios, se hace especialmente visible en las noticias de gran impacto. Ayer, las primeras imágenes que se conocieron del brutal atentado en La Rambla de Barcelona procedían precisamente de teléfonos móviles de los viandantes. Un aluvión de vídeos domésticos inundó en pocos minutos las cadenas de televisión y páginas web de los diarios. Lo mismo ocurrió en los recientes ataques terroristas en Niza, Estocolmo o Berlín.

 

Desde la cadena BBC hasta el diario The Guardian, los grandes medios informativos británicos pidieron a los ciudadanos que enviaran vídeos y fotos sobre la cadena de atentados de Londres en 2005. La fusión entre los medios convencionales, por un lado, y los lectores-usuarios-ciudadanos, por otro, contribuyó a enriquecer la información del peor atentado ocurrido en Reino Unido.

 

La información, sin embargo, tiene sus límites. Las autoridades, tanto autonómicas como estatales, reclamaron ayer a los usuarios de redes sociales y a los medios que no difundieran imágenes de las víctimas mortales y de los heridos en el atentado de Barcelona. Con buen criterio, el Consejo Audiovisual de Cataluña recordó la conveniencia de evitar “la intrusión en la privacidad de las víctimas”, recomendó utilizar solamente imágenes y declaraciones expresamente autorizadas por las personas afectadas y sugirió pixelar instantáneas y vídeos para que las víctimas no sean identificadas.

 

El tratamiento periodístico de los atentados terroristas requiere cumplir determinadas normas deontológicas para no invadir la privacidad de las víctimas ni caer en coberturas excesivas o morbosas. No se trata de imponer la censura ni de alentar la autocensura. Se trata simplemente de sensibilidad y responsabilidad. No es de recibo que tuiteros, blogueros o usuarios de Internet irrumpan en el foro público con fotografías o vídeos lacerantes, como en más de una ocasión se ha podido comprobar.

 

En los especiales emitidos con motivo del primer aniversario de los atentados de marzo de 2004 en los trenes de Cercanías de Madrid, los medios se comprometieron a no difundir primeros planos de las víctimas. Atendían así la petición de respeto a la intimidad formulada por las asociaciones de afectados del 11-M y por el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quien solicitó a las televisiones que eludieran la reiterada difusión de escenas “demasiado crudas”.

 

Conjugar el deber de informar y el derecho de las víctimas a su privacidad es una de las ecuaciones más complejas en tiempos en los que las imágenes circulan a toda velocidad y sin frenos por las redes sociales. Solo el periodismo puede dirigir este frenético tráfico.

 

 

Texto publicado en El País por Rosario G. Gómez

Foto: Archivo APO

Ana Paula Ordorica es una periodista establecida en la Ciudad de México. Se tituló como licenciada en relaciones internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y tiene estudios de maestría en historia, realizados en la Universidad Iberoamericana.



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